Misión
Piña en La Habana
Miguel Cossio. El
Nuevo Herald, 16 de agosto de 2005.
Vicente Fox ha despachado a Pepe Piña
como su embajador en La Habana. Designar a Pepe
Piña en Cuba es como embarcar a Juan Pérez
en una misión extraordinaria y plenipotenciaria
al reino de Swazilandia.
Llama la atención que Fox haya escogido
al ex jefe de personal de la cancillería
mexicana para lidiar con el régimen cubano,
mientras Fidel Castro mantiene en México
a su vicecanciller más experimentado, Jorge
Bolaños.
¿Qué pensaría usted del
gobierno vecino si el embajador con quien va a
tratar asuntos complejos es el hombre que durante
cinco años se encargó de velar por
el cuidado de la papelería, el historial
burocrático y la puntualidad de los empleados
del servicio exterior de su país?
Quizás por eso el gobierno de Castro se
tomó casi tres meses en otorgarle el beneplácito
a Piña. Quizás por eso el canciller
cubano, Felipe Pérez Roque, despotricó
hace unos días contra el gobierno mexicano
cuando dijo que México y Cuba no tienen
buenas relaciones ni las tendrán mientras
"el presidente Vicente Fox esté en
el poder''.
''No pueden existir relaciones diplomáticas
normales porque el gobierno de México se
alineó con Estados Unidos en la Comisión
de Derechos Humanos de Ginebra y no las habrá
mientras no se rectifique ese voto. Nosotros ya
no lo esperamos del gobierno de Fox'', sentenció
el canciller castrista.
Por cierto, Pérez Roque ofreció
esas declaraciones en Panamá, donde Pepe
Piña todavía se desempeñaba
como embajador de Fox. Como dicen los mexicanos,
Pérez Roque ''le partió la madre
a Pepe'' anticipadamente.
Pobre Pepe, que está tan contento con
su nuevo encargo. El, que sueña con ''recomponer''
en un año las relaciones con Cuba, concretar
un nuevo acuerdo migratorio y reflotar el comercio
bilateral, que en la última década
cayó en un 60 por ciento.
Quienes lo conocen dicen que Pepe Piña
es un burócrata decente, celoso del protocolo,
eficiente en las grandes tareas que se le han
encomendado: representar a México en Perú
y en El Salvador.
Pepe es un funcionario menor comparado con las
vacas sagradas de la política mexicana
que han servido como embajadores en Cuba: Enrique
Olivares Santana y Mario Moya Palencia, ex secretarios
de Gobernación; Rodolfo Echeverría
Ruiz y Beatriz Paredes Rangel, ex secretarios
generales del Partido Revolucionario Institucional
(PRI); Gonzalo Martínez Corbalá
y Pedro Joaquín Coldwell, ex gobernadores.
Pepe ni siquiera forma parte del círculo
aristocrático de la diplomacia mexicana,
donde uno se tropieza con apellidos como Rozental,
Tello, Green, De Icaza, Lajous, Heller, Bremer.
Tal vez desesperado por ganar algo de peso político
propio, Piña ya dio su primer traspié
y contradijo al vocero presidencial de Fox. Mientras
Rubén Aguilar afirmaba que el trato con
Cuba marchaba bien, Pepe sostenía todo
lo contrario. ''La relación está
deteriorada y mi papel es recomponerla'', dijo.
Sin embargo, Piña no podrá superar
los gigantescos escollos que tiene ante sí:
resolver la creciente crisis migratoria creada
por los miles de cubanos que llegan cada año
a México; convencer a Fidel Castro de que
cese su papel de intermediario en el trasiego
de armas desde Venezuela a las guerrillas mexicanas;
lograr que Cuba salde su deuda de 450 millones
de dólares con el Banco Nacional de Comercio
Exterior de México (Bancomext); conseguir
toda la información que el gobierno cubano
posee sobre el caso del empresario Carlos Ahumada
Kurtz; y obtener una respuesta oficial sobre la
presencia de agentes cubanos en México.
Le vaticino a Pepe un año sabático
en La Habana. Lo imagino sentado al borde de la
piscina de su residencia, saboreando un mojito
y releyendo Ilusiones perdidas, de Honorato de
Balzac.
Director editorial y de noticias de América
Te Ve.
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