Bebo Valdés y la ciudad que
nunca vi
Cristobal Díaz Ayala. El
Nuevo Herald, 28 de julio de 2004.
La historia de este músico parece una
novela, o de película, como diría
Rolando Laserie, que también fue parte
de ese film en uno de sus muchos rollos. Parece
que los dos Grammys --el latino y el nacional--
ganados con su trabajo El arte del sabor el año
pasado le han abierto el apetito. Ahora está
nominado para cinco Grammys latinos diferentes,
cuatro de ellos por su disco Lágrimas negras
como mejor álbum del año, mejor
grabación del año --dos de los más
codiciados galardones--, mejor álbum de
música tropical tradicional y mejor álbum
de ingeniería de sonido. Y otro, a su trabajo
We could make such Beautiful Music together en
la categoría de mejor álbum de jazz
latino.
No está mal para este joven de 85 años.
No pueden ser más diferentes los estilos
y compañeros que le acompañan en
ambos proyectos; en el primero, un cantante mucho
más joven que él, gitano, una de
las voces más destacadas del cante flamenco
actual de España, un género antiquísimo
que en su voz se aventura a transitar, llevado
por el piano sabio de Bebo, en los caminos de
otro género atávico, lo afrocubano.
Se trata del Cigala. En fin, una dupleta difícil
de concebir. Porque en el cante jondo lo que prima
es la voz y generalmente el ritmo queda supeditado
a los melismas, a la voz que sostiene el cantaor
haciendo filigranas, usando los compases que tenga
a bien; mientras que en lo afrocubano, la voz
debe seguir la razón de la percusión,
los misterios de sus polirritmos. Pero como los
extremos se tocan, el experimento ha salido de
maravilla: una conjunción armoniosa de
elementos difíciles que se han acoplado
merced a la sabiduría pianística
única del Bebo, y el instinto musical increíble
del Cigala. Hacen además incursiones parecidas
en géneros como el tango y el bossanova.
No están solos en esta aventura: les acompaña
Paquito D'Rivera y su saxo, el niño Josele
y su guitarra, el contrabajo de Javier Colina,
el cajón de Israel Porrina, el coro que
forman Pedrito Martínez, Orlando Puntilla
Ríos y Milton Cardona; el violín
de Federico Britos y hasta Caetano Veloso y Tata
Güines hacen breves aportes en algunos números.
Por supuesto que en este escogido, lograr mantener
en marcha esta mezcla, que como la salsa bechamel
se puede cortar al menor descuido, es la labor
de otro binomio original que vienen andando juntos
con Bebo y otras estrellas desde Calle 54 y El
arte del sabor: Fernando Trueba y Nat Chediak,
que ya no se sabe, quizás ni ellos mismos,
si son hombres del cine que les gusta mucho la
música, o viceversa.
Y el otro disco es otro pareado que se las trae.
En We could make Beautiful Music together, tenemos
un mano a mano entre el piano de Bebo y el violín
del uruguayo Federico Britos, un señor
que se desenvuelve con la misma maestría
tocando como concertino en una orquesta sinfónica,
que llevando la voz cantante en un sexteto tocando
danzones, integrando un quinteto de cuerdas que
hace jazz, dirigiendo un grupo que rescata el
candombe afrouruguayo o agregando la magia de
su violín en otros grupos. En fin, es un
encuentro de dos divos, que tienen que manejar
un exquisito menú de canciones hechas en
su mayoría para cantarlas, y que ahora
deben repartirse entre quién canta con
su instrumento, y quién acompaña,
y cuándo coincidir como dúo. Lo
hacen con el buen gusto y la sabiduría
de dos experimentados maestros. Y son ellos solos.
No necesitan nadie más. Es música
para escuchar cuando usted está solo con
sus sueños, recuerdos y problemas, y como
de eso nunca carecemos, será un disco para
escucharlo siempre. Es en realidad, como darse
un reconfortador masaje en las neuronas.
En carta del 20 de diciembre de 1983, Bebo Valdés
me escribía: ''Te hago saber que después
de 8 años como pianista fijo del Hotel
Continental (Estocolmo), me retiré al cumplir
65 años. Descansaré unos meses y
pensaré qué línea musical
debo seguir, no sé si como compositor,
pianista o arreglador, el caso es que hasta mi
muerte espero yo hacer algo por nuestra música''.
El 14 de enero de 1987 me contaba: "Yo estuve
hospitalizado 10 semanas desde junio de 1985 hasta
agosto, perdí el equilibrio y ni caminar
podía debido a una inflamación en
una vértebra de la espina dorsal. Se cree
que fue un virus, que no se encontró pese
a todas las siembras y análisis. Debido
a eso se me quedó la mano izquierda un
poco afectada para tocar el piano. Ahora a base
de ejercicios estoy casi recuperado en más
de un 90%''
Al parecer, en la duda se quedó haciendo
las tres cosas: tocando el piano, componiendo
y arreglando, y todas excelentemente. Y me parece
que recuperó el 200% de la mano izquierda.
Lo que pasa después de 1983 es bien conocido:
Bebo sigue practicando diariamente, hasta recuperar
el uso de su mano, recomienza su carrera pianística,
pero en un ritmo más adecuado, para ir
pensando y escribiendo el sueño de su vida,
su Suite cubana y otros números, que según
concibe, arregla; y sin saberlo, prepararse para
su reaparición, a su regreso del mundo
del frío, como dijera Nat Chediak, cuando
Paquito D'Rivera le propicia con el sello Messidor
la grabación en 1994 del álbum Bebo
rides again. De ahí en adelante, el plácido
vivir en Estocolmo se alterna con una sucesión
de viajes, grabaciones, conciertos en una carrera
siempre ascendente.
Si yo tuviera que definir a Bebo Valdés
en una sola palabra, ésta sería
elegancia. Su música, su manera de tocar,
sus arreglos, tienen clase, son diferentes. No
hay estridencias, hay intrincadas combinaciones,
cambios inusitados, pero todo hecho con la gracia
de un prestidigitador que nos mezcla y cambia
acordes, ritmos y compases sin que nos demos cuenta.
Es música relajada, que nos hace sentir
en un tiempo feliz e infinito, que no acaba. Con
esa misma elegancia acogerá el fallo de
la academia, le sea favorable o no. Seguramente
tendrá una frase agradable para los ganadores
o perdedores en las categorías en que compite.
En ventiún años que le conozco,
nunca le he oído hablar mal de ningún
compañero músico. Así es
este caballero.
En mayo de 1983 hacía un crucero por el
Báltico con mi familia. El día que
nos tocaba visitar Estocolmo, la bella capital
de Suecia, desde las ocho de la mañana
hasta las ocho de la noche, mi gente tomó
una excursión que les llevó por
los lugares más atractivos de esa ciudad.
Yo preferí pasar el día con un señor
al que iba a conocer personalmente, ya que sólo
había cruzado un par de cartas con él:
Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro,
más conocido como Bebo Valdés. Y
así comenzamos no una amistad, sino un
hermanaje. Nunca me ha pesado no haber conocido
Estocolmo.
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