PRENSA INTERNACIONAL
Febrero 7, 2005
 

Fidel Castro y las bibliotecas

La Nación Line, Argentina, 7 de Febrero de 2005.

La preocupación de los gobiernos dictatoriales por controlar y limitar la libertad de opinión suele ser constante y, con frecuencia, obsesiva. A nada le temen tanto los autócratas como a la difusión de la verdad, ante la cual experimentan auténtica pavura. Lo que está sucediendo en Cuba con las bibliotecas públicas confirma plenamente la verdad de estas aseveraciones.

Quienes residen en suelo cubano y tienen sed de libertad tratan de calmarla concurriendo a las distintas bibliotecas administradas por instituciones privadas. Esto es, a las bibliotecas públicas no estatales. Porque en las que pertenecen al Estado la censura es total: comienza por la selección misma de los libros que pueden leerse y la eliminación de todos aquellos que el régimen de Fidel Castro considera peligrosos.

En su frenesí autoritario, a comienzos de 2003, el régimen autoritario de Cuba aumentó su población carcelaria con 75 nuevos presos políticos; es decir, con personas a las que se les imputa el delito de pensar distinto, también llamado "de conciencia". Entre esos presos había dos docenas de bibliotecarios.

Recientemente fueron liberados algunos detenidos políticos por efecto de la presión ejercida por el socialismo español. Pero la puerta de las prisiones no se abrieron para ningún bibliotecario. Las cárceles de Cuba, según un reciente informe de Christine Chanet, la representante del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, no proporcionan asistencia médica adecuada a los presos que sufren de hipertensión, diabetes, enfermedades cardíacas u otros problemas graves. Desde 1989, Fidel Castro prohíbe el acceso de la Cruz Roja Internacional a las prisiones de la isla.

En París y Estrasburgo, en Francia y en Varsovia, así como en Dakota del Sur, en los Estados Unidos, distintas bibliotecas están comenzando a reaccionar en defensa de las bibliotecas públicas cubanas no estatales, a las que proveen ahora regularmente de asistencia financiera, así como de libros y publicaciones de su propio país. No hay en los estantes de las bibliotecas cubanas libros de Rousseau, Hume o Locke, pero se pueden encontrar, en cambio, los tomos de Harry Potter o las obras de Mark Twain y Salgari. No es poco para la Cuba de hoy. Si desde la Argentina llegaran también a Cuba libros y revistas de quienes luchan por expandir el horizonte de las libertades personales de ese pueblo hermano, muchos podrían allí calmar mínimamente su sed de libertad.

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