México y Cuba: las razones
del miedo
Alejandro Alvarado Bremer. El
Nuevo Herald, 30 de julio de 2004.
Lo que más llama mi atención del
reciente intercambio diplomático entre
México y Cuba es la desventaja mexicana.
No obstante que su poder económico es muy
superior, políticamente pareciera un enano,
y todo por no tener paciencia, algo que le sobra
a Fidel Castro.
Las autoridades mexicanas ya tuvieron por lo
menos dos razones para romper relaciones con la
isla, pero se abstuvieron de actuar con mayor
determinación, perdiendo así la
oportunidad de darle una lección al dictador
cubano.
La primera razón se dio tras la reunión
de Monterrey, hace poco más de dos años,
cuando Castro, queriendo balconear a su homólogo,
no sólo publicó conversaciones privadas
entre los dos mandatarios, sino que se mofó
de su inexperiencia política. Fidel no
estaba burlándose simplemente de Vicente
Fox, sino de la nación toda representada
por un presidente elegido democráticamente,
un atributo del que carece el gobernante cubano.
Ni se dieron las disculpas que ameritaba la ofensa
ni tampoco se exigieron. Ya para entonces quedaba
muy claro la nula identificación ideológica
y política entre los dos gobiernos.
Luego vino la votación en la ONU, donde
México refrendó su política
de defensa de los derechos humanos, tratando de
ser congruente con su política interna
y la que demandan los nuevos tiempos.
No es coincidencia que hoy en día se busque
el juicio del ex presidente Luis Echeverría
Alvarez --por cierto, gran aliado de Castro--
por presunto genocidio durante la guerra sucia
mexicana a principio de los setenta.
Tras el voto de México, otra vez Fidel
ofendió al pueblo de México y a
su mandatario, pero en esa ocasión fue
más allá. Además de afirmar
que el gobierno mexicano había dejando
en las cenizas su tradicional política
exterior y su liderazgo en América Latina,
declaró el fin de la soberanía mexicana,
cuyas fronteras, dijo el dictador, están
más al sur de la frontera que demarca el
Río Bravo. Esto es, declaró inexistente
el poder del gobierno. Dejó tácitamente
de reconocerlo.
México reaccionó con braveza y
estuvo a punto de romper sus relaciones, pero
luego aflojó. Armó un escándalo
publicitario que resonó en todo el mundo,
buscando una disculpa abierta, como lo fueron
las ofensas, pero después retrocedió
a lo que quizá reflexionaría como
una osadía: estaba a punto de un divorcio
diplomático con uno de los políticos
más influyentes en la historia de América
Latina, pero se acobardó, intimidado más
por la figura histórica que por las consecuencias
de un posible rompimiento, ante la insignificancia
de las relaciones económicas entre los
dos países y al deterioro acelerado de
la reputación de Castro entre los mexicanos.
Al contrario, en Cuba, el gobierno se creció
y continuó con su ofensiva.
México merecía una disculpa. Merecemos
una disculpa. Esta no llegó y las relaciones
entre los dos países recomienzan como si
nada hubiera ocurrido, manteniendo la impunidad
del dictador y su arrogancia que lastima. Pudo
haber recibido una gran lección si el presidente
Fox y sus colaboradores hubieran sido más
pacientes y firmes en sus reclamos. Ya tuvieron
dos oportunidades y las desperdiciaron, pensando
quizás que lo mejor es mantenerse dócil,
con relaciones abiertas que eviten en lo posible
una mayor polarización de fuerzas y la
canalización de apoyos del buró
político cubano a la izquierda mexicana,
conforme se acerca la elección presidencial
en menos de dos años.
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