PRENSA INTERNACIONAL
Abril 4, 2005
 

Una maleta de sueños...

Travesía de una bebé durante el Mariel

Evelyn Pereiro, Univision Television Group. 4 de abril de 2005.

MIAMI, Florida - Quisiera haber podido escribir este artículo contándolo sólo con mi memoria y experiencia personal. Pero desafortunadamente eso no es posible. Tengo 25 años de edad, y salí de Cuba en el año 1980 durante el éxodo del Mariel cuando tenía tres meses de nacida.

Destino final, Cayo Hueso

Lo cierto es que todo lo que sé de Cuba y, sobre todo del Mariel, lo he escuchado en las historias que me han contado mis parientes. Sé que viajé en un bote, acostada a un lado de una maleta y del otro lado estaba Elizabeth, mi hermana gemela.

Desde pequeña mi mamá, mis tíos y abuelos siempre me hablaron de ese incansable viaje de 24 horas que nos permitió llegar a Estados Unidos, "un mundo de oportunidades".

Mi familia y yo llegamos de Cuba a Cayo Hueso el 4 de junio de 1980, a las 4 a.m. de la madrugada. Mi tío Félix, que ya vivía en Florida, nos fue a buscar a la isla en un bote de 25 pies de eslora.

Pero no veníamos solos: En la embarcación viajaban 16 prisioneros y personas con problemas mentales, obligados a salir de la isla por el gobierno cubano. En total eramos 21 personas apretadas dentro de un botecito de 25 pies.

Me cuentan que desde que salimos del Puerto del Mariel navegamos un día entero hasta finalmente llegar a las costas de Florida.

Un rescate a medias

El viaje no fue nada fácil. Mi tío Félix, que navegaba el bote, recuerda: "Cuando llegué al Estrecho de la Florida se hizo muy difícil el viaje. Tuve que ponerme en contacto con los Guardacostas. Nos ofrecieron comida, gasolina, y hasta medicinas. Yo no necesitaba eso. Lo que quería era que recogieran a las niñas y a mis padres, pero no podían porque había muchos barcos hundiéndose y ellos necesitaban ayuda urgente".

De lo único que se acuerda mi mamá (porque estuvo muy enferma durante el viaje) es que, casi llegando a los Cayos, un helicóptero de los Guardacostas bajó una escalerita de madera para que subiera con nosotras.

Pero ¿cómo iba a subir una escalera con dos bebés en sus brazos? Imposible. Por eso decidió continuar el viaje hasta el final en la pequeña embarcación, pese a su enfermedad.

Compañía dentro del bote

Según mi tío, algunos de los presos que iban a bordo comenzaron a tener un comportamiento difícil. Amenazaban con matarlo si no llegaba más rápido. Pero otros fueron atentos y ayudaron durante el viaje.

"Delante de la proa se amarraron para balancear el bote", dijo mi tío. "Uno hasta agarró un salvavidas cuando se amarró a la proa, pero todos sabíamos que si caía al agua se lo comerían los tiburones que rodeaban el bote".

Salir de la isla, otra aventura

Ese es el cuento del viaje, pero otra odisea fue el proceso de salir de la isla. Mi tía Norma cuenta que desde que nos avisaron que podíamos salir tuvimos que esperar un total de 41 días para por fin encontrarnos con mi tío Félix.

Todo se hizo en secreto porque los aliados al régimen acostumbraban a tirarle piedras a las casas de esas personas que decían que se iban, como parte de los actos de repudio organizados por las organizaciones comunistas.

Muchos de nuestros familiares no se enteraron de la súbita partida hasta el día antes que salimos de Santiago de Cuba en autobús hacia el Puerto del Mariel.

"El Mariel en sí era un campamento. Le decían El Mosquito. Parecía un campo de concentración, lleno de locos y gente presa que hace años no veían el cielo ni el mar", recordó mi tía Norma.

"Estuvimos cuatro días ahí con cientos de personas. Era difícil bañarse y la comida era horrible. Estábamos preocupados porque las niñas estaban muy chiquitas y necesitaban alimentarse", añadió.

El mareo de la memoria

Mi tío estuvo todo esos días esperando en el puerto del Mariel junto a otros 3 mil botes. Dice que perdió unas 30 libras. Comía lo que vendía un barco del gobierno cubano llamado, El Barco Comandante Pinares y todo era muy caro allí.

Años después de la travesía mi tío, se marea cada vez que navega en bote, cosa que no le pasaba antes del Mariel. Pero todo valió la pena.

Hoy en día cuando mi familia se reúne y empiezan a recordar el viaje hablan de las personas que conocieron durantes esos tiempos, las dificultades que pasaron y hasta los buenos momentos.

Y, aunque yo no recuerdo nada, siento que soy parte de esa historia. Ahora también la puedo contar.

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