ECONOMIA
Mercados experimentales
Oscar Mario González,
Grupo Decoro
LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - Después
de casi medio siglo experimentando, el gobierno
cubano inauguró recientemente los llamados
mercados experimentales.
Fueron concebidos para vender a la población
aquellos productos por mucho tiempo guardados
en los almacenes de las empresas y en otras entidades
del gobierno.
La idea inicial pertenece a la Empresa Comercializadora
de Productos Ociosos y de Lenta Rotación
(COPLER), y contemplaba la creación de
una cadena de mercados de este tipo, todo lo cual
se insertaba en un proyecto llamado REMED (Red
de Mercados Experimentales), regidos por el Ministerio
de Comercio Interior.
Realmente, la iniciativa no es del todo novedosa.
Desde la década de 1980, y ante el abarrotamiento
de los almacenes estatales de productos carentes
de salida, el gobierno se vio forzado a buscar
soluciones. Fue así como se crearon las
llamadas ferias de recursos ociosos, organizadas
y promovidas por el entonces Comité de
Abastecimiento Técnico Material (CEATM).
En cada región del país se organizaron
verdaderos emporios de los más diversos
equipos, materiales, componentes técnicos
y otros enseres. En ellos se ofertaban desde tornillos,
tuercas y remaches hasta instalaciones, instrumentos
y accesorios. Tamaño desastre no era privativo
de Cuba, aunque pudiera haber tenido en nuestro
país una incidencia mayor. En la ex Unión
Soviética, máxima gestora del comunismo
mundial, sucedía algo parecido. Todo como
resultado de la anulación del mercado,
la total centralización económica
y la ausencia de propiedad privada.
Los que tal realidad pudimos ver y presenciar
estamos curados de espanto. Ello vale más
que cualquier libro de economía de cualquier
economista, por muy premio Nobel que pueda ser.
Todo aquello resultó un fracaso. Generalmente
los productos que se ofertaban eran muy específicos
o tenían defectos, por cuya razón
los poseedores se querían deshacer de ellos.
Por eso, cuando constato la identidad de propósitos
entre las antiguas ferias y los actuales mercados
experimentales, no puedo dejar de pronosticarles
a estos últimos un inevitable fracaso.
Es cierto que los más recientes se nutren
del público como clientela y que este público
carece de las cosas más elementales. Aún
así, esas personas, como toda la población,
no está tan abundante de dinero como para
dilapidarlo en cosas de desconocida y hasta misteriosa
utilidad.
Porque en mis visitas más recientes a
los dos mercados instalados en la capital, uno
en el reparto Los Quemados, en Marianao, a un
costado del anfiteatro municipal, y el otro en
la tienda Fin de siglo, en Centro Habana, la impresión
no fue nada buena. Sobre todo en este último
lugar, que resultó el más representativo.
Ambos mercados experimentales ofrecen la estampa
de decenas de empleados aburridos y ociosos, como
los propios recursos que pretenden venderle al
público. Ojos marchitos cuyas miradas revelan
el desaliento por la ilusión desvanecida
de lo que un día prometió ser un
buen trabajito con aceptable nivel de "invento".
Exposición de cosas raras que el público
no se imagina para qué pueden servir y
que, cuando interrogan a los dependientes, y éstos,
solícitos, explican y vuelven a explicar,
el cliente se siente más confundido e ignorante.
Correas, poleas metálicas, puertas, guardafangos
y defensas de automóviles; carcazas de
ventiladores, de batidoras y de radio grabadoras;
pipetas, morteros y tubos de cultivo (éstos
tres últimos enseres utilizados en laboratorios).
Todo un conjunto de objetos inexpresivos y mudos.
Cosas que no son lindas ni feas; misteriosas e
inaccesibles; desconocidas, pero sin interés
por conocerlas; declaradamente útiles pero
sin que interese su utilidad, porque ésta
no forma parte del diario vivir; cosas que no
se mueven, ni ríen, ni cantan; ni se relacionan
con el sartén y la cazuela.
Sólo el departamento de ropa vieja o de
uso o reciclada, como le dice el gobierno (que
es el único que dice y por ello dice lo
que la da la gana de decir), atrae a gran número
de personas. Allí se aglutinan jóvenes,
viejos, hombres y mujeres. Policías y bomberos
vestidos de paisano; electricistas y secretarias;
jamoneros, carteristas y miembros de la religión
de los adventistas del séptimo día.
Esta busca una saya y aquél un pantalón,
y el muchacho de la secundaria un pull over que
está "tocao".
Todos buscan y encuentran, aunque lo que encuentran
no sea lo que vinieron a buscar. Pero no hay problemas,
porque estamos en Cuba. Tierra donde se puede
ir a la playa en un camión de cinco pesos,
y por cincuenta se puede comprar un jean en el
mercado experimental, aunque sea viejo o reciclado.
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