SOCIEDAD
Su última afición
Ariel Delgado Covarrubias
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El pasado
12 de enero falleció la señora Consuelo
Martínez Giraudy, a la edad de 96 años,
en el balneario habanero de Santa
Fe, donde vivió la mayor parte de su vida.
El suceso no sería más interesante
si no fuera porque ella representó en su
época la tendencia en sentido contrario
a la que hoy se vive en este país.
Consuelo nació el 18 de diciembre de 1908
en los Estados Unidos. Su padre, español,
emigró a la Unión Americana a finales
del siglo XIX huyendo de las guerras internas
que desangraban su natal España. En su
nuevo terruño conoció a una santiaguera,
y de esa unión vino una prole numerosa,
cinco hermanos, de los cuales Consuelo era la
menor.
Si la guerra en el reinado ibérico hizo
emigrar al padre a Norteamérica, ahí
la conscripción militar hizo partir a la
familia hacia la Mayor de las Antillas. Esta era
una familia muy unida en sus sentimientos, pero
predominó la independencia de carácter
y acción impregnada por el padre. Así,
Elvira, la hermana mayor, y Consuelo, la más
chiquita, vivieron siempre juntas.
Ambas hermanas, de gran espíritu emprendedor,
hicieron fortuna con su trabajo, haciendo negocios
e invirtiendo el dinero ganado, bajo la orientación
de Elvira, una verdadera negociante. Llegaron
a tener dos casas en Santa Fe y dos apartamentos
en Centro Habana, con tres automóviles
y acciones en un banco, y mucho dinero acumulado.
Si Elvira, recogida y reservada, era la negociante,
Consuelo se destacaba por sus aficiones. Su primera
gran afición, compartida con su hermana,
fue Cuba, su nueva patria, que nunca abandonaron
pese a ser ciudadanas americanas. El dinero nunca
le quitó el sueño, pero conocía
de su valor para saber vivir bien.
Consuelo poseía un exquisito gusto y ello
la llevó a trabajar desde muy joven en
la exclusiva tienda por departamentos El Encanto,
hasta que ésta fue expropiada por los comunistas
y reducida, literalmente, a ruinas. Ella recordaría
con amargura el día de la intervención,
cuando al dueño los usurpadores le impidieron
pasar a su oficina a recoger sus pertenencias
personales.
Ante el fatídico cambio rojo de 1959 Consuelo
vivía para sus aficiones. Vestía
elegantemente, manejaba su auto como símbolo
de independencia y gozaba de lo bueno de la vida.
Amante del béisbol, muchas veces salía
del trabajo rumbo al stadium del Cerro, y los
fines de semana viajaba a Miami, en aquella época
un turismo barato.
Consuelo viajó mucho, conoció países
e hizo amigos en diversas latitudes del mundo,
en especial Europa, con los que se carteaba y
a algunos los recibió en su acogedora casa
santafecina. Su afición por viajar y hacer
amigos en otras latitudes la llevó a estudiar
y conocer varios idiomas.
Los años sesenta fueron terribles para
las hermanas. Con la nacionalización de
los bancos perdieron sus acciones y con el canje
de la moneda, sus dineros acumulados. Con la Ley
de Reforma Urbana perdieron una casa en Santa
Fe y uno de los apartamentos de Centro Habana
(el otro lo habían vendido al actor Enrique
Almirante cuando se casó por primera vez).
Y lo peor, perdieron la ansiada y disfrutada libertad.
Varias veces Consuelo, a su pesar, quiso abandonar
el país, privada de sus aficiones, pero
Elvira se negaba, ansiando vivir el fin de la
pesadilla social. Después de la destrucción
de la gran tienda, la ubicaron en otra, pero no
resistió el "estilo laboral socialista"
y pasó a retiro. Para mejorar su situación
económica ejercía como inspectora
de los cursos nocturnos de inglés, su idioma
natal.
Pasaron los años y su afición por
el cambio social no cristalizaba. Tuvo que conformarse
con pequeñas aficiones, siendo la principal
vivir de sus bellos recuerdos. Los tres automóviles
tuvieron que venderlos, y en una bicicleta Consuelo
se paseaba por Santa Fe, donde todos la respetaban
y admiraban por su edad.
Con 103 años de edad, su adorada hermana
Elvira falleció como vivió, reservada
y recogida, cuidada y querida con devoción
por Consuelo. Fue un golpe demoledor para ella,
y a partir de entonces su salud fue cuesta abajo.
Para llevar la casa, Consuelo dio cabida al hijo
de una fiel amiga, que junto a los envíos
de sus sobrinos Gladis, de Miami, y José
Manuel, de Kentucky, hicieron económicamente
llevaderos sus últimos años.
En el 2001 se le descubre a Consuelo el mal de
la leucemia, enfermedad de la que también
murió su madre. Nunca tuvo afición
por los galenos ni las medicinas, y ahora para
vivir tenía que depender de ellos. Primero
se le transfundía la sangre cada dos meses
y por último cada 18 ó 20 días.
Su apoderado (heredero universal de la casona
de dos pisos con terraza al malecón de
Santa Fe) le puso una enfermera y contrató
a dos mujeres, Lidia y Nora, para que la atendieran.
Poco a poco su vida se fue apagando. Consuelo
nunca perdió su orgullo. Lúcida
decía: "No quiero que me velen. Tan
pronto me muera me entierran, para que mis amistades
no me vean tan fea y manchada como estoy".
Y a sus acompañantes les pedía que
le dieran cariño, porque "no tengo
familia que me lo dé".
Hasta el último momento de su vida Consuelo
mantuvo su última gran afición:
escuchar Radio Martí. A través de
la emisora que se recibe alto y claro en Santa
Fe, Consuelo mantenía viva la esperanza
por la llegada del nuevo cambio "que pondría
las cosas en su lugar". A través de
radio Martí escuchó el programa
de Don Julio con una emisión dedicada a
los trabajadores de El Encanto, que destapó
los más bellos y vívidos recuerdos
de sus años felices, y lloró de
alegría y emoción. Radio Martí
fue su última afición.
Murió con las notas de Clave a Martí,
la identificación permanente de su única
y preferida emisora, que la mantenía informada
de lo que sucedía en Cuba y no se conoce
en el país por la mordaza oficial. Nos
quedamos sin Consuelo, pero no hemos perdido la
esperanza, pues queda su última afición,
escuchar Radio Martí.
|