Cuba: lo que no se quiere ver
ProCubaLibre.
Por Fernando Ruiz. La Nación, Buenos Aires,
18 de Enero de 2004.
La aún abierta temporada de caza de disidentes
en Cuba iniciada el 18 de marzo de 2003 reveló
una vez más que la etapa superior del castrismo
es su política carcelaria. En apenas un
mes --que coincidió con los fragores guerreros
de Bush--, setenta y cinco disidentes fueron detenidos,
procesados y condenados a un total de casi mil
años si se suman todas las condenas. La
revolución que auguraba democracia y cambio
social en 1959 se convirtió en un Estado
policial. ¿Qué clase de régimen
político es uno que encierra durante veintisiete
años por sacar fotos periodísticas
(Omar Rodríguez Saludes), veintiséis
por comentar estadísticas económicas
(Víctor Arroyo Carmona) o veinte por enseñar
periodismo (Ricardo González Alfonso)?
Castro en este momento no tiene casi seguidores
en el mundo, sino más bien toleradores.
La dictadura no pide más, por ejemplo,
el apoyo en las Naciones Unidas: apenas pide --y
festeja si la obtiene-- la abstención de
los otros gobiernos a votar en su contra.
En América latina, Cuba marca los límites
geográficos de la democratización,
pero también sus límites mentales.
La discusión sobre Cuba en la región
responde a un mundo que ya no existe. Es una discusión
entre bandas organizadas que esperan el día
de fundirse en una batalla final. Cada banda piensa
en bloque y son incapaces de discernir tema por
tema. Como en una partida de ajedrez, todas las
movidas responden a una estrategia y ninguna pieza
es considerada en forma individual. Era la manera
de pensar de la era bipolar: maniquea, injusta
y supresora del otro en tanto sujeto de alguna
verdad posible. La lógica de la Guerra
Fría era evitar hacer aquello que pudiera
eventualmente beneficiar al enemigo, aunque eso
que se evitara hacer fuera lo justo de acuerdo
con los derechos humanos. Era, una vez más,
el fin que justificaba los medios y por eso se
toleraron y apoyaron las dictaduras en nombre
de la libertad.
En Argentina, nuestros gobiernos, desde los noventa
hasta hoy, han demostrado que su política
hacia Cuba es la misma: cada una en su estilo,
resulta completamente dependiente de lo que hace
el gobierno de los Estados Unidos. Menem hacía
lo que le pedían, mientras que Kirchner
tiende a hacer lo opuesto de lo que le piden.
La coincidencia de fondo entre ambas políticas
es que consideran irrelevante su política
hacia Cuba excepto en cuanto tiene de simbólico
para posicionarse frente al gobierno de los Estados
Unidos y frente a su público electoral
interno. La otra coincidencia es que ninguna de
las dos ha demostrado un compromiso real con una
transición democrática y pacífica
en la isla, ignorando la lucha cotidiana del movimiento
disidente cubano. ¿Qué espera el
canciller argentino para ordenar al embajador
en La Habana que invite a los disidentes a las
recepciones oficiales, como hacen las grandes
democracias europeas, cuyos diplomáticos
incluso concurrieron a algunos de los juicios
en los que los disidentes fueron sentenciados?
La reticencia de muchos demócratas del
mundo a cuestionar el castrismo contribuye a construir
el poder de la dictadura, y construye también
impunidad para reprimir disidentes, que son los
que finalmente pagan los costos humanos de la
indiferencia internacional.
Esa impunidad ofrecida desde el exterior a la
dictadura hay que explicarla. La razón
principal es que la activa defensa de los disidentes
cubanos no forma parte aún de lo politically
correct. Para un disciplinado exponente de lo
políticamente correcto no es tan importante
en qué lugar uno está parado, sino
quiénes son los que están a su lado
cuando se saca la foto. No importa tanto qué
se postula o defiende, sino con quién o
contra quién se hace.
En la discusión sobre Cuba las voces castristas
ya están en retirada, pero no crecen en
la misma proporción las anticastristas.
¿Por qué? Asumir una postura pública
anticastrista remite al potencial denunciante
de la dictadura a un bloque humano y argumental
al que considera inaceptable pertenecer. Este
bloque consta de cuatro elementos:
En la foto del anticastrismo salen todos los
que defendieron las dictaduras latinoamericanas.
En general, al potencial anticastrista no le gustaría
estar al lado de ellos cuando sacan la foto, o
al menos no aparecer sonriendo.
En la foto del anticastrismo sale el exilio de
Miami, el que tiene una mala imagen en el exterior.
Cristalizar la imagen del exilio ha sido uno de
los principales éxitos políticos
del régimen. El exilio cubano tiene una
enorme variedad de grupos políticos y representa
un abanico completo de una sociedad democrática.
Estigmatizar el exilio es estigmatizar a la sociedad
cubana y existe cierto acento racista y discriminatorio
en algunos de los comentarios críticos.
En la foto del anticastrismo aparece el embargo,
que es mayoritariamente rechazado en el mundo.
Varias de las declaraciones que piden el fin de
la dictadura también promueven el levantamiento
del embargo. Algunos países de América
latina y la mayoría de los países
europeos coinciden con esa posición.
En la foto del anticastrismo aparece la bandera
de los Estados Unidos, y si hay algo que se mantiene
sólido en el mundo es el rechazo al gobierno
de ese país, con variación de algunos
grados, más o menos, de acuerdo a quién
sea el presidente y a cuáles sean las circunstancias
internacionales.
A algunos les perturbará más un
elemento que otro, pero entre los cuatro reseñados
suelen ser eficaces para bloquear la conversión
al anticastrismo. En síntesis, el anticastrismo
no ofrece un retrato de familia "políticamente
correcto".
Una razón adicional para demorar el paso
del castrismo al anticastrismo es que muchos tienen
la impresión de que apoyar o tolerar a
Castro no los salpica de sangre, pues es una dictadura
que ni mata ni tortura. Ese sentimiento puede
haber facilitado que el jefe de gobierno de la
ciudad de Buenos Aires le entregara una distinción
al dictador. Precisamente un jefe de gobierno
cuya notoriedad fue construida como fiscal en
la defensa de los derechos humanos. Ocurre que
la fórmula represiva de Castro combina
máxima contundencia represiva y menor exposición
de violencia. La exhibición de violencia
estatal es un recurso habitual en las dictaduras
débiles o transitorias, que no resulta
tan necesario en las fuertes o permanentes. En
Cuba, la exhibición de violencia estatal
se da cuando crece la amenaza, como ocurrió
con la política del paredón en los
inicios de la dictadura, con el caso del general
Ochoa en 1989, o con los fusilamientos "preventivos"
de tres personas en abril del 2003.
Castro prefiere reprimir en primera instancia,
dado su control sobre el tiempo presente y futuro
de los ciudadanos, mediante el entierro de los
líderes cívicos clave en la cárcel
durante decenas de años. Es el caso del
comandante de la revolución Huber Matos,
o actualmente de Elías Biscet, veinticinco
años de cárcel, y de Martha Beatriz
Roque Cabello, presidenta de la Asamblea para
Promover la Sociedad Civil, que fue condenada
precisamente por hacer eso (como hacen en nuestro
país Poder Ciudadano o Conciencia) a veinte
años de prisión, el pasado abril.
La presidenta de Conciencia recibiría en
Cuba la misma condena, por ejemplo, que recibió
hace poco en Argentina quién violó
y mató a una mujer en un club en la zona
de Palermo.
Cuando recorrí la isla para realizar un
estudio sobre los periodistas independientes,
sólo uno de ellos me mostró orgulloso
su laptop y su conexión a Internet. Un
mes más tarde ese periodista se reveló
como un agente de la seguridad del Estado que
participó como acusador del resto de los
periodistas independientes. Otros de los periodistas
que visité tenían computadora y
alguno incluso puede haber tenido algún
tipo de conexión clandestina, pero temían
hacerlo público para que el régimen
no se las sacara. A pesar de la congresomanía
internacionalista cubana, que este año
organizó al menos tres eventos sobre el
tema repletos de delegados de América latina,
hoy Internet es Marte para Cuba. En una sociedad
donde son los bueyes los que volvieron a tirar
de los arados, donde la tracción a sangre
es el eje del transporte público, la gente
usa maletas de madera, el parque automotor principal
es de las décadas del cincuenta y sesenta,
las viviendas se derrumban con una frecuencia
inusitada por la falta de mantenimiento, tener
una computadora es un bien demasiado suntuario.
La penetración de Internet (usuarios en
proporción a población) en Cuba
es más baja que en Surinam o Guayana Francesa
y más baja que en todos los países
centroamericanos y todos los países de
América del Sur (www.abcdelinternet.com).
Y si se pudiera discriminar entre usuarios estatales
y usuarios de la sociedad civil, Cuba tendría
seguramente la menor cantidad de usuarios de toda
América. Las recientes restricciones a
la red buscan mantener el muro de la desinformación,
pero ese muro tiene cada vez más grietas.
El parlamentario cubano Silvio Rodríguez
escribió, en ese poema inmenso que es La
Maza, un verso que habla del "testaferro
del traidor de los aplausos, un servidor de pasado
en copa nueva, un eternizador de dioses del ocaso".
Esas líneas creo que deletrean, sin querer,
el rol que cumple hoy la versión actual
de lo políticamente correcto con respecto
a la dictadura. El ex parlamentario Pablo Milanés,
coprotagonista de la Nueva Trova Cubana, está
escribiendo ahora versos diferentes. Hablando
de Fidel, en diciembre del 2003, dijo a una radio
colombiana: "Cuando ves que es capaz de encarcelar
a una gente durante veinte años porque
habló dos o tres mierdas, no lo concibes".
Al fin del día, lo que la humanidad retendrá
como perlas de nuestro paso por la tierra en estas
últimas décadas serán las
imágenes de una madre argentina en la Plaza
de Mayo en un lúgubre 1977, un físico
ruso exiliado en Siberia, un tornero mecánico
brasileño refugiado en una catedral de
San Pablo, un arzobispo salvadoreño que
da confianza desde el púlpito, un estudiante
chino enfrentándose con un tanque, un dramaturgo
checo que escribe en su casa rodeado de policías
con perros, o un periodista cubano, como Raúl
Rivero. Ellos, sin ninguna piedra en la mano,
sólo con la palabra y con su cuerpo, horadan
la enorme pared de la mentira. Sin haberlo buscado
ni estar demasiado alegres de tener que hacerlo
ellos, son la pequeña luz que traspasa
ese muro anunciando temerosa que allí,
gracias a que hay un ser humano, hay una grieta.
Fernando Ruiz es Profesor de periodismo y
democracia en la Universidad Austral. Su último
libro es Otra grieta en la pared: informe y testimonios
de la nueva prensa cubana. (Cadal/Adenauer, 2003).
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