La izquierda intolerante
de Miami
Emilio Ichikawa, El
Nuevo Herald, 13 de abril de 2005.
Todo lo que se ha predicado, a veces hasta la
exageración, de la derecha intolerante
de Miami, se puede decir también de la
izquierda. Una izquierda que se ubica incluso
a la misma izquierda de las más recalcitrantes
instituciones culturales del castrismo: el periódco
Granma, la revista La Jiribilla, Radio Rebelde
y la Mesa Redonda.
La izquierda de Miami es incapaz de reconocer
los logros sociales del exilio: en la salud, la
educación y los deportes. Para no hablar
de aquéllos que se dan en cultura popular,
es decir, ese agregado de comidas, tratos, modas,
que una revolución con complejos de alta
cultura ha aplastado bajo el medallismo deportivo,
el olimpismo cultural y el mercenarismo político-militar.
La paleoizquierda de Miami tiene una radio activa,
informantes en las calles, poder editorial y una
considerable reserva monetaria que le permite
gastos de protocolo vergonzosos.
Con los dinosaurios de la izquierda miamense
es imposible dialogar; carecen de imaginación
y sus respuestas preceden a las preguntas. Su
hipocresía les induce a usar un lenguaje
meloso, telenovelero, que apela al diálogo
entre los cubanos de la isla y los del exilio
sin ser capaces de dialogar previamente con el
vecino que tienen al lado. Ese vecino de la derecha
extremista al cual le unen décadas de lucha
y trabajo en el exilio.
Porque todo debe saberse: también hay
viejos dinosaurios en esa izquierda miamera. Gente
pasada de moda, disidentes conversos, alzados
reciclados, criptomercenarios que han resuelto
su frustración con una nueva complicidad
con el castrismo.
La izquierda extremista no es necesariamente
demócrata en términos de política
norteamericana; es más, puede ser indiferente,
tonta, pero será necesariamente anti-Bush.
Incluso por pose. No sé por qué,
pero odia el restaurante Versailles, las factorías
de Hialeah, el legado republicano cubano y El
Nuevo Herald.
El diferendo grande de esa izquierda extremista
es con el llamado ''exilio histórico'',
sobre todo con aquella parte del mismo que ha
tenido éxito social y económico
en Estados Unidos. Al sentirse excluidos de los
círculos de sociedad donde la derecha,
recalcitrante también, se realiza como
clase, ellos optan por entrar por la puerta del
fondo. No asisten a los programas de televisión
como críticos de Castro (que es lo que
les corresponde por haberse ido de Cuba en los
mismos 60s o 70s), sino como sus defensores; desprestigian
a quienes intentan algo por la libertad de Cuba
en el exilio diciendo que sólo es legítimo
lo que se hace desde dentro; un ''dentro'' filtrado
que, claro está, excluye también
a los disidentes y opositores más radicales.
En cuanto a la disidencia interna esa izquierda
intolerante prefiere a los fundamentalistas de
centro, es decir, aquellas personas que confunden
la indefinición con la síntesis.
El castigo del fundamentalismo de centro es que,
en lugar de ser intolerantes con el rival, como
es la derecha recalcitrante, es intolerante por
partida doble: con el izquierdista cabal y con
el derechista sincero.
La extrema izquierda de Miami es prochavista
fanáticamente; está contra la guerra
en Irak de una manera tan feroz que a veces es
mejor no hablar con ellos para evitar que hagan
una guerra contra la guerra.
Por demás, como una buena red set, esos
''aristocastros'' fanáticos tienen algunos
fines de semanas más opulentos que esa
derecha que abulta cuentas con los negocios y,
por supuesto, que esos trabajadores que defienden
con su lengua, pero que desprecian con toda la
negrura de sus vísceras.
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