A veinticinco años del
Mariel, en México
Por Rosa Leonor Whitmarsh. Diario
Las Américas, 12 de abril de 2005.
En 1980, la portada de la revista Time de la
segunda semana del mes de abril debió haberles
parecido muy rara a sus lectores. Un extraño
conjunto de cientos de cuerpos de hombres y mujeres
de todas las edades yacía tendido codo
con codo al aire libre sobre el pasto de la Embajada
del Perú en La Habana. Otras personas,
ante la falta de espacio, habían trepado
al techo y aleros de tejas de la residencia oficial.
¿Qué sucedía?
Había ocurrido una estampida humana ocasionada
por la soberbia del jefe de estado cubano, que
irritado ante la negativa del embajador peruano
de entregar a unos refugiados protegidos por el
derecho de asilo, quiso fastidiar al diplomático
retirando la guardia de la entrada, con lo cual,
diez mil ochocientas personas, ni cortas ni perezosas,
se introdujeron en la sede peruana al pasarse
la voz, animadas a salir del infernal sistema
dejando atrás hogar y patria y ocasionando
un caos que puso en riesgo sus propias vidas y
en un aprieto al gobierno cubano.
Diez mil ochocientas personas que violentamente
querían asilarse para abandonar el país
significaban un escándalo internacional
para un sistema autotitulado benefactor de su
pueblo. La situación se hizo peligrosísima.
A través de la cerca el gobierno no surtía
suficientes alimentos. Al estar la inmensa mayoría
a la intemperie, las necesidades físicas
perentorias exigieron solidaridad en el pudor
--círculos de mujeres y de hombres se cubrían--
pero se produjo el inevitable hedor y amenaza
de epidemias al pasar los días en medio
del horror del hacinamiento y sus consecuencias.
Castro se vio forzado a permitir la salida a
los asilados en la sede diplomática pero
maquiavélicamente aprovechó la oportunidad
para librarse en forma violenta y arbitraria de
los cubanos inconformes que deseaban abandonar
el país sin esperanza de poder hacerlo
y a la vez crearle un problema a los Estados Unidos
enviándole un éxodo masivo que Carter
piadosamente aceptó bajo petición
y presión de muchos cubanos en Miami que
formaron parte de la caravana de autos que recorrió
sus calles.
Por los medios de comunicación mexicanos
supe del inicio y desarrollo de esta tragedia
al regresar al Distrito Federal donde residía
desde hacía años, tras haber pasado
en Miami las vacaciones de Semana Santa en ese
abril de 1980.
Vivíamos los cubanos de México
en suspenso con las noticias. De inmediato hubo
un llamado general a acudir al Círculo
Cubano de México, situado en la Avenida
División del Norte en la colonia Coyoacán.
Allí, masivamente, el exilio cubano de
México, en una asamblea que colmaba el
gran salón, propuso y eligió con
fluidez a cinco mujeres que deberían gestionar
ante las autoridades del país y las embajadas
pertinentes, la aceptación de los cubanos
asilados en la Embajada del Perú. Carmen
Montejo, Raquel Olmedo, Patricia de la Guardia
de Schwartzman, Lala Vázquez y Rosa Leonor
Whitmarsh se dedicaron de inmediato a buscar visas
tocando puertas que se abrieron físicamente
gracias al aura mágica de Carmen pero que
no acogieron nuestra petición de amparo
pese a que hubo que darle a la gestión
carácter humanitario y no político.
Debemos consignar que, bochornosamente, México,
representado por la Secretaría de Gobernación,
no concedió ni una sola visa en esta situación
de emergencia que nos copaba. Tan solo, gracias
a Patricia, fueron concedidas 300 visas para ingresar
en el Canadá. Solamente ellos escucharon.
En el Círculo Cubano hicimos acopio de
alimentos y artículos de primera necesidad
para hacerlos llegar a nuestros compatriotas a
través de la Embajada del Perú en
Ciudad México. El propio Embajador peruano
con quien nos reunimos, tuvo dificultades con
el envío, pero finalmente por medio de
Aerolíneas Peruanas hizo llegar el auxilio
a las carpas en las afueras de Lima donde se albergaban
los refugiados.
El grueso de los cubanos, hasta 125,000 personas,
salió por el puerto del Mariel, situado
al oeste de la ciudad de La Habana después
de haber pasado por amenazas, agresiones, vejaciones
y angustias. En el litoral conocido como la Playa
de Mosquitos pasaron días en condiciones
precarias hasta que fueron partiendo en lanchas,
barquitos y yates camino a los Estados Unidos
con las manos vacías y el alma en vilo,
pero queriendo vivir en libertad. Miles de niños
sufrieron esa zozobra con sus padres. Muchos viejitos
también. Castro incluyó arbitrariamente
unos cinco mil delincuentes y extraviados mentales
que sacó de cárceles y asilos.
Tuve el gusto de tener como alumnos/as de secundaria
a las últimas criaturitas que salieron
por el Mariel cuando tenían uno y dos años.
Fueron los últimos que se graduaron en
la escuela pública norteamericana y pertenecen
a este período de la historia cubana.
Para recordar dignamente a los que vinieron,
a los que quedaron en las aguas del mar de las
Antillas y a los guardacostas que apoyaron el
ingreso en esta gran nación, el Instituto
San Carlos de Cayo Hueso hace una Convocatoria
a todos los cubanos a unirse en Cayo Hueso el
próximo sábado 16 de abril. De diversos
puntos de la ciudad de Miami saldrán los
autobuses. A partir de las dos de la tarde comenzarán
las actividades en el San Carlos con la presentación
del libro de Mirta Ojito, Encontrando el Mañana,
narración de su salida de Cuba por el puente
del Mariel. Se presentará un documental
del éxodo y una exhibición de pintura
por 25 artistas del Mariel . A las 5.30 P.M.,
el público se trasladará al histórico
muelle por donde atracaron las embarcaciones.
Allí se hará entrega al Servicio
de Guardacostas la Medalla de Excelencia Nacional
Cubana del Instituto San Carlos y se lanzará
al agua una ofrenda floral como tributo a los
miles de cubanos que perecieron en el Estrecho
de la Florida a través de los años
. El acto terminará con una breve nota
musical. Reservaciones: 305-441-0626 y 305-579-9000.
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