SOCIEDAD
Destripadores de
calles
Reinaldo Cosano Alén
LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - Ciudades
entre las más grandes de Cuba, como son
La Habana, su capital, y Holguín, cabecera
de la oriental provincia de igual nombre, parecen
estar sin protección contra quienes, aduciendo
bienestar ciudadano, se han convertido en destripadores
de sus arterias viales. Sólo que estos
depredadores de caminos, a diferencia de Jack
"El destripador", que conmovió
a la sociedad londinense del siglo XIX y no ha
podido ser descubierto, actúan sin máscaras
-a veces ni de protección- a la luz del
día.
Caminar por algunas de las calles habaneras se
convierte en asco y peligro. Por lo regular, el
vaho maloliente que emana de charcos con aguas
putrefactas y albañales entra en maléfica
combinación con gases no menos repugnantes
que brotan de contenedores de basura -si los hay-,
muchos de éstos donaciones de comunidades
españolas, según se lee en los propios
depósitos.
El peligro está en que un mal paso entre
baches y roturas puede conducir, por torcedura
de un pie, o caída, a la sala de emergencias
de algún hospital, o al cementerio, como
fue el lamentable caso, hace algunos años,
de Reinaldo Cuba, quien residía en la localidad
Loma de Jústiz, Guanabo. Conduciendo su
bicicleta en horas de la noche chocó con
un bache que lo proyectó contra el pavimento,
causándole la muerte.
Centro Habana, 10 de Octubre, Arroyo Naranjo
y partes de la Habana Vieja -declarada por la
UNESCO Patrimonio de la Humanidad- están
entre los municipios de la capital en peor situación,
aunque la Habana Vieja puede presentar ya hermosas
"islas" de buena reconstrucción
de su patrimonio inmobiliario y vial.
Algo similar ocurre en el exclusivo -antes y
ahora- barrio Miramar, asiento de la mayoría
de las sedes diplomáticas y de compañías
de capital mixto, cubano y extranjero, con la
gran diferencia que la antigua Habana va camino
de sus 500 años de fundada, y Miramar es
producto de la gran y positiva explosión
económica de Cuba durante las décadas
de los años treinta, cuarenta y cincuenta
del pasado siglo. Explosión económica
que se congeló exactamente en 1959.
El caso de Holguín, también tomado
como ilustrativo de dentelladas sobre viales,
tiene una sobresaliente "ventaja". Hay
roturas en vías, pero no se da el extremo
de suciedad, como en La Habana. Al contrario,
se tiene a Holguín como una de las ciudades
más limpias, y con razón, porque
lo es.
A propósito, muchos pueblos y ciudades
presentan también vicisitudes económicas,
financieras y de otra índole. Sin embargo,
es fácil advertir el ordenamiento y limpieza
prevalecientes, y la pregunta resultante es ¿por
qué no La Habana?
El alegato de que La Habana es una macrociudad,
superpoblada, con casi tres millones de habitantes,
con redes de conductoras del acueducto y albañales
muy antiguas y obsoletas -que ahora se van sustituyendo-
no resulta respuesta satisfactoria, dado que,
precisamente, a la capital se destina el mayor
presupuesto.
Una de las razones de la desigual situación
parece estar en la excesiva centralización
que impide la obtención de recursos e iniciativas.
Es oportuno recordar cómo la fenecida
Constitución de 1940 establecía
que "el gobierno municipal es una entidad
para satisfacer las necesidades colectivas"
(artículo 211). "El municipio es autónomo.
El gobierno municipal queda investido de todos
los poderes necesarios para resolver libremente
los asuntos de la sociedad local" (artículo
212), y "tendrá la obligación
de trazar el plan de ensanche y embellecimiento
de la ciudad y vigilar su ejecución, teniendo
en cuenta las necesidades presentes y futuras
del tránsito público, de la higiene,
del ornato y del bienestar común"
(artículo 215).
El asunto de los viales va desde el deterioro
por falta de mantenimiento técnico-constructivo
y por depósitos de agua, que crean baches,
hasta romper vías para cambios de conductoras:
de agua, alcantarillado, electricidad y teléfonos,
¡cada uno por su lado, sin la útil
interconexión entre empresas, todas estatales!
El problema ha tenido tal connotación
que, aparte de algunas críticas aisladas
aparecidas cíclicamente en la prensa oficial,
hace varios meses un canal de la televisión
nacional realizó un programa especial sobre
el tema de las roturas de calles por las empresas,
y una autoridad dijo, terminante: "¡Quien
rompe tiene que cerrar (el hueco)!" No sólo
sellar: se dijo también sellar con calidad,
que es otra cosa; porque en ocasiones, por falta
de compactación del relleno, o incumplimiento
de las normas técnicas (cantidad y calidad)
de los materiales usados, la "herida"
en la vía, mal cicatrizada, se vuelve a
abrir.
Asunto diferente, pero conectado con el maltrato
a las vías, es el de un tipo especial de
depredadores -como denuncia documentalmente el
órgano de prensa de la provincia Holguín-
que casi ronda en lo inconcebible, como quien
destruyó gran parte del puente de la circunvalación
de la ciudad, a puros mandarriazos -que al parece
nadie vio ni oyó- contra el sólido
hormigón, para apropiarse de la cabilla,
muy deficitaria en el país.
Tampoco nadie supo cuándo, cómo
y quién destruyó una porción
del separador de vías de concreto de una
sección de esa circunvalación holguinera
para crearse su propio paso vehicular, contraviniendo
la decisión del Departamento de Tránsito,
que ordenó precisamente el separador para
evitar accidentes.
Ni siquiera el casco histórico de la ciudad
-que obtuvo título real en 1776- ha escapado
a la acción nefasta, a pesar de estrictas
regulaciones encaminadas a conservar el patrimonio,
y han sido detectadas más de medio centenar
de averías de consideración en las
vías.
La ley 60 (de viabilidad y tránsito),
en uno de sus acápites dispone la restitución
"a su estado original de la vía dañada,
dentro del término concedido", si
no será multado y habrá otras exigencias
legales.
Un oficial de educación vial dijo que
se autoriza el cierre total o parcial de la vía
y se estipula la reparación, pero se hace
de cualquier modo: se hunde el pavimento, viene
el bache, y por ahí comienza cada pequeño
desastre de la ciudad hasta hacerse mayúsculo.
No hay verificación justa, ni justo control
de la calidad, y por lo mismo se vuelven inefectivos.
En provincia tan extensa como Holguín,
con miles de kilómetros de vías
asfaltadas y de hormigón -incluidas calles
y avenidas- poco pueden hacer los nueve inspectores
de vías existentes, de los diecinueve que
debe haber en esa labor.
Quien abra huecos, que los cierre. ¡Bien
cerrados! Porque es necesario acabar con el destripamiento
del patrimonio vial.
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