José Martí: el asedio de un hombre
grande
Reinaldo Bragado Bretaña.
Diario Las Américas. 27 de enero de 2004.
Las naciones se conforman de muchos y variados
elementos. Uno de ellos es la talla de los hombres
que las hicieron posibles. No podemos pensar en
Estados Unidos, por ejemplo, sin que nos venga
a la mente George Washington o Abraham Lincoln.
Y así, cuando pensamos en los factores
que tenían en contra los patriotas cubanos
al intentar su total y definitiva independencia
de España, comprendemos que se trataba
de una labor propia de gigantes. Cuba, la última
posesión del imperio español, era
el refugio del orgullo de una metrópoli
acosada por el arrollador paso de la historia
que no le daba tregua. Estados Unidos, como nueva
potencia, miraba con buenos ojos todo lo que en
el mapa geopolítico del mundo pudiera convenir
a sus intereses, de ahí que tomara parte
en la guerra hispano cubana y se sentara en la
mesa de los triunfadores. José Martí,
en medio de esa época que le tocó
vivir, fue ese humilde prisionero que se levantó
en medio de un pueblo dividido y agotado por la
reciente derrota en el intento independentista.
El, con su capacidad para comprender sus condiciones
históricas, fue uno de los elegidos que
supo ver y, además, supo hacer: era un
gigante en toda la extensión de la palabra.
Cuba sin Martí sería una nación,
pero no la misma.
El 28 de enero de 1853 nació en La Habana,
capital de esa isla que aprendió a amar
hasta el extremo de entregar su vida por ella.
Como hombre de acción, salió de
la reunión de La Mejorana -capítulo
oscuro de nuestra historia- a una muerte directa
en Dos Ríos. Tal vez nunca imaginó
que en ese momento volvía a nacer para
quedar por siempre en la memoria afectiva de la
nación que ayudó a formar. Pero
una característica a considerar, en el
caso de Martí, es que su obra escrita -desde
la poesía hasta el periodismo, incluyendo
la oratoria- se destaca por un humanismo capaz
de superar la más difícil de todas
las pruebas, la del tiempo. Hoy, releyendo sus
páginas, comprendemos hasta qué
punto todos los cubanos tenemos algo de Martí.
Sencillamente, lo queramos o no, todos arrastramos
la marca indeleble de su pensamiento. Muchos pensadores
del mundo quisieran tener su talla intelectual,
su profundidad y gracia.
Y a nosotros, los exiliados políticos,
nos viene a la mente su peregrinar por el mundo
debido a que la libertad se le negaba en su propio
país. Su trabajo cotidiano, su labor de
orfebre buscando que fuera posible la batalla
final por la independencia, nos recuerda mucho
lo que hoy pasamos nosotros en el exilio. Es desgarrador
el hecho de no tener patria y desear tenerla,
recuperarla, soñar un único y permanente
sueño repetitivo, el regreso. Para él
también hubo un regreso que marcó
su día final y el comienzo del último
viaje de su vida, la permanencia de su ideario
hasta el día de hoy.
Por mucho que avance la humanidad en el campo
de la revolución científico técnica,
por mucho que haga el mundo ante nuestros ojos
sin que nos demos cuenta, hay hombres como Martí
que habitan nuestro entorno desde siempre imprimiendo
en el acontecer diario un hálito moral
difícil de encontrar bajo las condiciones
actuales. No nos queda otro remedio que recurrir
al pasado, a hombres como Martí. A veces,
cuando estudiamos la vida de patriotas de su talla,
nos parece que la humanidad se está despedazando.
Algunos aseguran que no, que siempre fue así
y así seguirá siendo. De ser cierta
esa aseveración, nos hacen falta muchos
Martí para sobrellevar la vida tal y como
hoy la conocemos.
La personalidad del Apóstol, en la Cuba
actual, está asediada por la vulgaridad,
el crimen, el atropello y la dictadura, todo lo
contrario de lo que él predicó.
Martí y la Cuba actual son categorías
excluyentes. Nacimientos como el de él
son escasos, y ése es uno de los defectos
de la vida con los que tenemos que lidiar. Este
nuevo aniversario de su natalicio nos sorprende
enlutados, humillados y sin patria. Cada cubano
lleva un crespón negro en su corazón.
Algún día, tal vez liberada por
el más insospechado verso sencillo, la
paloma de la paz haga su vuelo sobre la patria.
Montada en ella, de seguro, estará el mejor
sueño que fue capaz de concebir José
Martí. Será un sueño hermoso
que nos alcanzará a todos y que, sin duda,
se lo deberemos a él.
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