PRENSA INDEPENDIENTE
Marzo 4, 2004

SOCIEDAD
Destripadores de calles

Reinaldo Cosano Alén

LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - Ciudades entre las más grandes de Cuba, como son La Habana, su capital, y Holguín, cabecera de la oriental provincia de igual nombre, parecen estar sin protección contra quienes, aduciendo bienestar ciudadano, se han convertido en destripadores de sus arterias viales. Sólo que estos depredadores de caminos, a diferencia de Jack "El destripador", que conmovió a la sociedad londinense del siglo XIX y no ha podido ser descubierto, actúan sin máscaras -a veces ni de protección- a la luz del día.

Caminar por algunas de las calles habaneras se convierte en asco y peligro. Por lo regular, el vaho maloliente que emana de charcos con aguas putrefactas y albañales entra en maléfica combinación con gases no menos repugnantes que brotan de contenedores de basura -si los hay-, muchos de éstos donaciones de comunidades españolas, según se lee en los propios depósitos.

El peligro está en que un mal paso entre baches y roturas puede conducir, por torcedura de un pie, o caída, a la sala de emergencias de algún hospital, o al cementerio, como fue el lamentable caso, hace algunos años, de Reinaldo Cuba, quien residía en la localidad Loma de Jústiz, Guanabo. Conduciendo su bicicleta en horas de la noche chocó con un bache que lo proyectó contra el pavimento, causándole la muerte.

Centro Habana, 10 de Octubre, Arroyo Naranjo y partes de la Habana Vieja -declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad- están entre los municipios de la capital en peor situación, aunque la Habana Vieja puede presentar ya hermosas "islas" de buena reconstrucción de su patrimonio inmobiliario y vial.

Algo similar ocurre en el exclusivo -antes y ahora- barrio Miramar, asiento de la mayoría de las sedes diplomáticas y de compañías de capital mixto, cubano y extranjero, con la gran diferencia que la antigua Habana va camino de sus 500 años de fundada, y Miramar es producto de la gran y positiva explosión económica de Cuba durante las décadas de los años treinta, cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Explosión económica que se congeló exactamente en 1959.

El caso de Holguín, también tomado como ilustrativo de dentelladas sobre viales, tiene una sobresaliente "ventaja". Hay roturas en vías, pero no se da el extremo de suciedad, como en La Habana. Al contrario, se tiene a Holguín como una de las ciudades más limpias, y con razón, porque lo es.

A propósito, muchos pueblos y ciudades presentan también vicisitudes económicas, financieras y de otra índole. Sin embargo, es fácil advertir el ordenamiento y limpieza prevalecientes, y la pregunta resultante es ¿por qué no La Habana?

El alegato de que La Habana es una macrociudad, superpoblada, con casi tres millones de habitantes, con redes de conductoras del acueducto y albañales muy antiguas y obsoletas -que ahora se van sustituyendo- no resulta respuesta satisfactoria, dado que, precisamente, a la capital se destina el mayor presupuesto.

Una de las razones de la desigual situación parece estar en la excesiva centralización que impide la obtención de recursos e iniciativas.

Es oportuno recordar cómo la fenecida Constitución de 1940 establecía que "el gobierno municipal es una entidad para satisfacer las necesidades colectivas" (artículo 211). "El municipio es autónomo. El gobierno municipal queda investido de todos los poderes necesarios para resolver libremente los asuntos de la sociedad local" (artículo 212), y "tendrá la obligación de trazar el plan de ensanche y embellecimiento de la ciudad y vigilar su ejecución, teniendo en cuenta las necesidades presentes y futuras del tránsito público, de la higiene, del ornato y del bienestar común" (artículo 215).

El asunto de los viales va desde el deterioro por falta de mantenimiento técnico-constructivo y por depósitos de agua, que crean baches, hasta romper vías para cambios de conductoras: de agua, alcantarillado, electricidad y teléfonos, ¡cada uno por su lado, sin la útil interconexión entre empresas, todas estatales!

El problema ha tenido tal connotación que, aparte de algunas críticas aisladas aparecidas cíclicamente en la prensa oficial, hace varios meses un canal de la televisión nacional realizó un programa especial sobre el tema de las roturas de calles por las empresas, y una autoridad dijo, terminante: "¡Quien rompe tiene que cerrar (el hueco)!" No sólo sellar: se dijo también sellar con calidad, que es otra cosa; porque en ocasiones, por falta de compactación del relleno, o incumplimiento de las normas técnicas (cantidad y calidad) de los materiales usados, la "herida" en la vía, mal cicatrizada, se vuelve a abrir.

Asunto diferente, pero conectado con el maltrato a las vías, es el de un tipo especial de depredadores -como denuncia documentalmente el órgano de prensa de la provincia Holguín- que casi ronda en lo inconcebible, como quien destruyó gran parte del puente de la circunvalación de la ciudad, a puros mandarriazos -que al parece nadie vio ni oyó- contra el sólido hormigón, para apropiarse de la cabilla, muy deficitaria en el país.

Tampoco nadie supo cuándo, cómo y quién destruyó una porción del separador de vías de concreto de una sección de esa circunvalación holguinera para crearse su propio paso vehicular, contraviniendo la decisión del Departamento de Tránsito, que ordenó precisamente el separador para evitar accidentes.

Ni siquiera el casco histórico de la ciudad -que obtuvo título real en 1776- ha escapado a la acción nefasta, a pesar de estrictas regulaciones encaminadas a conservar el patrimonio, y han sido detectadas más de medio centenar de averías de consideración en las vías.

La ley 60 (de viabilidad y tránsito), en uno de sus acápites dispone la restitución "a su estado original de la vía dañada, dentro del término concedido", si no será multado y habrá otras exigencias legales.

Un oficial de educación vial dijo que se autoriza el cierre total o parcial de la vía y se estipula la reparación, pero se hace de cualquier modo: se hunde el pavimento, viene el bache, y por ahí comienza cada pequeño desastre de la ciudad hasta hacerse mayúsculo. No hay verificación justa, ni justo control de la calidad, y por lo mismo se vuelven inefectivos.

En provincia tan extensa como Holguín, con miles de kilómetros de vías asfaltadas y de hormigón -incluidas calles y avenidas- poco pueden hacer los nueve inspectores de vías existentes, de los diecinueve que debe haber en esa labor.

Quien abra huecos, que los cierre. ¡Bien cerrados! Porque es necesario acabar con el destripamiento del patrimonio vial.



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