¡No tengan miedo!
Maria Marquez, El
Nuevo Herald, 12 de abril de 2005.
"La indiferencia ante el sufrimiento humano,
la pasividad ante las causas que provocan las
penas de este mundo, los remedios coyunturales
que no conducen a sanar en profundidad las heridas
de las personas y de los pueblos son faltas graves
de omisión, ante las cuales todo hombre
de buena voluntad deber convertirse y escuchar
el grito de los que sufren''.
Estas palabras, que sacudieron la isla en enero
de 1998, no las dijo un orador en la tribuna de
la ONU, ni un académico en el centro de
investigaciones más dotado del mundo. Las
dijo, en pleno corazón del régimen
cubano, Juan Pablo II, el papa valiente, que desafió
a Castro gritándole a su pueblo: ''No tengan
miedo''. Las dijo el Papa peregrino, para que
escucharan todos los que no escuchaban.
Mientras la frustrada revolución se encargaba
de situar micrófonos para espiar el Santo
Padre, un sacerdote polaco, un misionero de Jesús,
llamado simplemente Karol, señalaba, con
fuerza, en Santa Clara, el 22 de enero de 1998:
"Es necesario recuperar los valores religiosos
en el ámbito social y familiar, fomentado
la práctica de las virtudes que conformaron
los orígenes de la nación cubana,
en el proceso de construir un futuro --con todos
y para el bien de todos-- como pedía José
Martí. La familia, la escuela y la Iglesia
deben formar una comunidad educativa donde los
hijos de Cuba, pueden crecer en humanidad''.
Echaba así, con su presencia, un desafío
al ostracismo de la Iglesia nacional a partir
de 1959 e intentaba despertarla para que adquiriera
su ritmo con todos los riesgos que debe poseer
y desafiar un misionero de Dios.
Pero, quizás, el mensaje papal a los padres
cubanos fue de un frenesí tan realista
como dramático. ''Los padres, sin esperar
que otros los reemplacen en lo que es su responsabilidad,
deben poder escoger para sus hijos el estilo pedagógico,
los contenidos éticos y cívicos
y la inspiración religiosa en la que desean
formarlos integralmente. No esperen que todo les
venga dado. Asuman su misión educativa,
buscando y creando los espacios y medios adecuados
en la sociedad civil''. En Santa Clara, el 22
de enero de 1998, Juan Pablo II, respaldado moral
y éticamente por su propia trayectoria
en su lucha contra el nazismo y el comunismo en
Polonia, rompía el silencio vergonzoso
de los padres cubanos que habían aceptado
las escuelas al campo, los adoctrinamientos escolares
y académicos, convirtiendo su mansedumbre
en una especie de moda masiva, que impedía
que los niños y jóvenes conocieran
a la verdad histórica de su patria, ''para
así evitar problemas''. Y en ocasiones
aceptaban darles a sus hijos tareas también
vergonzosas y alucinantes con tal, también,
de "evitar problemas''.
Comprendiendo las circunstancias, el Papa lanzó
otro mensaje vital, esta vez a esos niños,
esos jóvenes de tan nuevas y desdichadas
generaciones en la isla, para que por sí
mismos emergieran: ''Queridos jóvenes,
sean creyentes o no, acojan el llamado a ser virtuosos.
Ello quiere decir que sean fuertes por dentro,
grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos,
valientes en la verdad, audaces en la libertad,
constantes en la responsabilidad, generosos en
el amor, invencibles en la esperanza. La felicidad
se alcanza desde el sacrificio. No busquen fuera
lo que pueden encontrar dentro. No esperen de
los otros lo que ustedes son capaces y están
llamados a hacer y ser. No dejen para mañana
el construir una sociedad nueva, donde los sueños
más nobles no se frustren y donde ustedes
puedan ser los protagonistas de su historia''.
Aquel 23 de enero de 1998 el Papa selló
con los jóvenes, en Camagüey, este
compromiso.
El viaje del Papa Juan Pablo II a Cuba, fue una
de sus más grandes encomiendas para la
libertad. Lástima que el lema del desafío,
¡no tengan miedo!, tampoco fue escuchado.
|