PRENSA INTERNACIONAL
Enero 2, 2004

Castro, el totalitarismo y otros

Lorenzo De Toro. El Nuevo Herald, diciembre 31, 2003.

En esta larga lucha cubana, ya de cuarenta y cinco años, ¡casi medio siglo!, es usual y casi perdonable que muchos, algunos bien intencionados, pierdan la perspectiva y sin percatarse de que los tiempos y las circunstancias varían a golpe de cambios e historia, no quieran aceptar ni entender que viejas estrategias fracasadas deber ser sustituidas por nuevos procedimientos que, sin ser definitivos, pueden marcar pautas para lograr el anhelado fin.

El pueblo de Cuba, que debe ser uno solo, se encuentra dividido en dos por razones políticas, formativas y geográficas; más de once millones prisioneros dentro de la isla y un par de millones en el exilio, prisioneros de humanas ambiciones personales y de vanas ilusiones que esperan año tras año se produzca un milagro, milagro que nadie acierta a definir con cordura cómo ni cuándo sucederá ni a quién pedirlo, a no ser a Dios, que nos requiere para producirlo que actuemos en concordancia.

Señalemos algunas de las diferencias circunstanciales que evitan la comunión de acción entre los dos sectores señalados. Dentro de Cuba ya se han creado quizás tres generaciones de cubanos que, desde la cuna, han sido adoctrinados en falsas premisas y privados de la libertad de información y formación a que todo ser humano, creado por Dios a su libre albedrío, debiera tener derecho. Eso podría explicar, en parte, las frustrantes marchas totalitarias de millones de seres que como zombis desfilan apoyando (más bien obedeciendo) consignas que ni entienden ni practican, pero que obedecen por temor a represalias que pueden costarles castigos que mermen su mísera condición de vida, afectando, en el mejor de los casos, su posibilidad de ''resolver'' sus necesidades diarias más elementales. Eso quizás podría explicar someramente a un mundo ignorante de la verdadera y terrible situación que vive el pueblo cubano de la isla para vergüenza y escarnio de los que por su poder único en la historia pueden hacer variar los destinos de los millones de seres que pueblan nuestro planeta con sólo enfrentar la verdad y la justicia. Al pueblo cubano, y hasta a gran parte de los gobernantes, hay que definirlos como víctimas por sobre cualquier otra apreciación.

El exilio, jirón de Cuba, arrancado y trasplantado de sus raíces por razones mayoritariamente de supervivencia, sufre quizás de un exceso de libertades y oportunidades personales de superación que nublan y hasta hacen olvidar a muchos las verdaderas razones de lo que significa ser exiliado. No puede desconocerse que la inmensa mayoría de los exiliados ha logrado, con trabajo, habilidad e inteligencia alcanzar niveles de vida personal más altos de los que tenía en la tierra natal. Esto hace que, aunque espiritualmente añoren la patria perdida, dediquen sus mejores esfuerzos y sacrificios a su bienestar personal o familiar en esta tierra fecunda en oportunidades.

Claro que la causa de Cuba y su libertad no han sido olvidadas por los que en muchos casos han vivido más tiempo en el destierro que en la tierra que los vio nacer, ni tampoco por muchos de los que de una forma u otra, aun a riesgo de sus vidas, han logrado escapar; pero, y aquí viene lo paradójico, los deseos se ahogan en una actitud de espera guiada por las noticias y comentarios que inundan el acontecer diario del exilio, sin que los mismos muevan a lograr una efectiva unidad de acción impedida de lograr por incapacidad, personalismos o conveniencia de algunos guías que han logrado hacer de la causa de Cuba un medio de vida, limitándose a explotar el sensacionalismo y sobre todo a las controversias que el mismo origine, provocando divisiones y confrontaciones que, si bien producen rating, alientan el nefasto divisionismo.

¿Se quiere cosa más absurda que las polémicas propiciadas por los que dedican más tiempo en atacar a Oswaldo Payá que hasta al mismo Castro? ¿No se dan cuenta, o no les conviene darse cuenta de que Payá merece nuestro respeto por ser un verdadero opositor, líder de la causa de la libertad de Cuba, que ha logrado con inteligencia y habilidad el reconocimiento internacional nunca antes logrado, mientras que desde dentro de la misma Cuba ha conseguido que miles de cubanos pierdan el miedo firmando un estratégico documento que bien se sabe no es un fin, sino un medio?

Es absurdo alentar desde los micrófonos del exilio divisiones entre líderes que desde dentro de Cuba abogan con distintas estrategias sin apenas tener las oportunidades de reunirse. ¿No sería más patriótico y efectivo tratar de limar asperezas entre ellos buscando la unidad de propósito aunque con distintas estrategias?

¿No sería más inteligente dejar tranquilo y apoyar a alguien de conducta intachable que, valientemente desde la misma Cuba, lucha con una nueva estrategia encaminada a lograr el fin deseado ''con todos y para el bien de todos'' y, mientras, lucha por llevar al mundo, ignorante aún, la verdad sobre Cuba, para lograr, si no la ayuda, por lo menos la comprensión y el apoyo moral de pueblos y gobernantes?

¿Por qué no gastar esas energías en organizar un buen mercadeo publicitario para lograr que se reduzcan al mínimo los envíos de dinero y los viajes del exilio a Cuba, principal fuente de divisas del régimen?

Estos pensamientos sólo pretenden que los que de veras llevan en sus almas el firme propósito de la libertad de Cuba recapaciten con honestidad y actúen con inteligencia para que engrosen el grupo de ''los que aman y construyen, no de los que odian y destruyen''. No sigamos haciendo causa común, sin darnos cuenta, con los enemigos disfrazados, o los incompetentes o los inconscientes.

Director Revista Ideal.


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