PRENSA INDEPENDIENTE
Febrero 25, 2004

SOCIEDAD
Su última afición

Ariel Delgado Covarrubias

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El pasado 12 de enero falleció la señora Consuelo Martínez Giraudy, a la edad de 96 años, en el balneario habanero de Santa
Fe, donde vivió la mayor parte de su vida. El suceso no sería más interesante si no fuera porque ella representó en su época la tendencia en sentido contrario a la que hoy se vive en este país.

Consuelo nació el 18 de diciembre de 1908 en los Estados Unidos. Su padre, español, emigró a la Unión Americana a finales del siglo XIX huyendo de las guerras internas que desangraban su natal España. En su nuevo terruño conoció a una santiaguera, y de esa unión vino una prole numerosa, cinco hermanos, de los cuales Consuelo era la menor.

Si la guerra en el reinado ibérico hizo emigrar al padre a Norteamérica, ahí la conscripción militar hizo partir a la familia hacia la Mayor de las Antillas. Esta era una familia muy unida en sus sentimientos, pero predominó la independencia de carácter y acción impregnada por el padre. Así, Elvira, la hermana mayor, y Consuelo, la más chiquita, vivieron siempre juntas.

Ambas hermanas, de gran espíritu emprendedor, hicieron fortuna con su trabajo, haciendo negocios e invirtiendo el dinero ganado, bajo la orientación de Elvira, una verdadera negociante. Llegaron a tener dos casas en Santa Fe y dos apartamentos en Centro Habana, con tres automóviles y acciones en un banco, y mucho dinero acumulado.

Si Elvira, recogida y reservada, era la negociante, Consuelo se destacaba por sus aficiones. Su primera gran afición, compartida con su hermana, fue Cuba, su nueva patria, que nunca abandonaron pese a ser ciudadanas americanas. El dinero nunca le quitó el sueño, pero conocía de su valor para saber vivir bien.

Consuelo poseía un exquisito gusto y ello la llevó a trabajar desde muy joven en la exclusiva tienda por departamentos El Encanto, hasta que ésta fue expropiada por los comunistas y reducida, literalmente, a ruinas. Ella recordaría con amargura el día de la intervención, cuando al dueño los usurpadores le impidieron pasar a su oficina a recoger sus pertenencias personales.

Ante el fatídico cambio rojo de 1959 Consuelo vivía para sus aficiones. Vestía elegantemente, manejaba su auto como símbolo de independencia y gozaba de lo bueno de la vida. Amante del béisbol, muchas veces salía del trabajo rumbo al stadium del Cerro, y los fines de semana viajaba a Miami, en aquella época un turismo barato.

Consuelo viajó mucho, conoció países e hizo amigos en diversas latitudes del mundo, en especial Europa, con los que se carteaba y a algunos los recibió en su acogedora casa santafecina. Su afición por viajar y hacer amigos en otras latitudes la llevó a estudiar y conocer varios idiomas.

Los años sesenta fueron terribles para las hermanas. Con la nacionalización de los bancos perdieron sus acciones y con el canje de la moneda, sus dineros acumulados. Con la Ley de Reforma Urbana perdieron una casa en Santa Fe y uno de los apartamentos de Centro Habana (el otro lo habían vendido al actor Enrique Almirante cuando se casó por primera vez). Y lo peor, perdieron la ansiada y disfrutada libertad.

Varias veces Consuelo, a su pesar, quiso abandonar el país, privada de sus aficiones, pero Elvira se negaba, ansiando vivir el fin de la pesadilla social. Después de la destrucción de la gran tienda, la ubicaron en otra, pero no resistió el "estilo laboral socialista" y pasó a retiro. Para mejorar su situación económica ejercía como inspectora de los cursos nocturnos de inglés, su idioma natal.

Pasaron los años y su afición por el cambio social no cristalizaba. Tuvo que conformarse con pequeñas aficiones, siendo la principal vivir de sus bellos recuerdos. Los tres automóviles tuvieron que venderlos, y en una bicicleta Consuelo se paseaba por Santa Fe, donde todos la respetaban y admiraban por su edad.

Con 103 años de edad, su adorada hermana Elvira falleció como vivió, reservada y recogida, cuidada y querida con devoción por Consuelo. Fue un golpe demoledor para ella, y a partir de entonces su salud fue cuesta abajo.

Para llevar la casa, Consuelo dio cabida al hijo de una fiel amiga, que junto a los envíos de sus sobrinos Gladis, de Miami, y José Manuel, de Kentucky, hicieron económicamente llevaderos sus últimos años.

En el 2001 se le descubre a Consuelo el mal de la leucemia, enfermedad de la que también murió su madre. Nunca tuvo afición por los galenos ni las medicinas, y ahora para vivir tenía que depender de ellos. Primero se le transfundía la sangre cada dos meses y por último cada 18 ó 20 días.

Su apoderado (heredero universal de la casona de dos pisos con terraza al malecón de Santa Fe) le puso una enfermera y contrató a dos mujeres, Lidia y Nora, para que la atendieran.

Poco a poco su vida se fue apagando. Consuelo nunca perdió su orgullo. Lúcida decía: "No quiero que me velen. Tan pronto me muera me entierran, para que mis amistades no me vean tan fea y manchada como estoy". Y a sus acompañantes les pedía que le dieran cariño, porque "no tengo familia que me lo dé".

Hasta el último momento de su vida Consuelo mantuvo su última gran afición: escuchar Radio Martí. A través de la emisora que se recibe alto y claro en Santa Fe, Consuelo mantenía viva la esperanza por la llegada del nuevo cambio "que pondría las cosas en su lugar". A través de radio Martí escuchó el programa de Don Julio con una emisión dedicada a los trabajadores de El Encanto, que destapó los más bellos y vívidos recuerdos de sus años felices, y lloró de alegría y emoción. Radio Martí fue su última afición.

Murió con las notas de Clave a Martí, la identificación permanente de su única y preferida emisora, que la mantenía informada de lo que sucedía en Cuba y no se conoce en el país por la mordaza oficial. Nos quedamos sin Consuelo, pero no hemos perdido la esperanza, pues queda su última afición, escuchar Radio Martí.

 


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