PRENSA INTERNACIONAL
Agosto 22, 2005
 

Jueces ofuscados

Daniel Morcate, El Nuevo Herald, 19 de agosto de 2005.

Es una suprema ironía que una corte federal de apelaciones haya anulado el proceso judicial contra cinco espías castristas alegando prejuicios en la comunidad donde se celebró. La ironía estriba en que el fallo anulatorio que emitió la Oncena Corte de Apelaciones de Atlanta contiene muchos más prejuicios hacia la comunidad cubanoamericana que los que a ella le critica. De hecho, por primera vez en la historia, la decisión traslada al plano judicial la ojeriza y el resentimiento de ciertos sectores norteamericanos a los exiliados cubanos. Esas bajas pasiones anticubanas hace tiempo proliferan en las universidades y en los grupos políticos que han simpatizado, o simpatizan todavía, con las dictaduras totalitarias. Ahora ya sabemos que también han encontrado al menos un nicho en el ámbito judicial, donde muchos esperaban, no sin cierta ingenuidad, mayor ecuanimidad. O menos apasionamiento.

Al anular el juicio y el veredicto de culpabilidad, los tres jueces que integraron el panel de apelaciones ignoraron olímpicamente que ni un solo miembro del jurado del caso era de origen cubano. Esta calculada exclusión en una comunidad donde los cubanos y sus descendientes forman la cuarta parte de la población denota más bien un prejuicio, de dudosa legalidad por cierto, que favoreció a la defensa. Los magistrados también ignoraron la imparcialidad fundamental con que la corte federal de Miami manejó otros aspectos del proceso. La corte, por ejemplo, dio luz verde a la estrecha colaboración entre los abogados de la defensa y el régimen de Fidel Castro, un gobierno ilegítimo que vive del odio a la sociedad norteamericana, incluyendo sus instituciones judiciales.

Los jueces en parte basaron su patética decisión en que el juicio a los espías había coincidido con una época de fuertes sentimientos anticastristas en el Gran Miami debido al proceso que culminó con la deportación a Cuba de Elián González. Pero lo cierto es que, en aquellos momentos, las encuestas sugerían que sólo los cubanoamericanos apoyaban en forma abrumadora la concesión de asilo político al niño balsero. Los blancos no hispanos y los afroamericanos mayoritariamente respaldaban su devolución a la isla y los pasos que daba el gobierno del presidente Bill Clinton para propiciarla. Los hispanos no cubanos estaban divididos. El jurado del juicio a los espías se formó con representantes de estos últimos grupos étnicos. Por consiguiente, de acuerdo a sus propios razonamientos simplistas, los jueces de apelaciones debieron haber concluido que, durante el juicio, en nuestra comunidad prevalecieron los sentimientos procastristas y no los contrarios.

Más que el mérito de los abogados defensores, la anulación del fallo y las condenas denota el tesón con que el régimen de Castro está trabajando en el caso de los espías. La Habana no se da por enterada de que la mayoría de los encartados en este proceso se declararon culpables hace tiempo. Sólo reconoce la existencia de los cinco que fueron a juicio. Y los ha convertido en una de esas seudocausas emblemáticas con las que tradicionalmente desvía la atención de cubanos y extranjeros de su ineptitud y envilecimiento. A los infelices familiares de los espías los ha transformado en plañideras que envía de país en país a llorar la falsa inocencia de los acusados. E incluso manipuló a un oscuro panel de Naciones Unidas para que declarara ''arbitraria'' su detención.

Pero sin duda la mayor manipulación que del caso ha hecho el régimen hasta ahora es la que produjo la anulación del juicio y las condenas carcelarias. La dictadura cubana, indirectamente, a través de terceros, logró ofuscar y sacarles los prejuicios contra los exiliados a tres jueces federales. Soy consciente de que esta conclusión va a resultar impopular e incluso ofensiva entre esos magistrados, si es que alguna vez llegan a leer este comentario. Pero confío en que cualquier decepción que les causen mis opiniones se vea mitigada por el reconocimiento de que vivimos en un país libre donde, inclusive a ciertos magistrados federales, podemos llamarles racistas solapados.

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