SOCIEDAD
Monumentos y "monumento" de La Habana
LA HABANA, enero (www.cubanet.org)
- En las inmediaciones de la boca del túnel
de la bahía de La Habana -magnífico
monumento de ingeniería de la época
capitalista en Cuba-, en su paso al este de la
capital, existen numerosos monumentos, exponentes
de la Habana Vieja, patrimonio de la Humanidad,
aferrados como garfios en el tiempo y en la historia.
Testigos mudos de la nacionalidad cubana, incluso
por sobre el funesto cataclismo que padece la
sociedad cubana.
Descuella, por su soberbia y extensión
de sólida piedra, el conjunto ingeniero
militar colonial de las fortalezas La Punta, el
Morro y La Cabaña, la más extensa
fortificación hispana del continente americano.
También se destacan los restos de la antigua
cárcel real de La Habana, el majestuoso
Paseo del Prado y el trozo de muro del antiguo
cuartel español de Ingenieros, frente al
cual fueron ejecutados ocho inocentes estudiantes
de Medicina el 27 de noviembre de 1871.
Aparecen también en las proximidades el
monumento ecuestre al patricio dominicano-cubano
Máximo Gómez, el palacio de la familia
Sarrá, nombre cimero de la empresa farmacéutica
cubana, hoy sede de la embajada de España.
Más allá de la bahía se levanta
el Cristo de La Habana.
También cercano, en Capdevilla No. 1,
se levanta otro llamativo palacio del siglo XIX,
sede del museo de la Música; y cerrando
el entorno monumental precastrista, se encuentra
otra hermosa edificación de la segunda
década del pasado siglo: el Palacio Presidencial,
convertido en museo de la Revolución.
Entre tantos símbolos devenidos en vitrinas
turísticas, puede "contemplarse"
-lleva meses, y como si fuera a quedarse para
siempre- un morrocotudo y descomunal "monumento"
a la desidia, al abandono sepulcral: el ómnibus
193 marca Pegaso, perteneciente a la empresa estatal
EMTUSA (¡?), llegado del ayuntamiento de
Gijón. Sus puertas y ventanas selladas,
cual si fuera sepultura contra intrusos; y sin
matrícula, roto quién sabe desde
cuándo, lo que no parece importar a nadie,
porque, perdido el sentido de la pertenencia -como
tantas otras cosas- a nadie parece pertenecer
ni importar. ¿Dirá la última
palabra el salitroso y agresivo mar que lo acecha?
cnet/12
|