La
revolución cubana: ¿casual o causal?
Nicolás Pérez Diez-Argüelles,
El
Nuevo Herald, 7 de diciembre de 2005.
Hay un tic de pérdida de la revolución
castrista que nunca deja de asombrar a todo intelectual
honrado que se acerca a ella y la estudia con
sentido crítico: carece del factor histórico
de la casualidad.
La revolución cubana dice de sí
misma que es territorio libre de América,
y lo es, libre de milky ways, de opiniones antigubernamentales,
de habeas corpus, de propiedad privada, de fulas,
y esto lo saben hasta en Turquía, pero
lo que muchos ignoran es que también Cuba
es territorio libre... de sorpresas. En aquella
islita otrora paradisíaca del Caribe nada
se produce a suerte y verdad, todo tiene una causa,
todo se posa en su sitio como la mosca en el terrón
de azúcar. No existe la frase suelta ni
el gesto al descuido.
Cuando un funcionario de tercera del Ministerio
de Relaciones Exteriores de Cuba, en Portugal,
dijo a finales de 1972 que el gobierno de Cuba
contemplaba con preocupación creciente
la intervención de Sudáfrica en
Angola, nadie tomó nota, pero eso significó
el disparo de salida de la ayuda castrista al
régimen de Agostinho Neto, para que tres
años después el ejercito verde olivo
durante la batalla de Cuito Cuanavale fuese capaz
de emplazar en el frente sur 800 tanques y carros
blindados, 200 aviones de combate y 40,000 soldados
de línea, entre ellos unidades de la división
50, la más fogueada del ejercito cubano.
En la penúltima página del periódico
Gramma hace varios años una breve nota
reseñó la posible visita a La Habana
de un coronel venezolano de apellido Chávez,
y es posible que ya estuviese en marcha en la
galopante mentalidad de Castro, siniestro coito
de Anibal the Canibal con Disneyworld, la creación
de un nuevo país latinoamericano bien pintoresco:
Cubazuela, mezcla del petróleo venezolano
con el hambre del pueblo de Cuba.
Y todo obedece a una tortuosa lógica que
para seguirla se necesita ser un ajedrecista consumado
y tratar de adivinar las tres próximas
jugadas de Castro, que es quien maneja naturalmente
todas las fichas del tablero político en
Cuba, y lo mismo envía a la cárcel
a una torre, que fusila a un alfil, que le vende
la mano esclava de 20,000 peones a un consorcio
hotelero español por 29 monedas de oro,
una menos que las que cobró Judas por traicionar
a Cristo.
Hay quienes piensan que el gran error de los
Estados Unidos es no haber detenido militarmente
al amo de La Habana; opino que el gran error de
Washington ha sido no adivinarlo. Y eso que en
multitud de ocasiones el tipo es obvio. Como el
jugador de poker que cada vez que tiene un buen
juego se rasca la oreja izquierda, Castro ante
determinados estímulos, reacciona maquinalmente
de un modo repetitivo. Si siente la posibilidad
de que alguien que está lejos va a amenazarlo,
antes lo veja y lo insulta, como al presidente
Vicente Fox, y si el amago de amenaza proviene
de alguien que está muy cerca, antes lo
mata, como a Arnaldo Ochoa.
El es el causalista en jefe y es reaccionario
porque como el payaso reacciona saltando de la
caja cuando le aprietas un botón, y el
botón suyo es el de la pérdida,
máxime si se trata de pérdida de
control. Cuando le pisan este callo sí
revienta como un siquitraque y su respuesta ante
esta debilidad de carácter es reprimir
al pueblo de Cuba, vendiéndole escaceses
y miedos. Eso es desde siempre.
En 1970, cuando fracasa la zafra de los 10 millones,
quien paga los platos rotos son las letras cubanas,
y Castro ante el Primer Congreso Nacional de Educación
y Cultura lanza el grito de dentro de la revolución
todo, fuera de la revolución nada, con
el subsiguiente linchamiento moral de Heberto
Padilla y otro puñado de destacadísimos
poetas y escritores cubanos. Y aunque todos sabemos
que uno de los principales acervos culturales
de un pueblo son sus metáforas, hasta ese
día la metáfora valió un
kilo prieto en Cuba
Meses más tarde, se inicia la invasión
de los tanques soviéticos a Checoslovaquia,
y al día siguiente un Castro balbuceante,
rabioso e incoherente ante la pérdida de
poder político dentro de los No Alineados,
tiene que defender ante el mundo una horrenda
violación de la soberanía de un
pueblo. ¿Cómo compensa el desastre?
Lanzando la famosa guerra contra los timbiriches,
canto del cisne de hasta la más exigua
propiedad privada en Cuba, ''ofensiva revolucionaria''
en la cual le intervinieron hasta el titiritero
al mono.
Para redondear la tesis de que en Cuba no existe
la espontaneidad, el otro día en un escuchado
programa de la televisión contaba Jesús
Marzo Fernández, ex alto funcionario del
gobierno castrista exiliado en Miami, que en una
ocasión invitó Castro a pescar a
una delegación rusa de alto nivel de visita
a la que Marzo acompañaba. Salieron en
un yate creo de Cayo Coco y varias millas mar
afuera tropiezan con un barco de la flota pesquera
cubana. Se le acercan, lo abordan y el pesquero
es un espejo de limpio, los marineros impecablemente
vestidos. Y de inmediato se les cocina a los bolos
un almuerzo de pescado y mariscos con vino francés,
cubiertos de plata y mantelería de hilo.
Cuando llegan al muelle el ex funcionario castrista
le comenta a un miembro de la escolta de Fidel:
--Oigame, ¿ha visto usted qué casualidad,
encontrarnos en medio del mar con un barco de
la flota pesquera que es la perfección
misma?
--Compadre, no sea ingenuo. Ese barco lleva fondeado
en el mismo lugar una semana, esperando por Fidel
y los rusos.
Resumiendo: ¿la revolución cubana
es casualidad o causalidad?
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