PRENSA INTERNACIONAL
Enero 29, 2004

El matrimonio de Martí: causas de su tragedia y fracaso (II)

Luis Gómez y Amador / El Nuevo Herald, 29 de enero de 2004.

Durante la primera estadía de Martí en Guatemala, en una velada artística y literaria, conoció a la joven María García Granados. El padre de ella, el general García Granados, pronto se hizo amigo de Martí, y éste lo visitaba con frecuencia porque los dos eran aficionados al ajedrez (la casa existe hoy día, de tres plantas que ocupa media manzana). Y en esas visitas aparecía siempre María ''que preludiaba el encuentro de los jugadores con canciones y piezas al piano''. El poeta y la pianista pronto sintieron una fuerte simpatía y atracción mutua ''que superaba las convenciones sociales''. A los dos meses, Martí le escribió un poema: Siento una luz que me parece estrella, / Oigo una voz que me suena a melodía, / Y alzarse miro a una gentil doncella, / Tan púdica, tan bella que se llama ¡María! (María tenía quince años de edad; nueve años le llevaba Martí).

Varios meses más tarde, se despidió de ella para casarse con Carmen, en México. A su regreso, corto de fondos, se entregó de inmediato a su tarea de profesor. María, impaciente por verlo, le escribió una nota: ''Hace seis días que llegaste a Guatemala y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto. Tu niña''. Martí no apareció nunca en su casa, lo que debió producirle un fuerte impacto emocional, ''y su naturaleza se resintió de golpe, fue decayendo paulatinamente, un suspiro continuo la consumía después de estar algunos días en cama sin exhalar una queja, su vida se extinguió como el perfume de un lirio''. Era el 10 de mayo de 1878 (su tumba se conserva todavía en buenas condiciones; hay tres jarrones a ambos lados donde algunos visitantes todavía colocan ramos de flores).

Se hace difícil entender cómo el Apostol arrancó de su corazón ese amor tan puro, poniendo por medio a Carmen. ¿Qué le hizo sentir tan grande responsabilidad con ella para hacer un viaje muy costoso de dos semanas para cumplir su compromiso? Carlos Ripoll, en La vida íntima y secreta de José Martí (pp. 215-7), nos revela algo desconocido hasta ahora: en el Diario de soldado, de Fermín Valdés Domínguez, se lee: 'Y, a pesar mío, recuerdo las palabras de Martí en Nueva York: 'Carmen no era virgen cuando me casé con ella'. En un apunte de Martí, inédito y sin fecha, escrito en Caracas en 1884, anotó: 'Cuando me casé con Carmen, más que por amor que yo tuve, por agradecimiento que aparentemente me tenían, y por cierta obligación de caballero sentí que iba a un sacrificio; que acepté, en desconocimiento del verdadero amor; porque creí que alguna vez había de llegar a él un albor de amor tuve, después de conocer a mi mujer; en Guatemala, que sofoqué con mi creencia de que debía a la mujer que me tenía dada prendas anticipadas de su amor'.''

El pacto del Zanjón de 1878 finalizó la Guerra de los Diez Años. Puesto que Guatemala ya no les era grata, Carmen convenció a su esposo, argumentándole que en Cuba podrían vivir mejor y ser felices. Ella estaba embarazada. Y se marcharon para La Habana. En septiembre nació el hijo. Martí, apenas avecindado en la capital, empezó a trabajar para una firma de abogados. Y no tardó mucho en relacionarse con los conspiradores que actuaban en la ciudad. A mediados de 1879 se inició un movimiento armado independentista en Oriente, y unos meses más tarde Martí fue deportado a España; en octubre de 1879 estaba en Madrid. Carmen y su hijo quedaron desamparados. Y ella le mandó una carta a Madrid donde le echaba en cara el abandono en que la había dejado, faltando a sus deberes de padre de familia. El, al leerla, comentó: "Cien puñales clavados en mi pecho no me causarían el dolor que esta primera carta me ha causado''.

En otro escrito, apuntó: ''¿Qué quieres tú, mi esposa, que haga la obra que ha de serme aplaudida en la tierra, o que yo viva, mordido de rencores, sin ruido de aplausos?'' Ese matrimonio estaba ya casi destruido: miraban hacia polos opuestos. Martí dejó España para residir en Nueva York; su esposa e hijo se reunieron con él, al poco tiempo. Martí escribía para dos diarios, The Hour y The Sun, pero sus ingresos no cubrían sus nuevas necesidades. Pasaba mucho tiempo en gestiones revolucionarias; la esposa, pegada a su hijo y amarrada a sus ideas domésticas tradicionales, no comprendía su noble causa. Carmen y Pepito regresaron a Cuba. Martí le escribió a Mercado: "Carmen no comparte mi devoción a mis tareas de hoy''.

En enero de 1881 Martí salió para Caracas para explorar mejores oportunidades, sin notificárselo a su esposa. Martí le escribió al padre de ella diciéndole que su hija lo había abandonado porque no quiso comparticipar con él su dura vida en Nueva York. Carmen, en una carta fechada el 7 de enero, le decía: "Yo no estimo sino lo que es absolutamente cierto, tus acusaciones no lo son, por lo tanto no me angustian. Cuenta conque iré donde quieras el día que tengas seguro lo necesario para vivir. No se le da vida a un ser para sacrificarlo, sino para sacrificarse por él''.

Por estar casada con un enemigo de España, el padre de Carmen le dijo ''que me viniera a vivir con mis tías, porque yo no tenía derecho a estar en (su) casa''. Entonces ella le pidió que le diera su herencia materna, y a cuenta de ese haber materno, le entregaba mensualmente 40 pesos papel (apreciados menos que las monedas de oro), para vivir. Al marido le informó: ''Vivo en la calle Mayor 16, comiendo escasamente con tal de salvarle la leche a mi hijo''. Lo correcto, le añadía, era "que él regresara a Cuba, y lo increpa con las más duras palabras que le vinieron a la mente, y lo insulta con la comparación más humillante con que podía humillarlo: a sus ojos Martí no sólo faltaba a su deber de padre y esposo, sino que también era un cobarde: valientes, le dice, eran los que se habían sometido a España después del Pacto del Zanjón, los que rindieron sus armas o habían vuelto a Cuba y se ocupaban de sus familias. "Sacrificar a todos y cantar purezas lejos del contagio, olvidando cuanto hay de más sagrado en la tierra, y más serio en la vida, ni es valor ni así se cumple con el deber''.

Autor de 'La odisea del almirante Cervera y su escuadra. Batalla naval de Santiago de Cuba. 1898.'

 


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