SOCIEDAD
Los Magos están de vuelta
LA HABANA, enero (www.cubanet.org)
- Este sábado 3 de enero se proclamó,
casi de manera oficial, como Fiesta de Cuba. Aún
estamos bajo el influjo del recién estrenado
año 2004. Las llamadas tiendas "recaudadoras
de divisa" no han parado de vender en ese
afán característico del comercio
capitalista. Ya la Navidad se va alejando para
recorrer un nuevo ciclo de vuelta, pero la gente
continúa ávida de ver, aunque no
puedan comprar.
Y precisamente este sábado los establecimientos
fueron surtidos de una nueva mercancía.
Decenas de juguetes, de los que no estamos acostumbrados
a ver normalmente aunque sean ofertados en moneda
fuerte, están nutriendo los departamentos
más visibles de numerosas tiendas. Camiones,
autos de vistosos colores, muñecas, juegos
de diferentes tipos, todos con dos cosas en común:
el tamaño grande y los elevados precios.
Para un visitante de otras latitudes puede parecer
módico que uno de estos artículos
cueste 10 dólares. Pero para un nacional
esto significa el salario de todo un mes de trabajo.
Si recibe la divisa por otras vías, quizás
le sea más factible el acceso al regalo,
pero siempre significa un sacrificio.
No obstante, la gente comienza a movilizarse
para conseguir algún obsequio destinado
a los pequeños de la familia. El 5 de enero
las tiendas ya son un hervidero de compradores.
La voz de que están sacando juguetes se
ha corrido definitivamente por la ciudad. Y es
que estamos en vísperas del Día
de Reyes.
Un niño viaja en el repleto ómnibus.
Le cedo el asiento al pequeño y éste
insiste para que su padre comparta el sitio con
él. El papá responde con afecto
que su deseo no es sentarse, sino que está
desesperado por llegar a la casa. El niño
le dice que está también desesperado,
pero por saber qué le han traído
los Reyes Magos.
Aún recuerdo aquellos últimos agónicos
días de los viajeros orientales, quienes
ponían fin al feriado navideño.
La ilusión de los juguetes nuevos, la carta
escrita con larga lista de peticiones dirigida
a los atribulados "magos", que no tendrían
suficiente magia para complacer tantos deseos.
Algunos más cándidos y caritativos
llegaban a ponerle hierba y agua a los fatigados
camellos. Siempre el sueño lograba cerrar
los párpados del más curioso de
los infantes, que luchaba a brazo partido con
el cansancio para lograr ver a los misteriosos
personajes. Quizás lo más que alcanzaran
a ver eran unas difusas sombras, que ponían
los regalos bajo la cama o en otra habitación,
para dar un susto y una sorpresa.
Al amanecer se frustraban muchas esperanzas,
pero siempre la recompensa de tener algún
nuevo juguete superaba el disgusto. Los niños
se complacen con poco y superan fácilmente
las tristezas. Un día nos hicieron saber
que los padres y otros familiares cercanos eran
los verdaderos reyes. Que toda aquella "bobería"
de los dromedarios y las carticas era rezago de
un pasado que no iba a volver.
Si alguien luchó para mantener el sueño
y la ilusión de la añeja tradición,
la realidad le jugó una mala pasada. Primero
fueron aquellas noches sin fin, de las que los
padres salían con los dedos ampollados
de tanto discar el teléfono para alcanzar
un turno en las tiendas de La Habana. Podía
tocarte la suerte de alcanzar un número
bajo, en una tienda de Marianao, mientras usted
vivía en Habana del Este, y viceversa.
Los niños "disfrutaban" esta
nueva versión del día de Reyes ayudando
a sus padres en la dura misión de conectar
lo más rápido posible con uno de
los comercios. Después las cosas se simplificaron.
Como amantes de la bolita que somos los cubanos,
a alguien se le ocurrió el uso del Bombo
(¡que popularidad ha tenido siempre ese
juego de azar en Cuba!), para sortear los turnos.
Las tiendas ya estaban predeterminadas según
el domicilio de los compradores. Al paso de los
años comprendí que algo raro había
en esto, porque siempre la suerte me destinaba
el tercer día de compras, mientras otros
coincidían año tras año con
el día inicial. Esto era muy importante,
porque el que primero accedía al comercio
se llevaba lo mejor.
Así fuimos aprendiendo a ser conformes.
La cantidad de juguetes era pareja, al menos en
número. Tocaba a cada niño un juguete
básico (los más grandes y bonitos,
las muñecas, los de baterías e importación)
y dos no básicos (el hecho en Cuba, las
bolas, carritos de cuerda, trompos y otras menudencias).
Siempre hubo quien tuvo mejores juguetes que otro.
Ahora no por el dinero, pero sí por la
poca cantidad disponible. No obstante, quedaba
cierto aire de resignación y hasta de comprensión.
Todos podíamos tener tres juguetes.
También aprendimos a compartir. El puntillazo
vino con la transferencia del 6 de enero al tercer
domingo de julio, proclamado Día de los
Niños. Los primeros años hubo juguetes.
Después sólo quedó el día.
Parecía que se había logrado erradicar
la dañina tradición.
A poco más de treinta años, me
duele ver cómo muchas personas luchan para
obtener unos exiguos dólares para comprar
estos juguetes modernos. Siguen siendo chinos
en su mayoría, pero hasta China ya no es
la misma. Tampoco sus juguetes.
Las diferencias adquisitivas hacen evidentes
las diferencias existentes en el país.
Se puede hablar de ricos y pobres. De gente con
grandes posibilidades y otras con poca o ninguna.
Lo triste es que para los que no tienen ninguna
no existan esos juguetes sencillos, de producción
nacional, que puedan ser comprados por los menos
favorecidos. Un bate cubano vale 50 pesos si te
lo oferta un vendedor callejero, pero en las tiendas
cuesta hasta 45 dólares.
Pero si algo bueno hay en esta vuelta de hojas,
es que los berridos de los viejos camellos se
están oyendo de nuevo. Melchor, Gaspar
y Baltasar están haciendo su aparición
nuevamente en este rincón del mundo. Nuestros
niños no son nada ingenuos. Al final ellos,
y nosotros en nuestros días, saben que
los padres son los verdaderos artífices
de esta fiesta. Pero ¿y el sueño?
¿Quién puede acabar con la magia
de la imaginación? De la misma manera que
la Navidad siempre estuvo con nosotros, los Reyes
han permanecido inmanentes en esa presencia oculta.
La tradición ha terminado por vencer la
ortodoxia de la imposición renovadora.
Los Reyes están de vuelta. A pesar de los
trastornos y sinsabores, de los que ellos no son
responsables, les estamos diciendo: ¡Bienvenidos,
mágicos viajeros! cnet/43
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