PRENSA INTERNACIONAL
Febrero 23, 2005
 

Para un Cabrera Infante difunto

"Pensemos en él levantándose los anteojos con el pulgar, mirando el ámbar brillante de un vaso de ron, y dejándose llevar por la nostalgia, por toda esa nostalgia que lo mantuvo amarrado a La Habana..."

Gabriel Conteras, El Universal online. Ciudad de México, 22 de febrero de 2005.

12:31 Desde ahora mismo, desde este momento, desde ya, Guillermo Cabrera Infante, moreno de Gibara, cubano de la A a la Z, soñador, provocativo a veces, parodista excepcional, imaginativo habanero nocturno, lunero, desvelado incurable, inevitable centro de atención, londinense a la fuerza porque no tuvo más remedio que volverse un poco inglés, vouyerista y circular acróbata del lenguaje, magno mago del ritmo, de criterios claros, de rencores bien alimentados, amante del habano.

Cabrera jazzista de las palabras, Cabrera infante nostálgico del cha cha chá, Guillermo bolerista de la página, Infante obseso del danzón, admirador consumado de Rita Hayworth y Lana Turner, apasionado degustador de Holllywood, goloso del barroquismo, Cabrera, Cabrera sí, el Cabrera de la Estrella, el Cabrera de las novelas escritas para cantarse, el Cabrera enamorado de la voz de La Lupe, del drama de la Lupe, o el Cabrera a secas, dedondequiera que esté, el Cabrera de las novelas escritas para bailar, bailarse, bailándose la noche entera como si Cuba pudiera ser llevada metida en el bolsillo hasta cualquier habitación de Buenos Aires, de Madrid, de Londres.

El Cabrera mítico, mitológico, mitómano, dondequiera que esté, Cabrera el mismo que acabó por convencernos de que Cuba cabe con toda su lengua en un libro, en un bendito libro, en un maldito libro, y el mismo que acabó por convencernos de ese libro ("Tres tristes tigres", obviamente, señoras y señores, ladies and gentleman, madames et monsieurs) era suficiente para volver innecesaria la nostalgia de un cubao, Cabrera, donde esté, porque en algún lado tendrá que estar, podrá entablar conversación, hacer su bla bla blá ble ble blé bullanguero como usté, su algarabía, su escandaloso hablar y hablar hablar sin descanso y sin parar y para siempre como en las esquinas de las Habana, como en todas esas esquinas calurosas, asoleadas, cargadas de brisa y de nosabemosqué, como cuando se espera una guagua, hablar y hablar y hablar con Severo Sarduy, con Reynaldo Arenas, con ese grupo inexistente porque todos ellos fueron muy individuales, demasiado individuales para ser cubanos por cierto, ese grupo sin grupo pero compacto, sólido, potente y bullanguero, que vendría a darle el lugar que se merece a la cubanía, a la cubanidad, y al cubanismo, en el mundo de las letras a lo largo del siglo XX.

Claro, este proyectil de lenguaje que prepararon aquellos amantes de la música, el barroquismo, el placer, la vida y la libertad, no podría haber sido lanzado desde Cuba, por supuesto, porque ya se sabe que en Cuba el tráfico de la literatura, el tráfico de la imaginación, el tráfico de las ideas, está suspendido desde hace ya bastantes años.

Prohibido pensar, prohibido imaginar, prohibido discutir toda prohibición. Tráfico suspendido, atascado, detenido por todo ese miedo, por toda esa inseguridad y toda esa minusvalía que caracteriza al gobierno de Fidel Castro en sus relaciones con la palabra escrita.

Esa pequeña, miserable, desastrosa tiranía que tanto empeño puso en la alfabetización al inicio, y que se ha empeñado luego en hacer de la Isla cubana una isla a secas, estableciendo una lista negra que no se atreve a decir su nombre, pero que pesa sobre el tráfico de libro, dejando "fuera del juego" a aquellos que tienen algo que decir, algo que soñar, algo que ofrecer en el terreno de la lengua...

Así, la bomba de palabras de Cabrera, Arenas y Sarduy sólo podía ser lanzada desde Nueva York, París o Londres. Porque defender el habla cubana transformada en páginas de ficción o de poesía, es algo que tiene (tenía, tuvo) que tramarse y realizarse en el exilio, desde el exilio, pero no para el exilio....

Y no se trata sólo de imaginar a Cabrera junto a los otros dos cubanos exiliados fumándose un habano, no, eso sería quizás muy fácil, sería como un pintoresquismo o algo así.

Mejor pensemos en Cabrera levantándose los anteojos con el pulgar, mirando el ámbar brillante de un vaso de ron, y dejándose llevar por la nostalgia, por toda esa nostalgia que lo mantuvo amarrado a La Habana, soñándola, acariciándola, apropiándosela desde muy lejos, desde un Londres oscuro, neblinoso, casi casi inhabitable, irremediablemente europeo, un Londres en el que jamás brilla el sol y jamás nacerá un coco, un Londres que, sin embargo, supo acoger en sus calles y en en sus largas largas tardes, a un cubano que, para el mundo del lenguaje, era el más cubano cubano de Cuba...

Gabriel Contreras es periodista cultural. Dirigió Armas y Letras, revista literaria de la UANL. Es director editorial de la revista Barrio y colabora en Lateral (España) y PD (México).

© 2005 Copyright El Universal-El Universal Online, México.

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