RELIGION
Vivir la Navidad en Cuba
LA HABANA, enero (www.cubanet.org)
- En su último mensaje de Navidad a todos
los cubanos, el disidente Oswaldo Payá
mencionó el temor que aún perdura
entre los ciudadanos del país a la hora
de expresar sus parabienes con motivo de la celebración
navideña. Hace alusión a esa manera
tan común en otra época, cuando
el deseo de una feliz Navidad era expresado abiertamente
entre dos personas que se encontraban en medio
de este marco festivo. Realmente hoy muchos en
la Isla se desean felicidades, pero sin añadir
el sustantivo Navidad.
No me atrevería a señalar la causa
del miedo como único factor que incide
en la referida omisión. Puede ser que algunas
personas todavía encuentren inadecuado
hablar de Navidades después de treinta
años de supresión. Hace un lustro
que se levantó el veto oficial que pesaba
sobre esta fiesta religiosa. Las tiendas se adornan
con los atributos distintivos de la celebración
y los ofertan a los consumidores. Claro que tampoco
se hace referencia directa al hecho navideño,
mientras que el énfasis propagandístico
gira en torno al fin de año y más
todavía sobre el nuevo aniversario del
triunfo revolucionario que propició la
instauración del actual sistema de gobierno.
Por tanto pondría al desconocimiento como
otro factor que atenta contra la normal visión
del verdadero sentido de lo que se está
celebrando. ¿Cómo es posible que
se esté disfrutando de un día de
asueto correspondiente al 25 de diciembre, para
recomenzar las actividades laborales que volverán
a interrumpirse en los días finales de
año, y hablar de ambos feriados como si
fueran la misma cosa?.
El verdadero significado de la Navidad sólo
puede ser comprendido cuando ésta se celebra
y se vive plenamente desde la fe. Por ello me
resultó tan interesante la homilía
pronunciada por el párroco que atiende
actualmente la comunidad de Cojímar durante
la celebración de la Víspera de
Navidad, o Misa del Gallo. El sacerdote se preguntaba
si los cristianos sabremos distinguir el sentido
de la celebración del nacimiento de Jesús
en medio de tantos problemas. Viviendo entre tantas
personas pobres, ancianos abandonados, dolencias
terribles que postran a enfermos en las cruces
de las camas, dolor, odios, intolerancias e incomprensiones.
En un mundo donde priman la guerra, el hambre
y las enfermedades. Sólo sabiendo que no
se trata de una celebración más,
obviando el comercialismo y la frivolidad que
se nutren de esta ocasión es que podremos
celebrar una recta Navidad.
Obviando cierto escepticismo, creo que este Jesús
nacido en la pobreza de Belén le está
diciendo algo a la mayoría de la población
cubana, y muchos perciben el mensaje. Ciertamente
las iglesias se llenaron, según referencias
de varios templos conocidos, de un público
que busca algo diferente al escapismo del ron
y la cerveza. Gente que espera escuchar palabras
de esperanza y amor. El gran dilema está
en si encuentran verdaderamente esa palabra que
les haga cambiar el derrotero de su vida.
Porque si la gente tiene miedo, es que no han
encontrado a Jesús, y difícilmente
podrán desear una feliz Navidad. Pero si
dicen celebrar la Navidad cristianamente y se
quedan en los signos de la cena, el arbolito,
los turrones o la tristeza de no tener estas cosas,
faltará igualmente el sentido de la celebración
y Jesús seguirá ausente de la vida
de estas personas. Tampoco estas personas podrán
decir Feliz Navidad.
En la carta que ha dirigido el Cardenal Jaime
Ortega a la feligresía de La Habana, y
con ella a todo el país, trata de estas
realidades comprendidas en aquello que el Señor
nos ofrece a través del regalo de su Hijo,
el Dios hecho hombre que comparte la vida y la
historia de los seres humanos. Que se hace humano
en la carne y el dolor, en la vida y en la muerte,
pero que con su Resurrección nos dice que
con la muerte no todo termina. La Navidad es la
fiesta de la Vida, del Amor y la Esperanza. Quien
en esta ocasión diga de manera trágica
que no puede expresar alegría o felicidad,
es que aún no conoce la plenitud del mensaje
cristiano, y mucho menos lo que Jesús nos
viene a traer.
Por eso, a pesar del luto, de las ausencias,
sean por el exilio creciente o la prisión,
se puede hablar de alegría. Es la alegría
que emana de la luz. Es ese sentimiento que transmiten
algunos encarcelados, capaces de decir que ahora
más que nunca, desde la soledad y la oscuridad
de una celda, de no contar con tantas cosas necesarias
en apariencia para celebrar la Navidad, ellos
sienten la cercanía de Dios, reciben la
luz de su Palabra y se alegran en su nacimiento
con lo indispensable. El hecho de que Antonio
Díaz pueda decir a su esposa y amigos:
¡Feliz Navidad! es lo que me hace comprender
dónde radica la esencia de esta fiesta.
Contrasta con la actitud de aquéllos que
cuentan con todo, aparente libertad, cosas materiales
y salud, pero no pueden articular la sagrada palabra
y se quedan en las incompletas y vacías
felicidades.
Sí, la Navidad existirá siempre.
No necesita del decreto oficial que la autorice.
Porque a pesar de que se promulguen leyes que
permitan su ejercitación, es una fiesta
que nace del corazón y no de las legislaciones.
Si aquél está vacío, desesperanzado,
alejado de Dios, lleno de banalidades, entonces
no existirá una verdadera Navidad. No es
el miedo el que impide desear felicidades referidas
al acontecimiento pascual, sino el desconocimiento
de ese Dios que es amor, perdón y libertad.
El que conoce a Jesús y se compromete en
su caminar difícilmente dejará de
vivir la Navidad y desearla abiertamente a todos.
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