Castro,
el totalitarismo y otros
Lorenzo De Toro. El
Nuevo Herald, diciembre 31, 2003.
En esta larga lucha cubana, ya de cuarenta y
cinco años, ¡casi medio siglo!, es
usual y casi perdonable que muchos, algunos bien
intencionados, pierdan la perspectiva y sin percatarse
de que los tiempos y las circunstancias varían
a golpe de cambios e historia, no quieran aceptar
ni entender que viejas estrategias fracasadas
deber ser sustituidas por nuevos procedimientos
que, sin ser definitivos, pueden marcar pautas
para lograr el anhelado fin.
El pueblo de Cuba, que debe ser uno solo, se
encuentra dividido en dos por razones políticas,
formativas y geográficas; más de
once millones prisioneros dentro de la isla y
un par de millones en el exilio, prisioneros de
humanas ambiciones personales y de vanas ilusiones
que esperan año tras año se produzca
un milagro, milagro que nadie acierta a definir
con cordura cómo ni cuándo sucederá
ni a quién pedirlo, a no ser a Dios, que
nos requiere para producirlo que actuemos en concordancia.
Señalemos algunas de las diferencias circunstanciales
que evitan la comunión de acción
entre los dos sectores señalados. Dentro
de Cuba ya se han creado quizás tres generaciones
de cubanos que, desde la cuna, han sido adoctrinados
en falsas premisas y privados de la libertad de
información y formación a que todo
ser humano, creado por Dios a su libre albedrío,
debiera tener derecho. Eso podría explicar,
en parte, las frustrantes marchas totalitarias
de millones de seres que como zombis desfilan
apoyando (más bien obedeciendo) consignas
que ni entienden ni practican, pero que obedecen
por temor a represalias que pueden costarles castigos
que mermen su mísera condición de
vida, afectando, en el mejor de los casos, su
posibilidad de ''resolver'' sus necesidades diarias
más elementales. Eso quizás podría
explicar someramente a un mundo ignorante de la
verdadera y terrible situación que vive
el pueblo cubano de la isla para vergüenza
y escarnio de los que por su poder único
en la historia pueden hacer variar los destinos
de los millones de seres que pueblan nuestro planeta
con sólo enfrentar la verdad y la justicia.
Al pueblo cubano, y hasta a gran parte de los
gobernantes, hay que definirlos como víctimas
por sobre cualquier otra apreciación.
El exilio, jirón de Cuba, arrancado y
trasplantado de sus raíces por razones
mayoritariamente de supervivencia, sufre quizás
de un exceso de libertades y oportunidades personales
de superación que nublan y hasta hacen
olvidar a muchos las verdaderas razones de lo
que significa ser exiliado. No puede desconocerse
que la inmensa mayoría de los exiliados
ha logrado, con trabajo, habilidad e inteligencia
alcanzar niveles de vida personal más altos
de los que tenía en la tierra natal. Esto
hace que, aunque espiritualmente añoren
la patria perdida, dediquen sus mejores esfuerzos
y sacrificios a su bienestar personal o familiar
en esta tierra fecunda en oportunidades.
Claro que la causa de Cuba y su libertad no han
sido olvidadas por los que en muchos casos han
vivido más tiempo en el destierro que en
la tierra que los vio nacer, ni tampoco por muchos
de los que de una forma u otra, aun a riesgo de
sus vidas, han logrado escapar; pero, y aquí
viene lo paradójico, los deseos se ahogan
en una actitud de espera guiada por las noticias
y comentarios que inundan el acontecer diario
del exilio, sin que los mismos muevan a lograr
una efectiva unidad de acción impedida
de lograr por incapacidad, personalismos o conveniencia
de algunos guías que han logrado hacer
de la causa de Cuba un medio de vida, limitándose
a explotar el sensacionalismo y sobre todo a las
controversias que el mismo origine, provocando
divisiones y confrontaciones que, si bien producen
rating, alientan el nefasto divisionismo.
¿Se quiere cosa más absurda que
las polémicas propiciadas por los que dedican
más tiempo en atacar a Oswaldo Payá
que hasta al mismo Castro? ¿No se dan cuenta,
o no les conviene darse cuenta de que Payá
merece nuestro respeto por ser un verdadero opositor,
líder de la causa de la libertad de Cuba,
que ha logrado con inteligencia y habilidad el
reconocimiento internacional nunca antes logrado,
mientras que desde dentro de la misma Cuba ha
conseguido que miles de cubanos pierdan el miedo
firmando un estratégico documento que bien
se sabe no es un fin, sino un medio?
Es absurdo alentar desde los micrófonos
del exilio divisiones entre líderes que
desde dentro de Cuba abogan con distintas estrategias
sin apenas tener las oportunidades de reunirse.
¿No sería más patriótico
y efectivo tratar de limar asperezas entre ellos
buscando la unidad de propósito aunque
con distintas estrategias?
¿No sería más inteligente
dejar tranquilo y apoyar a alguien de conducta
intachable que, valientemente desde la misma Cuba,
lucha con una nueva estrategia encaminada a lograr
el fin deseado ''con todos y para el bien de todos''
y, mientras, lucha por llevar al mundo, ignorante
aún, la verdad sobre Cuba, para lograr,
si no la ayuda, por lo menos la comprensión
y el apoyo moral de pueblos y gobernantes?
¿Por qué no gastar esas energías
en organizar un buen mercadeo publicitario para
lograr que se reduzcan al mínimo los envíos
de dinero y los viajes del exilio a Cuba, principal
fuente de divisas del régimen?
Estos pensamientos sólo pretenden que
los que de veras llevan en sus almas el firme
propósito de la libertad de Cuba recapaciten
con honestidad y actúen con inteligencia
para que engrosen el grupo de ''los que aman y
construyen, no de los que odian y destruyen''.
No sigamos haciendo causa común, sin darnos
cuenta, con los enemigos disfrazados, o los incompetentes
o los inconscientes.
Director Revista Ideal.
|