La izquierda bananera
Carlos Alberto Montaner, El
Nuevo Herald, 17 de abril de 2005.
Los militares brasileros están intranquilos
con Hugo Chávez. No es nada cómodo
convivir con un vecino decidido a crear una milicia
dotada con un millón de hombres armados.
La hipótesis más benigna es que
se trata, en realidad, de una tropa de ocupación
que sólo se dedicará al acogotamiento
de los venezolanos y al control y patrullaje de
una dictadura nacional más o menos calcada
del modelo cubano. La más preocupante señala
que, además de oprimir a los venezolanos,
un aparato militar de esas dimensiones acabará
desarrollando operaciones internacionales contra
otros países de su entorno. Como sabe cualquiera
con un poco de experiencia, es el órgano
el que luego crea las funciones. Los brasileros
no ignoran que cuando las fuerzas armadas cubanas
se convirtieron en el mayor ejército de
América Latina, acabaron invadiendo Angola
y Etiopía con decenas de miles de soldados
que entre 1975 y 1989 riñeron en Africa
la guerra más larga jamás librada
por una fuerza extranjera: 14 años.
A los militares chilenos les sucede lo mismo.
Presienten que el creciente militarismo de Chávez
hará metástasis por el continente
y comienzan un costoso proceso de rearme. Nadie
se cree el cuento de que ese millón de
milicianos han sido convocados para pelear contra
Estados Unidos. La última vez que Washington
intervino agresivamente en los asuntos venezolanos
fue a principios del siglo XX, a petición
del presidente Cipriano Castro, para amenazar
a Inglaterra, Alemania e Italia de ir a la guerra
si continuaban los ataques navales y la humillante
presencia militar de esos países en el
litoral caribeño de Venezuela, supuestamente
provocados por los incumplimientos económicos
internacionales del gobierno de Caracas.
Es curioso que sean dos gobiernos socialistas
los que ven con mayor preocupación el surgimiento
en América Latina de una izquierda militarista,
inevitablemente destinada a agredir a sus vecinos.
Este fenómeno ha parido un nuevo vocablo
concebido para designar a la vertiente chavista:
la izquierda bananera. El Partido del Trabajo
de Lula da Silva, que en su último congreso
acaba de declarar su voluntad de sostener la austeridad
fiscal, el control de la inflación y las
mejores relaciones con los centros financieros
del planeta, no desea que lo confundan con el
chavismo. Los socialistas de Ricardo Lagos, que
hoy se parecen más a Tony Blair que a Salvador
Allende, también desean poner distancia
del teniente coronel venezolano. Chávez
es la quintaesencia de la izquierda bananera.
La izquierda bananera, permanentemente crispada
y en pie de guerra, es marxista, antioccidental,
autoritaria, vociferante, irresponsablemente populista,
camorrista, histriónica, dirigista, enemiga
del mercado, y se dedica apostólicamente
a hacer una revolución fantasmal rescatada
de los escombros de la guerra fría. Ni
Lula ni Lagos son así. Probablemente, el
uruguayo Tabaré Vázquez y el argentino
Néstor Kirchner tampoco.
Más aún: la izquierda moderada
no ignora que el ala bananera de su propia familia
política es un enemigo potencial más
peligroso que sus adversarios tradicionales. En
Nicaragua, la izquierda bananera representada
por Daniel Ortega se ha dedicado a perseguir con
saña al ex alcalde sandinista Herty Lewites,
algo que antes hizo con Sergio Ramírez.
En El Salvador, como ha denunciado brillantemente
el ex comandante guerrillero Joaquín Villalobos,
Shafik Handal ha asumido el rol de bananero implacable
contra todo aquél que trate de retar su
liderazgo desde posiciones democráticas
razonables. En México, el pintoresco subcomandante
Marcos, con su apoyo a los terroristas vascos
de ETA y sus ataques a la monarquía española,
ha pasado de ser un icono de la izquierda a un
embarazoso compañero de viaje. Algo parecido
a lo que le sucede a la izquierda en Bolivia,
donde el dirigente cocalero Evo Morales ha pulverizado
el espacio socialdemócrata, polarizando
peligrosamente a la sociedad en dos mitades separadas
por un abismo.
Pero todavía existe un peligro adicional.
La izquierda bananera no sólo es un espacio
ideológico: también es una franquicia
política para aventureros ávidos
de poder que buscan una etiqueta fácilmente
identificable. El inefable ''loco'' Abdalá
Bucaram, cuando regresó a Ecuador tras
su prolongado exilio en Pa-
namá, insinuó su condición
de born again chavista. Los hermanos Humala, cuando
intentaron dar un golpe militar en Perú,
vistieron inmediatamente la indumentaria bananera
procedente de Venezuela. El bananerismo ya es
filosofía y antropología ready made.
Hace varias décadas, en medio de la guerra
fría, ex comunistas como Arthur Koestler
o el premio Nobel Czeslaw Milosz predijeron que
la batalla final sería entre ellos y los
que continuaban fieles al stalinismo. En realidad,
las cosas sucedieron de otro modo, pero en América
Latina hoy es posible vaticinar algo similar:
la guerra que el socialismo moderado tiene por
delante
es contra la izquierda bananera. Ahí crecen
y se multiplican los enemigos que le hacen más
daño.
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