Celia
Cruz: el precio de la gloria
Cristóbal Díaz Ayala,
Especial / El
Nuevo Herald. 26 de septiembre de 2004.
El 16 de julio del 2003, Celia dejó el
mundo de los vivos para convertirse por derecho
propio, en uno de los mitos de la cultura popular
latinoamericana.
Coincidiendo con el primer aniversario de su
deceso, se han publicado dos libros sobre su vida.
Uno, titulado Azúcar, La biografía
de Celia Cruz, escrito por el colombiano Eduardo
Marceles, en que el autor narra su vida en 35
capítulos, comenzando por su funeral en
Nueva York. En sus 305 páginas hay una
extensa información sobre la biografiada,
aunque abundan errores fácticos, y además,
falta de perspectiva. Marceles, con amplia experiencia
en el campo de las artes visuales, según
la nota biográfica del propio libro, parece
no tenerla en el frondoso campo de lo popular.
No es el libro que el público esperaba
sobre Celia, uno en que se especule en los ingredientes
de la saga de su vida, que se plantee la posición
de Celia, su legado, en función de lo que
es una figura universal. Al libro le falta obviamente
un último capítulo, de los comentarios
alrededor del mundo, de las primeras páginas
de los diarios, de las revistas, de documentales
de las grandes cadenas televisivas que hablaron
de ella. El autor no fue más lejos que
escribir, lo mejor que pudo, de Celia Cruz. Pero
se trataba de otra cosa: ponderar y soñar
con un mito.
El otro libro, es su autobiografía, con
la colaboración de la mexicana Ana Cristina
Reymundo. Como todas las autobiografías,
el libro refleja cómo Celia se veía
a sí misma, no cómo la ven los demás.
Y por supuesto es un documento esencial para entender
a Celia, pero no el único. Y con los dos
libros, comienzan las vicisitudes del mito Celia
Cruz.
De Azúcar, el público protesta
airado sobre la posibilidad de que Celia hubiese
cantado en 1959 una canción con frases
halagadoras para Fidel; y olvidamos que en ese
primer año de la Revolución, una
mayoría abrumadora del pueblo cubano estaba
con la Revolución y con Fidel, que sobre
todo en el ambiente radial, televisivo y discográfico,
los testimonios a favor eran muy frecuentes. Artistas
como Rolando Laserie, Leopoldo Fernández
y Aníbal de Mar, entre otros, grabaron
números a favor de la Revolución.
Gilberto Valdés escribió el danzón
Los barbudos, grabado por la orquesta de Fajardo,
y pudiéramos citar otros casos. Todos ellos
poco después, como Celia y la Sonora Matancera,
tomaron el camino del exilio.
Si el libro de Marceles es criticado por esta
inclusión, la autobiografía es objetada
por omitir la macartiana inclusión de Celia
como comunista, en los archivos llenos de errores
y disparates, del FBI. Todos los seres humanos
tenemos derecho a tratar de olvidar las páginas
desagradables de nuestra vida. De hecho, gran
parte de la obra de Freud fue enseñarnos
a desenterrar esos olvidos que están en
nuestro subconsciente. Pero parece le negamos
a Celia ese derecho.
En fin, que Celia ha comenzado a transitar por
el desagradable camino de invenciones, infundios
y fantasías que tienen que recorrer los
mitos populares. Carlos Gardel, para comenzar,
tiene disputado su país de nacimiento entre
Francia, Argentina y Uruguay. Se especuló
además en los años siguientes a
su muerte, si efectivamente ésta era cierta,
o si andaba escondido en las selvas colombianas,
desfigurado por las llamas en el accidente de
aviación ocurrido en Medellín. Se
le ha imputado que era homosexual, como un grave
delito; también, que su noviazgo con Isabelita
era falso, en fin, todo un rosario de especulaciones.
De Pedro Infante se dijo que su muerte, casualmente
también en un accidente de aviación,
se debió a que llevaba sobrecargado el
avión que pilotaba, con contrabando.
El proceso de beatificación o santificación
dentro de la religión católica,
lleva largos años. Y en el mismo, la Iglesia
designa a una figura que actúa como abogado
del diablo, escudriñando en la vida del
candidato para encontrar posibles hechos detrimentales
que le descalifiquen. Para los mitos, esa función
la desarrolla el pueblo. De ahí nacen esos
rumores, que sólo sirven para que la misma
opinión pública salga ofendida a
romper lanzas por su mito.
Celia, por supuesto, va a prevalecer sobre todos
estos rumores. Pero sus familiares y seguidores
sufren estas especulaciones. De otra parte, es
muy probable que también venga la santificación
del mito, como ocurre por ejemplo con Eva Perón,
tan bien narrado en la novela de Tomás
Eloy Martínez, Santa Evita. El retrato
de Pedro Infante está al lado de la famosa
imagen del Sagrado Corazón de Jesús,
en millones de casas pobres en México,
y se le reza y hace peticiones a ambos.
Hace años, conocí en Medellín,
a un personaje singular. El Gordo Aníbal
tenía un modesto pero concurrido bar en
aquella ciudad, donde la vitrola o traganíqueles,
tenía mayormente discos de Gardel. En un
rincón del café, había un
retrato inmenso de Gardel pintado al óleo.
Aníbal todas las noches cuando cerraba
su bar, hablaba a solas con Gardel, le consultaba
sus problemas, y el cuadro, según él,
le contestaba. Un día, uno de sus clientes
le pidió de favor a Aníbal que le
consultase a Gardel una importante decisión
de negocios que tenía que hacer. Aníbal
lo hizo, y le pasó la contestación
a su cliente. Días después, éste
llegó al bar con un obsequio para Aníbal:
dos pasajes ida y vuelta a México, con
estancia de hotel y otros gastos pagos para Aníbal,
para quien visitar la tierra azteca había
sido el sueño de su vida. Razón
del obsequio: el cliente había seguido
el consejo de Gardel, y el negocio le había
resultado magnífico.
|