SOCIEDAD
La situación de
Eduardo
LA HABANA, marzo (www.cubanet.org)
- Eduardo cree que ya tiene la solución
a sus problemas, que son muchos y de todo tipo.
La encontró leyendo el periódico,
cosa que raramente hace.
La anunciaba un titular como "la solución
del barrio": una convocatoria para hallar
jefes de sectores policiales que mantengan la
quebrantada legalidad socialista, para la cual
lo que no es ilegal está prohibido.
Los requisitos: una escolaridad de 12mo. grado,
ser menor de 45 años y mantener una actitud
política-ideológica intachable.
A sus 34 años, con una mujer y dos hijos
y una casa a medio construir, Eduardo está
cansado de rodar por trabajos insignificantes
y de salarios mensuales que se le van en cuatro
o cinco días, como el agua entre los dedos,
sólo en mal comer.
Ha sido, entre otras cosas, vigilante nocturno
en un frigorífico y una destilería;
cocinero en un paladar y albañil cuentapropista.
Ninguna "pincha" ha resultado. O bien
la "búsqueda se ha puesto mala"
o la han botado, o se ha ido porque "no le
jugaba la lista con el billete". Para él
no se hicieron las malas rachas, el sudor, los
callos en las manos ni el sol en la espalda, de
no ser en la playa.
Por un tiempo probó con las peleas de
perros, hasta que la muerte en combate del invicto
Sadar, al que había apostado sus ahorros,
lo hizo desistir definitivamente.
La crianza de puercos, en improvisados corrales
en el patio, que hacían sufrir a los vecinos,
le fue especialmente ardua. En su maltrecha bicicleta
china tenía que recorrer kilómetros
escarbando basureros y vertederos de comedores,
a veces en feroz competencia para recoger con
qué alimentarlos. Una empresa nada fácil
en una ciudad donde cada vez se come peor. Se
deshizo de los insaciables animales, y con el
dinero resultante acometió su próximo
empeño.
Convertirse en jefe de sector puede ser la oportunidad
que siempre soñó de ser alguien
importante, temido y respetado. Pese a sus seis
pies de estatura, su vozarrón y su cuerpo
musculoso de deportista frustrado, siempre ha
tenido complejo de inferioridad y ha sentido ansias
de poder. Las pesas y el karate no han ayudado
mucho.
Antes de presentar la planilla de solicitud,
tuvo que resolver varios problemas. El certificado
de pre-universitario, impecablemente falsificado,
le costó 200 pesos. Mucho más barata
le salió la botella de ron que se tomó
con el presidente del CDR para convencerlo de
que "aunque no participe mucho, estoy con
esto". Así obtuvo la carta cederista
avalando su lealtad revolucionaria.
Cuando Arnaldo, el oficial de la Policía
Nacional Revolucionaria, gordo, bigotudo y de
Contramaestre, estrechó su mano para comunicarle
que había sido aceptado para pasar el curso
de instrucción, sintió que su pecho
se ensanchaba y su cabeza se acercaba al cielo,
donde las nubes se apartaban para hacerle espacio
entre los elegidos por la fortuna.
Dentro de cinco meses Eduardo saldrá de
la escuela policial con el grado de subteniente,
un salario inicial de 540 pesos, "más
lo que se le pegue", pistola, tonfa y un
par de esposas de acero al cinto.
Sus jefes saben que nadie es más apto
que él para desempañar su función
en el barrio. Conoce bien a todos los elementos
antisociales de la zona. Ha sido uno de ellos,
no potenciales delincuentes, como los tildan sus
colegas, sino gentes que no han sido favorecidas
por la suerte y "luchan" como pueden.
Eduardo sabe quién vende alcohol -el mismo
que él bebe en disímiles preparaciones-
quien apunta bolita -que un día fue su
tabla de salvación- cómo se escapan
los materiales de construcción de las obras
de la zona -ahora sí terminará su
casa- los que se la pasan hablando mal del gobierno,
y quién tiene la mejor marihuana -no hierba
de parque.
Lo más difícil será vencer
los códigos de conducta aprendidos desde
la infancia, en los cuales "penco, chiva
o ganso son las únicas cosas que no puede
ser un hombre". Los oficiales dicen que eso
son sólo prejuicios. Mira si esta revolución
es grande que el barrio -aunque sea Lawton- está
lleno de chivatones, trompetas y toda clase de
informantes que cooperarán con él
en el mantenimiento de la legalidad socialista.
Eduardo cree que encontró la solución.
Su mujer y sus padres temen que éste sea
el comienzo de nuevos problemas. Algunos de sus
viejos amigos lo esquivan o lo saludan con inusual
sequedad.
Olga Batidora, que estaba a punto de caer en
sus brazos, aún no ha sucumbido al encanto
de su uniforme azul. Juanillo Hueso de Tigre,
su compañero de libaciones etílicas,
le anunció el sábado que ya no beberá
más. Cuando comentó con Chucho que
"esto está de truco", el viejo
lo dejó atónito al recitarle una
letanía sobre el bloqueo imperialista y
la globalización neoliberal. La bodeguera,
por su parte, se indignó con él
y exigió a gritos la presentación
de la libreta de abastecimiento cuando le pidió
que le vendiera unas cuantas libras de azúcar.
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