PRENSA INTERNACIONAL
Septiembre 27, 2004
 

Celia Cruz: el precio de la gloria

Cristóbal Díaz Ayala, Especial / El Nuevo Herald. 26 de septiembre de 2004.

El 16 de julio del 2003, Celia dejó el mundo de los vivos para convertirse por derecho propio, en uno de los mitos de la cultura popular latinoamericana.

Coincidiendo con el primer aniversario de su deceso, se han publicado dos libros sobre su vida. Uno, titulado Azúcar, La biografía de Celia Cruz, escrito por el colombiano Eduardo Marceles, en que el autor narra su vida en 35 capítulos, comenzando por su funeral en Nueva York. En sus 305 páginas hay una extensa información sobre la biografiada, aunque abundan errores fácticos, y además, falta de perspectiva. Marceles, con amplia experiencia en el campo de las artes visuales, según la nota biográfica del propio libro, parece no tenerla en el frondoso campo de lo popular. No es el libro que el público esperaba sobre Celia, uno en que se especule en los ingredientes de la saga de su vida, que se plantee la posición de Celia, su legado, en función de lo que es una figura universal. Al libro le falta obviamente un último capítulo, de los comentarios alrededor del mundo, de las primeras páginas de los diarios, de las revistas, de documentales de las grandes cadenas televisivas que hablaron de ella. El autor no fue más lejos que escribir, lo mejor que pudo, de Celia Cruz. Pero se trataba de otra cosa: ponderar y soñar con un mito.

El otro libro, es su autobiografía, con la colaboración de la mexicana Ana Cristina Reymundo. Como todas las autobiografías, el libro refleja cómo Celia se veía a sí misma, no cómo la ven los demás. Y por supuesto es un documento esencial para entender a Celia, pero no el único. Y con los dos libros, comienzan las vicisitudes del mito Celia Cruz.

De Azúcar, el público protesta airado sobre la posibilidad de que Celia hubiese cantado en 1959 una canción con frases halagadoras para Fidel; y olvidamos que en ese primer año de la Revolución, una mayoría abrumadora del pueblo cubano estaba con la Revolución y con Fidel, que sobre todo en el ambiente radial, televisivo y discográfico, los testimonios a favor eran muy frecuentes. Artistas como Rolando Laserie, Leopoldo Fernández y Aníbal de Mar, entre otros, grabaron números a favor de la Revolución. Gilberto Valdés escribió el danzón Los barbudos, grabado por la orquesta de Fajardo, y pudiéramos citar otros casos. Todos ellos poco después, como Celia y la Sonora Matancera, tomaron el camino del exilio.

Si el libro de Marceles es criticado por esta inclusión, la autobiografía es objetada por omitir la macartiana inclusión de Celia como comunista, en los archivos llenos de errores y disparates, del FBI. Todos los seres humanos tenemos derecho a tratar de olvidar las páginas desagradables de nuestra vida. De hecho, gran parte de la obra de Freud fue enseñarnos a desenterrar esos olvidos que están en nuestro subconsciente. Pero parece le negamos a Celia ese derecho.

En fin, que Celia ha comenzado a transitar por el desagradable camino de invenciones, infundios y fantasías que tienen que recorrer los mitos populares. Carlos Gardel, para comenzar, tiene disputado su país de nacimiento entre Francia, Argentina y Uruguay. Se especuló además en los años siguientes a su muerte, si efectivamente ésta era cierta, o si andaba escondido en las selvas colombianas, desfigurado por las llamas en el accidente de aviación ocurrido en Medellín. Se le ha imputado que era homosexual, como un grave delito; también, que su noviazgo con Isabelita era falso, en fin, todo un rosario de especulaciones. De Pedro Infante se dijo que su muerte, casualmente también en un accidente de aviación, se debió a que llevaba sobrecargado el avión que pilotaba, con contrabando.

El proceso de beatificación o santificación dentro de la religión católica, lleva largos años. Y en el mismo, la Iglesia designa a una figura que actúa como abogado del diablo, escudriñando en la vida del candidato para encontrar posibles hechos detrimentales que le descalifiquen. Para los mitos, esa función la desarrolla el pueblo. De ahí nacen esos rumores, que sólo sirven para que la misma opinión pública salga ofendida a romper lanzas por su mito.

Celia, por supuesto, va a prevalecer sobre todos estos rumores. Pero sus familiares y seguidores sufren estas especulaciones. De otra parte, es muy probable que también venga la santificación del mito, como ocurre por ejemplo con Eva Perón, tan bien narrado en la novela de Tomás Eloy Martínez, Santa Evita. El retrato de Pedro Infante está al lado de la famosa imagen del Sagrado Corazón de Jesús, en millones de casas pobres en México, y se le reza y hace peticiones a ambos.

Hace años, conocí en Medellín, a un personaje singular. El Gordo Aníbal tenía un modesto pero concurrido bar en aquella ciudad, donde la vitrola o traganíqueles, tenía mayormente discos de Gardel. En un rincón del café, había un retrato inmenso de Gardel pintado al óleo. Aníbal todas las noches cuando cerraba su bar, hablaba a solas con Gardel, le consultaba sus problemas, y el cuadro, según él, le contestaba. Un día, uno de sus clientes le pidió de favor a Aníbal que le consultase a Gardel una importante decisión de negocios que tenía que hacer. Aníbal lo hizo, y le pasó la contestación a su cliente. Días después, éste llegó al bar con un obsequio para Aníbal: dos pasajes ida y vuelta a México, con estancia de hotel y otros gastos pagos para Aníbal, para quien visitar la tierra azteca había sido el sueño de su vida. Razón del obsequio: el cliente había seguido el consejo de Gardel, y el negocio le había resultado magnífico.

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