Cuba de la mano de sus
poetas
Por Luis Mario. Diario
Las Américas, 10 de febrero de 2005.
Entre las muchas obras de Chacón y Calvo
deben mencionarse las siguientes: Los orígenes
de la poesía en Cuba,1913; Gertrudis Gómez
de Avellaneda, las influencias castellanas, 1914;
Romances tradicionales en Cuba, 1914; Vida universitaria
de Heredia, papeles inéditos, 1916; Ensayos
de literatura cubana, 1922; El primer poema escrito
en Cuba, 1922; Del epistolario de Heredia, 1924;
Los comienzos literarios de Zenea, 1927; Ensayos
de literatura española, 1928; Cedulario
cubano (los orígenes de la colonización),
1929; El documento y la reconstrucción
histórica, 1929; Nueva vida de Heredia,
1930; La experiencia del indio, 1934; Criticismo
y colonización, 1935; El Padre Varela y
la autonomía colonial, 1935; Sánchez
Albornoz; medievalista y hombre actual, 1938;
Juan Clemente Zenea, poeta elegíaco, 1951;
Dos maestros de Colombia: Gómez Restrepo
y Sanín Cano, 1953; Los días cubanos
de Menéndez Pidal, 1961 y, naturalmente,
Las cien mejores poesías cubanas, libro
publicado en 1922 por la madrileña Editorial
Reus, con una segunda edición de 1958,
reproducida ahora por la Editorial Cubana.
Ni Fornaris ni Luaces publicaron poemas suyos
en la antología Cuba poética, con
52 firmas, preparada por ellos, pero sí
están incluidos los siete poetas de El
laúd del desterrado. De esos siete poetas,
hay dos que no aparecen en Las cien mejores poesías
cubanas, de Chacón y Calvo, ni en Cien
de las mejores poesías cubanas, de Esténger.
Esos dos poetas son Pedro Ángel Castellón
y Leopoldo Turla. Por otro lado, Chacón
y Calvo incluye a Fornaris y a Luaces en su selección,
algo que también hace Esténger,
mientras que hay poetas antologados por Chacón,
que Esténger ignora, como Felipe López
Briñas, Francisco Orgaz, Ramón de
Palma y Mercedes Valdés Mendoza, mientras
Esténger incluye a Ramón Vélez
Herrera, que había sido desechado por Chacón.
Estos puntos de vista son suficientes para advertir
coincidencias y conflicto de criterios en la opinión
de dos antólogos que, por lo demás,
engrandecieron con sus propias obras la literatura
cubana.
Joaquín Lorenzo Luaces murió cuando
sólo contaba 41 años de edad. Su
biografía puede escribirse con unas pocas
palabras, porque no se destacó particularmente
en nada. A pesar de eso, sus sonetos, sobre todo,
con su inviolable estructura clásica, son
un ejemplo de estudio y dedicación. Chacón
incluye "La salida del cafetal", que
describe la altiva fogosidad de un caballo al
momento de partir, dominado por su jinete. Muchos
años después, un poeta parnasiano
de Colombia, José Eustasio Rivera, escribiría
"Los potros", otro soneto que retrata
las virtudes del noble bruto. Eran terrenos que
preparaban el poema definitivo para ese tema,
ya en plena evolución modernista, con el
poeta del Perú, José Santos Chocano:
"Los caballos de los conquistadores".
Por su parte, José Fornaris publica Los
cantos del Siboney, y es considerado fundador
del siboneísmo, que en definiciones más
abarcadoras puede incluir el guajirismo o el tropicalismo.
Fornaris fue un poeta dotado de una especial cultura
académica, que no se reflejó necesariamente
en sus versos. Con sencillez casi pueblerina,
no ofreció grandes sorpresas líricas,
aunque gozó de una notable facilidad versificadora.
Sintió con gran fuerza, eso sí,
el amor por su patria, afianzado, sobre todo,
en el poema "Adiós a Cuba", que
ni Chacón ni Esténger incluyen en
sus respectivas obras.
Es natural que, entre unas y otras antologías,
las comparaciones suelen ser inconvenientes, debido
a que fueron realizadas en distintas épocas.
Más cuando se trata de publicar una cifra
exacta y limitada de poemas, que represente lo
mejor del parnaso cubano o, al menos, lo que para
el antólogo resulta ser lo mejor. Un análisis
comparativo de las dos antologías, muy
parecidas en sus pretensiones, la de Chacón
y Calvo y la de Esténger, arroja lo inexplicable
de una omisión. Me refiero a Juan Cristóbal
Nápoles Fajardo, llamado El Cucalambé.
Si se ha querido ver en Fornaris al primer siboneísta
de Cuba, fue Nápoles Fajardo, con su libro
Rumores del Hórmigo, el que presentó
con mayor claridad la voz de los indígenas.
Sus décimas "Hatuey y Guarina",
por ejemplo, son un canto de amor y una invocación
desesperada por el deseo necesario de libertad.
Aquella primera redondilla: "Con un cocuyo
en la mano/ y un gran tabaco en la boca,/ un indio,
desde una roca,/ miraba el cielo cubano",
es un anticipo de la lucha por la patria, que
ya se acercaba al conjuro de tres guerras: una
grande, una "chiquita" y una definitiva,
en relación con la independencia de España.
La voz del Cucalambé no debe faltar en
cualquier colección de poemas que se realice
basada en el romanticismo de Cuba. Y en Chacón
quedó omitido también Carlos Pío
Uhrbach (1872-1897). Su hermano Federico (1873-1932),
murió diez años después de
la salida de imprenta de la primera edición
de Las cien mejores poesías cubanas, pero
Carlos Pío, muerto a finales de siglo,
sí cabía perfectamente bien en esta
obra. De todas formas, es un privilegio del antólogo
escoger según los dictados de sus preferencias.
La única arma que puede utilizarse contra
una antología, es la confección
de otra que la supere. Esa parece haber sido la
intención de Esténger, que tuvo
a su favor la fecha más avanzada, y pudo
incluir a poetas como Agustín Acosta, (1886-1979);
Bonifacio Byrne, (1861-1936); Eugenio Florit,
(1903-1999); Rubén Martínez Villena,
(1899-1934); José Manuel Poveda, (1888-1926),
y otros poetas ya en plena formación modernista.
(Segunda de cinco partes)
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