El preso del embajador cubano
Carlos Blanco. Especial para El
Universal. Venezuela, 14 de julio de 2004.
El embajador cubano, Germán Sánchez
Otero, sabe que esto no es una revolución
seria. Me consta que lo sabe porque alguna vez
lo discutimos en el Press Club y luego le comentó
a un amigo común.
A su turno, Chávez fue el hazmerreír
de la dirección del Partido Comunista Cubano
después del 11 de abril, cuando, asustado,
suspendió los suministros de petróleo
a la isla; pero, una vez retornado al poder, necesitaba
olvidar sus debilidades y pecadillos de aquella
noche mortal y entregó la dirección
del proceso venezolano a los más veteranos
cubanos, éstos sí revolucionarios,
a quienes no se les enfría el guarapo ni
a la hora de fusilar ni a la hora de seducir a
personajes necesitados de reconocimiento como
el hombre nacido en Sabaneta.
El pacto entre Chávez y Fidel obliga al
venezolano a entregar todo lo que solicite el
viejo líder, para conservar su amor; sea
que lo pida directamente o por medio del ministro
X, como se conoce al embajador cubano en el gabinete
de Chávez.
Impropio de un hombre inteligente como Sánchez
Otero, que sabe que esta revolución venezolana
ha muerto, es solazarse con la persecución,
especialmente fuera de las fronteras de su país;
él sabe que su gobierno tendrá,
al cabo del tiempo, que volver a entenderse con
los demócratas venezolanos que van a despachar
en Miraflores.
Como lo hizo el propio Sánchez Otero cuando
habló del "presidente Carmona"
aquel 11 de abril memorable. Antes que ningún
otro embajador.
Mientras estos revolucionarios se hunden en la
ignominia, una de sus víctimas, Henrique
Capriles Radonski, se crece en la cárcel.
La entrevista que le hizo Roberto Giusti en este
diario refleja una personalidad llena de fuerza,
que tal vez haya sido el producto de la terrible
maduración que, en los políticos,
producen los calabozos. Entiende que es un prisionero
del régimen; sabe que su suerte personal
está vinculada a la victoria democrática
que se avecina.
Soporta con singular estoicismo, ajeno a toda
estridencia, su situación. Sabe que los
militares del MVR apuntan contra él, porque
tuvo maneras desenfadadas de denunciarlos. Es
capaz de diferenciar al sicario del régimen
de aquel que simpatiza con Chávez, pero
tiene espacio en el alma para estar en desacuerdo
con su prisión.
Apunta Capriles a la carencia de respuestas en
la dirección de la oposición ("no
hay proyecto de país y éste no puede
ser el resultado de una reunión de cinco
burócratas"); hace una demoledora
denuncia hacia el viejo liderazgo (que "prefiere
que Chávez gobierne hasta 2006. Así
caza gobernaciones y alcaldías y como no
tiene líder con credibilidad juega a eso
para ganar tiempo"). No se plantea salir
de la cárcel a la gloria, sino a la libertad.
Pide a los viejos que renuncien para dar paso
a los jóvenes. En fin, reflexiones oportunas
y valientes.
Un aspecto que llama mucho la atención
y a la que ha hecho referencia en otras oportunidades
es la recuperación de su historia familiar,
especialmente la que se refiere a la persecución
de sus abuelos judíos. Tal vez era una
parte de las referencias conocidas, pero no vividas
por él.
Ahora, preso, encuentra fuerzas en su sangre,
sus memorias, sus tradiciones, para resistir.
Así le pasa a los seres humanos ante los
dramas; el amor de la pareja, de la familia, de
los amigos, de los hijos, y la memoria de las
luchas que pasan por su sangre, son fibras que
una vez tensadas los lanzan a una resistencia
que los autócratas no comprenden ni toleran.
Henrique Capriles ya no es un aficionado a la
política. Hoy está convertido en
un combatiente temible.
carlosblancog@cantv.net
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