PRENSA INTERNACIONAL
Septiembre 13, 2004
 

El Diario de la Marina nunca morirá

Agustín Tamargo. El Nuevo Herald, 12 de septiembre de 2004.

En el exilio cubano de Miami se han publicado muchos libros. Algunas veces pienso que demasiados. Libros sobre lo que se tuvo y se desea volver a tener, libros sobre lo que Cuba fue una vez y se ansía que lo vuelva a ser. La nostalgia, madre del llanto; el desahogo, sustituto del pase de cuentas. Pero ha aparecido últimamente un libro que cumple admirablemente, a mi juicio, el papel que todo libro histórico debe cumplir, que es el de ser un testimonio. Me refiero a las memorias de José Ignacio Rivero, director propietario del Diario de la Marina.

¿Habrá que decirle a algún cubano lo que fue en la historia de Cuba el Diario de la Marina? Yo creo que no. Desde el sistema político plural de los partidos múltiples hasta la universidad, pasando por nuestro legendario movimiento obrero, hasta llegar a una de las economías más pujantes del hemisferio, nada ha quedado en la Cuba de hoy que le recuerde al mundo la Cuba de ayer. Los cargos más altos están a cargo de mediocridades, el Parlamento es una ridícula tribuna de papagayos desconocidos, los sindicatos un nido de matones y de sumisos y por la televisión, la radio y los teatros los que circulan hoy son fantasmones grises que no le dicen nada a nadie.

¿Y la prensa? ¿Dónde está hoy la prensa cubana de ayer, que era uno de los sostenes más firmes del juego democrático nacional? ¿Dónde están la revista Bohemia y el periódico Prensa Libre, que formaron la conciencia de los cubanos en las cuatro décadas anteriores al castrismo como verdaderas escuelas del pensamiento político plural? ¿Dónde están Información, El Mundo, El País, el Crisol, el Excelsior, la revista Carteles y tantos órganos de prensa admirables, hasta de las provincias? Están donde está todo en la Cuba de hoy: enterrados en el polvo del olvido, sepultados en un foso de falsificaciones y calumnias para impedir que ejerzan la función cívica que ejercieron una vez.

La generación fidelista es una generación de sombras. La historia de Cuba que ha sido enseñada en las escuelas fidelistas no es una historia, es una ridícula caricatura. Mediocridades deformadas ocupan el lugar egregio que un día ocuparan Ramiro Guerra, Mañach, o Portell Vilá, papeluchos mal escritos y peor impresos como el Granma o Juventud Rebelde llenan el vacío dejado por una prensa de primera línea. Esto no se llama accidente, esto se llama desolación. La Cuba que deja el fidelismo es un páramo frío donde sólo de vez en cuando se ve arder una pequeña llama de rebeldía nacional, devolviéndonos la esperanza. En las tres Cubas, la de la colonia, la de la república y la de la tiranía hay diferencias radicales. La segunda fue continuación de la primera, pero la tercera no es la continuación de nada. La tierra será la misma de siempre, el hombre será el mismo de siempre, pero los moldes legales y sociales que se le han impuesto y bajo los cuales se le ha obligado vivir han hecho de ese hombre un ciudadano diferente, amorfo, aplastado por la sumisión al punto de afirmar que cree en lo que no cree y de vivir lo que dignamente nadie puede llamar realmente vida.

¿Por qué he llegado hasta aquí, cuando lo que quería era saludar la aparición de estas memorias de José Ignacio Rivero y del legendario Diario de la Marina? Pues por una sola razón: porque el Diario de la Marina fue una de las más escandalosas víctimas del espíritu de venganza y de rencor que Fidel Castro nos impuso a los cubanos en enero de 1959.

El Diario de la Marina venía de la colonia, pero se la quitó en seguida de encima en cuanto se estableció la república. El Diario de la Marina no era liberal, era conservador, pero se enfrentó a la tiranía de Machado. El Diario de la Marina era la casa natural de las clases poderosas (hacendados, colonos, inversionistas extranjeros, emigrantes españoles ricos, la Iglesia católica), pero el Diario de la Marina no cerró nunca sus puertas a los agentes de la transformación social cubana, fueran del partido que fueran. El Diario de la Marina era blanco, pero fue el primer periódico en darle en su página editorial una columna a un periodista negro para tratar asuntos negros. El famoso Pepín Rivero, dueño de ese diario y alma de él en su mejor periodo, tuvo un día una polémica con un periodista por el tema racial. Pero días antes de morir lo llamó por teléfono y lo nombró jefe del periódico. Aquel periodista era un cubano negro y se llamaba Gastón Baquero.

Se me acaba el espacio y no puedo decir todo lo que quiero (para dejar mi alma en paz, ya que yo fui también alguna vez amargo crítico del Diario de la Marina), sobre este órgano de prensa y su último director, nuestro querido José Ignacio Rivero. No creo que haga falta. En este libro está todo. Los honores internacionales rendidos a José Ignacio, su devolución a su querida España de la condecoración más alta de ese país por la relación de Franco con Castro, su correspondencia con Ferrara, con Batista y con docenas de eminencias internacionales. Y está, sobre todo, la historia que muchos no conocen y otros ocultan sobre la forma en que este gran periódico, esta institución cívica de la Cuba de ayer que fue el Diario de la Marina, fue sometido a saqueo, ataques, ofensas y humillaciones y su director obligado a exilarse antes de que las turbas lo lincharan, mientras el resto de la prensa y la sociedad cubana entera miraban atónitos, pero en silencio, aquel crimen, sin que una sola voz se alzara para denunciarlo.

José Ignacio Rivero es respetado y querido por todos los cubanos. El Diario de la Marina es hoy vigoroso símbolo de la mejor prensa libre de Cuba, causa por la cual ese diario fue aplastado. Yo confío en que el destino nos permitirá decir todo esto un día no muy lejano, en alta voz. Pero no aquí en el destierro, sino en Cuba, aquella tierra nuestra atormentada y ensangrentada sin la que los cubanos de la izquierda, de la derecha y del centro no podemos realmente vivir.

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