PRENSA INDEPENDIENTE
Marzo 5, 2004

SOCIEDAD
La situación de Eduardo

LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - Eduardo cree que ya tiene la solución a sus problemas, que son muchos y de todo tipo. La encontró leyendo el periódico, cosa que raramente hace.

La anunciaba un titular como "la solución del barrio": una convocatoria para hallar jefes de sectores policiales que mantengan la quebrantada legalidad socialista, para la cual lo que no es ilegal está prohibido.

Los requisitos: una escolaridad de 12mo. grado, ser menor de 45 años y mantener una actitud política-ideológica intachable.

A sus 34 años, con una mujer y dos hijos y una casa a medio construir, Eduardo está cansado de rodar por trabajos insignificantes y de salarios mensuales que se le van en cuatro o cinco días, como el agua entre los dedos, sólo en mal comer.

Ha sido, entre otras cosas, vigilante nocturno en un frigorífico y una destilería; cocinero en un paladar y albañil cuentapropista. Ninguna "pincha" ha resultado. O bien la "búsqueda se ha puesto mala" o la han botado, o se ha ido porque "no le jugaba la lista con el billete". Para él no se hicieron las malas rachas, el sudor, los callos en las manos ni el sol en la espalda, de no ser en la playa.

Por un tiempo probó con las peleas de perros, hasta que la muerte en combate del invicto Sadar, al que había apostado sus ahorros, lo hizo desistir definitivamente.

La crianza de puercos, en improvisados corrales en el patio, que hacían sufrir a los vecinos, le fue especialmente ardua. En su maltrecha bicicleta china tenía que recorrer kilómetros escarbando basureros y vertederos de comedores, a veces en feroz competencia para recoger con qué alimentarlos. Una empresa nada fácil en una ciudad donde cada vez se come peor. Se deshizo de los insaciables animales, y con el dinero resultante acometió su próximo empeño.

Convertirse en jefe de sector puede ser la oportunidad que siempre soñó de ser alguien importante, temido y respetado. Pese a sus seis pies de estatura, su vozarrón y su cuerpo musculoso de deportista frustrado, siempre ha tenido complejo de inferioridad y ha sentido ansias de poder. Las pesas y el karate no han ayudado mucho.

Antes de presentar la planilla de solicitud, tuvo que resolver varios problemas. El certificado de pre-universitario, impecablemente falsificado, le costó 200 pesos. Mucho más barata le salió la botella de ron que se tomó con el presidente del CDR para convencerlo de que "aunque no participe mucho, estoy con esto". Así obtuvo la carta cederista avalando su lealtad revolucionaria.

Cuando Arnaldo, el oficial de la Policía Nacional Revolucionaria, gordo, bigotudo y de Contramaestre, estrechó su mano para comunicarle que había sido aceptado para pasar el curso de instrucción, sintió que su pecho se ensanchaba y su cabeza se acercaba al cielo, donde las nubes se apartaban para hacerle espacio entre los elegidos por la fortuna.

Dentro de cinco meses Eduardo saldrá de la escuela policial con el grado de subteniente, un salario inicial de 540 pesos, "más lo que se le pegue", pistola, tonfa y un par de esposas de acero al cinto.

Sus jefes saben que nadie es más apto que él para desempañar su función en el barrio. Conoce bien a todos los elementos antisociales de la zona. Ha sido uno de ellos, no potenciales delincuentes, como los tildan sus colegas, sino gentes que no han sido favorecidas por la suerte y "luchan" como pueden.

Eduardo sabe quién vende alcohol -el mismo que él bebe en disímiles preparaciones- quien apunta bolita -que un día fue su tabla de salvación- cómo se escapan los materiales de construcción de las obras de la zona -ahora sí terminará su casa- los que se la pasan hablando mal del gobierno, y quién tiene la mejor marihuana -no hierba de parque.

Lo más difícil será vencer los códigos de conducta aprendidos desde la infancia, en los cuales "penco, chiva o ganso son las únicas cosas que no puede ser un hombre". Los oficiales dicen que eso son sólo prejuicios. Mira si esta revolución es grande que el barrio -aunque sea Lawton- está lleno de chivatones, trompetas y toda clase de informantes que cooperarán con él en el mantenimiento de la legalidad socialista.

Eduardo cree que encontró la solución. Su mujer y sus padres temen que éste sea el comienzo de nuevos problemas. Algunos de sus viejos amigos lo esquivan o lo saludan con inusual sequedad.

Olga Batidora, que estaba a punto de caer en sus brazos, aún no ha sucumbido al encanto de su uniforme azul. Juanillo Hueso de Tigre, su compañero de libaciones etílicas, le anunció el sábado que ya no beberá más. Cuando comentó con Chucho que "esto está de truco", el viejo lo dejó atónito al recitarle una letanía sobre el bloqueo imperialista y la globalización neoliberal. La bodeguera, por su parte, se indignó con él y exigió a gritos la presentación de la libreta de abastecimiento cuando le pidió que le vendiera unas cuantas libras de azúcar. cnet/50



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