Venezuela
debe aprender de la experiencia cubana
Carlos Alberto Montaner, El
Nuevo Herald, 29 de agosto de 2005.
El 11 de agosto de 2005, en el teatro Teresa
Carreño de Caracas, Felipe Pérez
Roque, ministro de Relaciones Exteriores de Cuba,
describió con bastante franqueza la visión
que tiene Fidel Castro del actual momento histórico.
Es importante recordar un par de asuntos antes
de entrar en materia: Pérez Roque carece
de ideas propias, y, como anunciaron cuando fue
nombrado canciller, su mayor mérito consiste
en repetir con absoluta fidelidad las ocurrencias
del Comandante. No se trata, pues, de un funcionario
con criterio individual, sino de una neutral antena
de repetición.
Por otra parte, no debe ignorarse que, en general,
los criterios y análisis de Castro suelen
convertirse en acciones concretas. En 1975, por
ejemplo, tras la abrupta retirada de Portugal
de sus colonias africanas, Castro vio una oportunidad
de comenzar la conquista de ese continente y en
un par de semanas comenzó el traslado masivo
de sus tropas. Llegó a tener 55,000 soldados
simultáneamente, sólo en Angola,
y allí los mantuvo durante más de
15 años. Castro no es un estadista reflexivo
sino un audaz e imprudente hombre de acción.
Más allá de las habituales tonterías
retóricas de la izquierda bananera, Castro,
por medio de Pérez Roque, describió
su lectura de la coyuntura actual de la siguiente
manera: primero, el comunismo ya se recuperó
tras la debacle de 1989 y la desaparición
de la URSS y sus satélites europeos; segundo,
el objetivo de transformar el planeta de acuerdo
con las hipótesis colectivistas propuestas
por el marxismo vuelve a estar vigente; tercero,
el gran enemigo a batir es Estados Unidos, maligno
y despiadado poder que impone modos de gobernar
al servicio de sus intereses imperiales; cuarto,
la tarea de destruir a Estados Unidos e impulsar
la revolución planetaria corresponde a
América Latina, hoy centro y faro de la
lucha mundial en defensa de las ideas comunistas,
y esa batalla comienza por el acoso y derribo
de los sirvientes del imperialismo yanqui en cada
uno de los países del entorno.
El núcleo duro, el corazón de ese
frente antinorteamericano, anticapitalista y antiliberal,
es la alianza entre La Habana y Caracas, pero
esperan otras incorporaciones a corto plazo. De
ahí la presencia en los actos públicos
de tres personajes importantes de la izquierda
bananera junto a Fidel y a Chávez: el salvadoreño
Shafik Handal, el nicaragüense Daniel Ortega
y el boliviano Evo Morales. Otros se unirán
en el camino para la ''lucha final'', como reza
el himno de la Internacional.
Una vez definida la visión castrochavista,
de donde derivan la misión que se han asignado,
se describe el método para lograr sus objetivos:
en algunos casos se recurrirá a las elecciones,
pero sin renunciar a otras formas de lucha. No
obstante, el pluripartidismo y la democracia,
como la entienden los burgueses, no tienen cabida
en el socialismo del siglo XXI que comienzan a
forjar Castro y Chávez. Cuando Pérez
Roque cita al Che Guevara y dice que al enemigo
no debe dársele ''un tantico así''
de espacio, lo que quiere decir es que dentro
de las coordenadas ideológicas del modelo
de gobierno que defienden no habrá cabida
para las libertades, tales como se entienden en
Occidente. En cuanto a esas otras formas de lucha,
aunque no las menciona Pérez Roque, es
obvio que se refiere a las guerrillas o cualquier
otra expresión de la violencia.
Es posible que esta última aseveración
esconda una cierta fricción teórica
entre Castro y Chávez. Como Castro llegó
al poder a tiros, y a tiros se mantiene desde
hace casi medio siglo, desconfía de las
vías electorales. Pero como la experiencia
chavista es diferente, y los dos poseen personalidades
mesiánicas, lo probable es que discrepen.
Para Chávez, que fracasó cuando
intentó tomar el poder a la fuerza, la
forma de hacer la revolución es llegar
al poder por medio de las urnas, rehacer la Constitución
a la medida de sus planes antidemocráticos,
y comenzar un proceso gradual de recorte de libertades
y de intervencionismo estatal, hasta llegar a
perfilar un cierto tipo de Estado, al que llama
"el socialismo del siglo XXI''.
¿Qué es eso? El socialismo del
siglo XXI es lo que sucede en Cuba, de manera
creciente, desde mediados del siglo XX: una dictadura
militar colectivista, presidida por un caudillo
que actúa sin restricciones, gran y casi
único asignador de privilegios y prebendas,
que pone todo el andamiaje institucional a su
servicio, y que coloca a otros militares y a algunos
civiles de confianza en posiciones de importancia
económica y política para mantenerse
en el poder sobre esa arbitraria estructura de
gobierno. Naturalmente, ese modelo de organización
política, minuciosamente ineficaz, conduce
al empobrecimiento galopante de la sociedad, pero
esas consecuencias se enmascaran tras una permanente
campaña de propaganda encaminada a destacar
supuestos logros parciales obtenidos en la educación
y la salud públicas.
A largo plazo, por supuesto, ese delirante proyecto
de conquista y rediseño del planeta emprendido
por Castro y Chávez acabará en el
mayor de los fracasos, pero a corto y medio plazo
el reto que presenta esa alianza es muy preocupante.
Los primeros perjudicados, obviamente, son los
venezolanos, que verán como el nivel de
vida y el clima de libertades y derechos involucionan
hasta convertir al país en una desdichada
satrapía de la que, con el tiempo, la mejor
opción será escapar. A continuación,
los otros damnificados por el nuevo espasmo colectivista
autoritario serán los países latinoamericanos,
y de manera inmediata los de la región
andina. Los coletazos del castrochavismo estremecerán
a Bolivia y a Ecuador, dos países en los
que el peso del populismo es muy grande y ha abonado
el terreno para este tipo de aventuras.
La tercera víctima será Estados
Unidos, pero la capacidad del castrochavismo para
poner en peligro la estabilidad norteamericana
es mínima, salvo que esa alianza se asocie
con el terrorismo islámico o, como Corea
del Norte, adquiera o desarrolle armas nucleares
o bacteriológicas como una forma de chantaje
o escudo defensivo, algo que, por ahora, no parece
probable.
Es posible, sin embargo, que en el curso del
casi imparable aumento de la hostilidad entre
ambos países, deliberadamente buscado por
un Chávez que necesita un enemigo exterior
para galvanizar a sus propios partidarios, se
produzca una interrupción del suministro
de petróleo venezolano a Estados Unidos,
pero Washington tiene maneras de reducir sustancialmente
los daños que ello provocaría. Si
Estados Unidos sobrevivió a nazis y fascistas,
y luego al peligro tremendo que significó
la URSS durante la Guerra Fría, no parece
razonable esperar que la ridícula amenaza
de la izquierda bananera se convierta en un riesgo
letal.
Como es usual, los países latinoamericanos
no reaccionarán activamente frente al castrochavismo.
La historia latinoamericana demuestra que no existe
en nuestro continente una tradición diplomática
de resistencia frente a las dictaduras. De la
misma manera que al sur del Río Grande,
en medio de la mayor indiferencia se ha convivido
durante décadas con Castro, Stroessner,
Somoza o Trujillo, ninguna nación latinoamericana
moverá un dedo para defenderse de la embestida
castrochavista.
Como, por otra parte, mientras dure la bonanza
petrolera Chávez dispone de unos enormes
recursos para comprar conciencias, fomentar alianzas
y apoyar partidarios, lo predecible es que aumente
su liderazgo continental. Es verdad que se trata
de un personaje folclórico que en los ambientes
más circunspectos mueve a risa, pero para
un sector sustancial de la sociedad latinoamericana
ese estilo simpático de excéntrico
papagayo tropical resulta atractivo. Al fin y
al cabo, los millones de venezolanos que han votado
por él varias veces se parecen a los millones
de latinoamericanos que aprecian sus pintorescas
características.
En cuanto a la reacción norteamericana,
es útil que los venezolanos, especialmente
los de la oposición, entiendan varios rasgos
peculiares del poderío norteamericano.
La observación más importante es
que los americanos no existen. Salvo cuando se
produce una inminente y real amenaza a la seguridad
estadounidense, eso a lo que en América
Latina suele llamarse ''los americanos'', es una
entelequia casi metafísica dispersa entre
la Casa Blanca, el Congreso, los medios de comunicación,
el mundo académico y, en menor medida,
los organismos de seguridad, todos sujetos al
imperio de la ley. Es así, con un poder
difuso y repartido como se diseñó
la república norteamericana a fines del
siglo XVIII, y no hay duda de que a los ciudadanos
de este país les ha ido muy bien con esa
debilidad voluntariamente buscada.
Ese poder constituido por fuerzas divergentes
y a veces contradictorias hace que la capacidad
de reacción de Estados Unidos sea muy lenta
y, con frecuencia, poco efectiva. El presidente
George W. Bush no puede andar por el mundo con
una chequera en la mano compitiendo con la incontenible
solidaridad revolucionaria de Chávez. Se
lo impiden las leyes, las instituciones y las
querellas políticas. Hace unos cuantos
meses, cuando el entonces presidente boliviano
Sánchez de Lozada se reunió con
Bush y le pidió un pequeño préstamo
de urgencia para frenar una crisis que podía
arrastrar a su gobierno, como luego ocurrió,
la negativa de la Casa Blanca fue total.
Sin embargo, Chávez, aunque les parezca
un idiota a la mayor parte de los mandatarios
latinoamericanos -- como me consta que sucede--
, ha podido comprar la complicidad política
o la benevolencia de ciertas islas del Caribe,
del gobierno ecuatoriano de Palacio, de Uruguay
y de Argentina, incluso del gobierno español
de Zapatero. ¿Cómo lo ha hecho?
Lo ha hecho prestando o regalando petróleo,
comprando bonos devaluados, ordenando la fabricación
de barcos y estableciendo canjes o trueques favorables
a los países de los que espera contrapartidas
políticas. Ha invertido o dilapidado miles
de millones de dólares para fortalecer
su red de apoyo político, y es poco lo
que Estados Unido puede hacer para frenarlo o
contrarrestarlo.
En todo caso, si las reflexiones hasta aquí
vertidas no están muy descaminadas, la
conclusión que de ellas se deriva es que
los venezolanos solos, o casi solos, tendrán
que ingeniárselas poner fin a esta pesadilla,
porque nadie, o casi nadie, los va a ayudar de
una manera decisiva. El mundo se encogerá
de hombros o mirará hacia otro lado mientras
el dúo Castro-Chávez se divierte
en sus irresponsables aventuras, y empobrece hasta
la miseria a Venezuela, dado que Cuba hace ya
mucho tiempo que es una pocilga sin esperanzas
de redención mientras no muera el dictador
y comience a cambiar el sistema.
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