Carta de Cuba
Agustín Tamargo. El
Nuevo Herald, 18 de julio de 2004.
En Cuba no me queda casi nadie. Bueno, nadie
de mi familia cercana, porque quedar-quedar me
queda una isla entera. Vivo fuera de aquel ámbito
único hace más de cuarenta años.
He residido en grandes ciudades (Nueva York, Caracas
y ahora en Miami). He tenido en mi profesión
de periodista, en esos sitios, muchas distinciones
que no merezco y que otros cubanos, mucho mejor
dotados que yo, no han podido alcanzar. Y, sin
embargo, sigo metido en Cuba. Metido en alma,
no en cuerpo, que es lo que importa. Todo lo que
sucede a mi alrededor aquí me interesa,
pero lo que suceda en Cuba me interesa mucho más.
Porque una tierra, un suelo físico, constituyen
parte esencial del ser humano, son sangre de su
espíritu, como la familia, y por muchas
bienandanzas que te ofrezca el destino todo es
nada si te lo da fuera del ámbito en que
naciste y te formaste espiritual y materialmente.
Esto suena quizás pueril. El mundo está
lleno de gentes de todas partes que hacen o rehacen
sus vidas en ámbitos ajenos a los que llegan
a identificar como propios. Gallegos, asturianos
e isleños conocí yo en Cuba que
querían a nuestra isla más que a
España y que aunque podían volver
a sus tierras propias casi nunca lo hacían.
Yo eso no lo entiendo, aunque no lo critico. El
alma humana está hecha de un tejido misterioso.
Lo que para algunos es fiesta para otros es duelo.
Lo que para algunos es alegría para otro
es llanto.
¿Por qué digo esto? Pues porque
he recibido una carta desde Cuba. Me la envía
un pariente mío, que dice que me oye por
la radio y que a veces hasta lee cosas que escribo
en los periódicos y que alguien le manda
desde aquí. Y ese pariente (que como yo
está alzado desde el principio frente a
la falsificación castrista, frente al secuestro
por los comunistas de una causa que era de nosotros
los demócratas) me pregunta: ¿y
por qué andas ahora tú, porque te
oigo, con esos tormentos del regreso cuando esto
cambie?
¿Y por qué tú, que vives
bien allá lejos, con una familia hecha
fuera, familia que ni conoce a Cuba, sigues obsesionado
con la idea de volver? ¿Tú crees
que éste es el país que tú
conociste una vez y que dejaste un día?
¿Tú crees que aquí se puede
hablar y escribir en libertad como tú escribías
y hablabas antes aquí y escribes y hablas
ahora ahí? ¿Tú crees que
tu vecino de aquí, que no tiene ideas,
sino clichés y consignas comunistas, va
a respetar tus ideas pluralistas y democráticas?
¿Tú crees que tú resistirías,
siendo como eres un inconforme (porque yo me acuerdo
de ti) este ambiente de asfixia moral en que aquí
se vive, esta subordinación de todo el
mundo al poder del estado en que está sumido
desde hace más de cuatro décadas
nuestro pobre país? No, mi querido primo,
no, no sigas con esos tormentos que te están
acabando la poca vida que te queda. Sigue ahí.
Sigue luchando por la libertad de Cuba, como siempre
has hecho, pero no destruyas lo que te pueda quedar
de resistencia física con un traslado a
este infierno. Porque eso, un infierno, es nuestro
país hoy, y lo será seguramente
mañana, cuando de alguna manera, y yo no
sé cuál será, esta pandilla
pase a mejor vida histórica y Cuba trate
de ponerse de nuevo en pie. A fin de cuentas,
haz lo que quieras, siempre fuiste igual. Pero
mi consejo de familia, y de persona que conoce
esto mejor que tú, es sólo éste:
quédate ahí, aunque esto cambie.
Quédate ahí, luchando como luchas
por nuestra patria adolorida. La ciudadanía
cubana no es un papel, ni una presencia física,
es una condición del espíritu, y
tu ciudadanía está más que
probada. Pero no quemes los últimos cartuchos
que te quedan. La vida es una sola y la tuya está
más que llena de tormentos y de angustias
(yo te conozco bien) para que la vengas a hundir
en una caldera del diablo que no conoces, donde
no te conocen, y donde seguramente lo que digas
no va a lograr general aceptación porque
aquí la degeneración moral es muy
grande, la corrupción de las esencias del
espíritu muy profunda y el escepticismo
frente a todo lo que sea idealista, lo ve todo
hoy y acaso lo verá también mañana,
como la misma mascarada de farsantes de los que
mandan aquí desde hace más de cuarenta
años. Lee esta carta, y medítala,
o bótala, si te molesta o si te ofende.
Pero yo, que te quiero bien y que te conozco,
sé lo que te digo. Si yo fuera el que estuviera
allá, y tú aquí, estoy seguro
de que tú me habrías escrito a mí
una carta como ésta que yo te escribo a
ti hoy.
Transcribo este mensaje triste, pesimista, porque
creo que hay en él también una opinión
sincera. Pero desde luego no lo acepto. El amor
a la patria no es una conducta práctica
de ocasión, es un mandato de nuestras entrañas
más íntimas, un intransferible deber
ético y moral. Y yo, desde luego, no me
quedaría aquí, no me quedaré
aquí cuando en Cuba haya una oportunidad
decente de volver, ni aunque me hicieran alcalde
de Miami. Pero como el tiempo se acaba, dejaré
para otro día decir lo que le contesté
a mi pariente cubano. A mi primo querido, un hombre
triste, decepcionado, frustrado, al que Castro
le ahogó sus sentimientos cívicos
con sus engaños, llenándolo de una
desilusión cívica que antes no tenía
y que yo espero que ningún cubano de hoy,
al menos la mayoría, la tenga tampoco.
|