El
Diario de la Marina nunca morirá
Agustín Tamargo. El
Nuevo Herald, 12 de septiembre de 2004.
En el exilio cubano de Miami se han publicado
muchos libros. Algunas veces pienso que demasiados.
Libros sobre lo que se tuvo y se desea volver
a tener, libros sobre lo que Cuba fue una vez
y se ansía que lo vuelva a ser. La nostalgia,
madre del llanto; el desahogo, sustituto del pase
de cuentas. Pero ha aparecido últimamente
un libro que cumple admirablemente, a mi juicio,
el papel que todo libro histórico debe
cumplir, que es el de ser un testimonio. Me refiero
a las memorias de José Ignacio Rivero,
director propietario del Diario de la Marina.
¿Habrá que decirle a algún
cubano lo que fue en la historia de Cuba el Diario
de la Marina? Yo creo que no. Desde el sistema
político plural de los partidos múltiples
hasta la universidad, pasando por nuestro legendario
movimiento obrero, hasta llegar a una de las economías
más pujantes del hemisferio, nada ha quedado
en la Cuba de hoy que le recuerde al mundo la
Cuba de ayer. Los cargos más altos están
a cargo de mediocridades, el Parlamento es una
ridícula tribuna de papagayos desconocidos,
los sindicatos un nido de matones y de sumisos
y por la televisión, la radio y los teatros
los que circulan hoy son fantasmones grises que
no le dicen nada a nadie.
¿Y la prensa? ¿Dónde está
hoy la prensa cubana de ayer, que era uno de los
sostenes más firmes del juego democrático
nacional? ¿Dónde están la
revista Bohemia y el periódico Prensa Libre,
que formaron la conciencia de los cubanos en las
cuatro décadas anteriores al castrismo
como verdaderas escuelas del pensamiento político
plural? ¿Dónde están Información,
El Mundo, El País, el Crisol, el Excelsior,
la revista Carteles y tantos órganos de
prensa admirables, hasta de las provincias? Están
donde está todo en la Cuba de hoy: enterrados
en el polvo del olvido, sepultados en un foso
de falsificaciones y calumnias para impedir que
ejerzan la función cívica que ejercieron
una vez.
La generación fidelista es una generación
de sombras. La historia de Cuba que ha sido enseñada
en las escuelas fidelistas no es una historia,
es una ridícula caricatura. Mediocridades
deformadas ocupan el lugar egregio que un día
ocuparan Ramiro Guerra, Mañach, o Portell
Vilá, papeluchos mal escritos y peor impresos
como el Granma o Juventud Rebelde llenan el vacío
dejado por una prensa de primera línea.
Esto no se llama accidente, esto se llama desolación.
La Cuba que deja el fidelismo es un páramo
frío donde sólo de vez en cuando
se ve arder una pequeña llama de rebeldía
nacional, devolviéndonos la esperanza.
En las tres Cubas, la de la colonia, la de la
república y la de la tiranía hay
diferencias radicales. La segunda fue continuación
de la primera, pero la tercera no es la continuación
de nada. La tierra será la misma de siempre,
el hombre será el mismo de siempre, pero
los moldes legales y sociales que se le han impuesto
y bajo los cuales se le ha obligado vivir han
hecho de ese hombre un ciudadano diferente, amorfo,
aplastado por la sumisión al punto de afirmar
que cree en lo que no cree y de vivir lo que dignamente
nadie puede llamar realmente vida.
¿Por qué he llegado hasta aquí,
cuando lo que quería era saludar la aparición
de estas memorias de José Ignacio Rivero
y del legendario Diario de la Marina? Pues por
una sola razón: porque el Diario de la
Marina fue una de las más escandalosas
víctimas del espíritu de venganza
y de rencor que Fidel Castro nos impuso a los
cubanos en enero de 1959.
El Diario de la Marina venía de la colonia,
pero se la quitó en seguida de encima en
cuanto se estableció la república.
El Diario de la Marina no era liberal, era conservador,
pero se enfrentó a la tiranía de
Machado. El Diario de la Marina era la casa natural
de las clases poderosas (hacendados, colonos,
inversionistas extranjeros, emigrantes españoles
ricos, la Iglesia católica), pero el Diario
de la Marina no cerró nunca sus puertas
a los agentes de la transformación social
cubana, fueran del partido que fueran. El Diario
de la Marina era blanco, pero fue el primer periódico
en darle en su página editorial una columna
a un periodista negro para tratar asuntos negros.
El famoso Pepín Rivero, dueño de
ese diario y alma de él en su mejor periodo,
tuvo un día una polémica con un
periodista por el tema racial. Pero días
antes de morir lo llamó por teléfono
y lo nombró jefe del periódico.
Aquel periodista era un cubano negro y se llamaba
Gastón Baquero.
Se me acaba el espacio y no puedo decir todo
lo que quiero (para dejar mi alma en paz, ya que
yo fui también alguna vez amargo crítico
del Diario de la Marina), sobre este órgano
de prensa y su último director, nuestro
querido José Ignacio Rivero. No creo que
haga falta. En este libro está todo. Los
honores internacionales rendidos a José
Ignacio, su devolución a su querida España
de la condecoración más alta de
ese país por la relación de Franco
con Castro, su correspondencia con Ferrara, con
Batista y con docenas de eminencias internacionales.
Y está, sobre todo, la historia que muchos
no conocen y otros ocultan sobre la forma en que
este gran periódico, esta institución
cívica de la Cuba de ayer que fue el Diario
de la Marina, fue sometido a saqueo, ataques,
ofensas y humillaciones y su director obligado
a exilarse antes de que las turbas lo lincharan,
mientras el resto de la prensa y la sociedad cubana
entera miraban atónitos, pero en silencio,
aquel crimen, sin que una sola voz se alzara para
denunciarlo.
José Ignacio Rivero es respetado y querido
por todos los cubanos. El Diario de la Marina
es hoy vigoroso símbolo de la mejor prensa
libre de Cuba, causa por la cual ese diario fue
aplastado. Yo confío en que el destino
nos permitirá decir todo esto un día
no muy lejano, en alta voz. Pero no aquí
en el destierro, sino en Cuba, aquella tierra
nuestra atormentada y ensangrentada sin la que
los cubanos de la izquierda, de la derecha y del
centro no podemos realmente vivir.
|