Aguas tiñosas
Guillermo Cabrera Infante. El
Nuevo Herald, 22 de febrero de 2005. En
homenaje al fallecido escritor cubano, reproducimos este artículo publicado
originalmente en el diario 'El Pais' de Madrid el 29 de febrero de 2004. Dice
Cuba en la mano: "Aura tiñosa (Cathartes Aura, familia Vulturidas):
Ave de rapiña, diurna, de aspecto repugnante, plumaje negro, cabeza desprovista
de plumas, con arrugas detrás del cuello y sobre el occipucio, pico rosado
amarillento en la base, ojos de color carmín con un cerco azul alrededor
de las pupilas y pies rosados. Afirma el doctor Gundlach que no ha visto otra
ave que vuele de un modo más perfecto. Cuando busca alimento, el Aura vuela
en todas direcciones o en línea recta, describiendo grandes círculos,
sin dar aletazos. Al distinguir el cadáver de un animal, desciende achicando
los círculos cada vez más, y entonces aletea hasta posarse a poca
distancia de su inmóvil presa''. Pero hay tiñosas políticas.
Una muestra temprana de aura tiñosa fue Roberto Fernández Retamar
(a quien Pablo Neruda en sus memorias llamó ''el sargento Retamar'') entrevistado
por la televisión de cable americana. Cuando le preguntaron por mí
dijo que yo era un contrarrevolucionario visceral olvidando que el corazón
es también una víscera. Preguntado por qué mis libros estaban
prohibidos en Cuba respondió con un proyecto de Aura: ''Cuando se muera'',
aseguró, ''entonces lo publicaremos''. Las otras auras tiñosas lo
imitaron. Después de todo, todos no hacían más que copiar
el metodo soviético: allá publicaron a Nabokov y a Stravinsky después
de muertos. Antes, mencionarlos siquiera era una actividad condenada por el Estado. Ernesto
Lecuona, el eminente pianista y compositor cubano, murió en el exilio de
Islas Canarias, pero pidió que no lo enterraran en Cuba bajo Fidel Castro.
Está enterrado en Nueva York. Durante años su música no fue
oída en Cuba, hasta que descubrieron que los derechos de autor de Lecuona
daban múltiples beneficios para las arcas cubanas. Lecuona está
todavía enterrado en Nueva York pero su música se toca y se oye
y se silba en Cuba castrista. El caso de Lydia Cabrera es más singular.
Exiliada temprana (ya estaba establecida en el exilio en 1960) Lydia era una contraria
formidable. Cuando murió se editó en Cuba su obra maestra El monte,
un libro capital de la religión afrocubana y una muestra impecable de antropoesía.
El libro fue impreso y sus ejemplares guardados en el almacén de la imprenta
--de donde desaparecieron de la noche a la mañana--. Todos. Se supo que
los habían robado ladrones ocultos pero se podían comprar ejemplares
que se vendían a precio de dólares en los rincones oscuros de La
Habana Vieja. El libro era un tesoro que los practicantes de la santería
querían tener. No hubo una segunda edición. Labrador Ruiz
tenía una lengua afilada que practicaba como un florete en su esgrima contrarrevolucionaria.
Cuando murió en Miami no se publicaron los hechos de su vida, sino que
uno de esos miñones del ministerio de Cultura escribió un perfil
de Labrador en el exilio que era una obra maestra --de la mendacidad--. Allí
se decía que Labrador y su mujer Cheché vivían en la penuria
más extrema. Sucede que la verdad es contrarrevolucionaria. Labrador y
Cheché vivían en un confortable apartamento pagado por el municipio
de Miami y recibía todos los días una cantina con su comida favorita
cocinada por un restaurante modelo. Carroña temprana fue la de Jorge
Mañach. Ensayista y un demócrata ejemplar, había llegado
en su oposición a Batista a escribirle a Fidel Castro el discurso que ofreció
al tribunal, que lo condenó, y al pueblo de Cuba. Esa pieza oratoria tenía
como nombre una cita directa de Hitler, tomada del Mein Kampf: ''La historia me
absolverá''. La misma historia condenó a Mañach a un exilio
temprano. Toda su biblioteca fue confiscada y sus libros hechos picadillo de papel.
Al poco tiempo de morir se podía citar a Mañach como un ejemplo
de intelectual equivocado pero estimable. Lino Novás Calvo es, quizás,
el más grande cuentista cubano, aunque nacido en Galicia. Durante su juventud
desempeñó los más variados oficios (entre ellos chofer de
taxi habanero) y se hizo comunista y fue un temprano ejemplo de intelectual comprometido:
llegó a ser redactor del diario comunista Hoy. Su exilio fue también
temprano y ejerció en Estados Unidos como profesor en una universidad americana.
Por un tiempo fue silenciado y ninguneado y hecho desaparecer del panorama literario
cubano que una vez prestigió. Cuando murió en Nueva York se hizo
una edición cubana de su novela Pedro blanco, el negrero y se publicaron
volúmenes con sus cuentos maestros. Hasta se hizo una frase: "Regresa,
Lino. Todo está perdonado''. El caso de Manuel Moreno Fraginals no
es sui generis pero sí es ejemplar. Moreno Fraginals estuvo escribiendo
por más de diez años una monografía que sería su opus
magnum. Titulada El central era un estudio total del azúcar desde la plantación
o cañaveral hasta el azúcar blanca. El central tenía una
dedicatoria que era un contrasentido: decía ''a... Che Guevara'' Sucede
que Guevara fue el enemigo acérrimo del azúcar. Antes había
un lema, ''Sin azúcar no hay país'', que declaraba cuánto
debía Cuba al azúcar como producto de exportación. Guevara
se dio a la tarea de demostrar que sin azúcar sí había país
y en su empeño destruyó la industria azucarera. El libro de Moreno
Fraginals, publicado en Cuba cuando el autor residía en la isla, casi un
coffee table book por sus excelentes ilustraciones, fue recibido con elogios dentro
y fuera de Cuba. Pero sucedió que Fraginals decidió exiliarse en
Miami y su libro cayó en un olvido voluntario: no aparecía por ningún
lado en Cuba --hasta que Fraginals murió y su obra maestra fue rescatada
del olvido a que la habían condenado en la isla--. Fue casi un renacer
de El central. El autor murió y con su muerte hizo volver a la vida a su
libro. El caso más reciente y más extremo fue el de Reinaldo
Arenas. Como saben los que han leído su testamento político o hayan
visto su biografía fílmica, Antes que anochezca, Reinaldo fue un
exiliado combativo (y combatido desde Cuba con el silencio) y un vocero contrarrevolucionario.
Tanto que es su testamento político (que la película omitió)
y allí declara culpable de su suicidio no al régimen sino a Fidel
Castro directamente. Antes que anochezca tiene como epílogo una visión
de PM, el corto metraje que hicieron Sabá Cabrera, mi hermano, y Orlando
Jiménez. Allí, después de la fiesta de colores que es la
película, era una esquela en blanco y negro, la peliculita siempre una
obra maestra. El éxito de Antes que anochezca, la película, se reflejó
en las ventas de las memorias de Arenas y ha sido vista en todas partes como su
testamento y su memoria póstuma. Ahora viene la última edición
de rescate de Arenas. Hay que recordar que Reinaldo en Cuba sólo mereció
el silencio y la calumnia y la cárcel y que era un enemigo acérrimo
del régimen de Castro y una víctima histórica y, lo que es
más flagrante, literaria también. Pero hay una coda que es un festín
para las auras. Acaba de aparecer en Cuba una entrevista ¡con la madre de
Arenas! Esta pobre señora fue una madre que Reinaldo veneraba. Ahora es
una buena revolucionaria que ha perdido a su hijo que deviene, en sus palabras,
un revolucionario equivocado, a punto de regresar a Cuba, después de fugado
y calumniado y odiado como ninguno. La madre ejemplar ha recibido un premio y
Fidel Castro le ha dado un apartamento en un edificio dedicado a alojar a escritores
y artistas del régimen. A cambio sus palabras hieren la memoria de Arenas
de una manera abominable. Hay que hacerse, sin embargo una pregunta, ¿quién
de los poetas y pintores y escritores desaparecidos en el exilio y ausente de
la historia revolucionaria reaparecerá como una carroña digestible?
Puedo proponer varios, el eminente historiador Leví Marrero, muerto en
Puerto Rico hace dos años, el poeta Eugenio Florit, muerto nonagenario
en Miami (noticia de último minuto: ya se prepara en La Habana una antología
del poeta que nunca mencionaron en Cuba vivo) y, ¿por qué no decirlo,
para volver a la proposición de Retamar, yo mismo? La costumbre me hace
poner al pie de página un aviso de copyright, que el régimen comunista
no reconoce, y no se salta porque me exalta. |