Significación de Cabrera Infante
Carlos Alberto Montaner. Libertad
Digital, España, 22 de febrero de 2005. A mediados de
la década de los sesenta la editorial Seix-Barral le otorgó el Premio
Biblioteca Breve a un libro espléndido y desconcertante: Tres tristes tigres,
escrito por un joven escritor cubano totalmente desconocido fuera de su isla.
Se llamaba Guillermo Cabrera Infante y traía a la literatura en castellano
un acento estético más propio de la lengua inglesa contemporánea
o de los olvidados clásicos españoles. En efecto, Cabrera
Infante había convertido el lenguaje en el protagonista más importante
de sus narraciones, como los británicos Joyce o Lewis Carroll, jugando
con los retruécanos y las aliteraciones, pero también dotándolo
de humor, un tanto a la manera quevediana. Era -si seguimos la vieja clasificación
de los preceptistas- el más acabado representante del conceptismo literario
moderno. Algo realmente curioso, dado que un compatriota suyo -nuestro-, Lezama
Lima, ocupaba la otra zona convencional del barroco: la culterana. Tras
el galardón, casi inmediatamente Cabrera Infante se transformó en
uno de los representantes de lo que entonces se llamó el "boom"
literario hispanoamericano, que tuvo entre sus cabezas más destacadas a
García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar. Pero era algo más
que eso: su fulminante notoriedad, que pronto alcanzó una impresionante
dimensión internacional, unida a su condición de exiliado político,
lo convirtieron en una referencia obligada de los demócratas de la oposición
y en uno de los más formidables enemigos de la dictadura de Castro. Periódicamente
denunciaba con vehemencia e inteligencia los atropellos que sufrían los
cubanos, al extremo de llegar a compilar con esos (y otros) escritos un grueso
tomo que, pese a la seriedad del tema, llevaba el juguetón título
de Mea Cuba. Naturalmente, la dictadura cubana lo hizo inmediatamente
una de sus "bestias negras" preferidas. Su nombre no aparecía
en el Diccionario de Literatura Cubana publicado por el Ministerio de Cultura,
y sus libros fueron eliminados de todas las bibliotecas y prohibidos en todas
las librerías, tuvieran o no contenido político. Lo que combatía
la dictadura, y lo que trataba de destruir, era al hombre, sin importarle (o tal
vez por importarle demasiado) que acaso fuera la más distinguida figura
intelectual con que contaba el país. Pero, como siempre sucede,
esa censura sólo logró incrementar la curiosidad y la devoción
con que dentro de Cuba leían a Cabrera Infante sus contemporáneos
y las jóvenes generaciones posteriores, inútilmente formadas dentro
de una ortodoxia estalinista que les resultaba insoportable. Sus libros eran buscados,
pasaban de mano en mano con unción, y hasta una de las desafiantes "Bibliotecas
Independientes", espontáneamente surgidas en el seno de la sociedad
civil, llevaba su nombre. La actriz Miriam Gómez, la viuda e inseparable
compañera de Cabrera Infante, ya anunció que el cadáver de
su marido sería cremado, y las cenizas reposarían en Inglaterra
hasta que Cuba fuera libre. Cuando llegue ese momento -tan ansiado por Guillermo
en sus cuarenta años de exilio- serán trasladadas a la Isla. Estoy
seguro de que entonces los cubanos honrarán su memoria con el entusiasmo
y el orgullo que el castrismo ha reprimido durante tanto tiempo de oprobio y crueldad.
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