PRENSA INTERNACIONAL
Febrero 19, 2004

Cuando se mira para otro lado (I)

Andrés Cisneros, El Nuevo Herald. 19 de febrero de 2004.

Confirmando la ley de Murphy, lo peor que podía pasar terminó por pasar. Salvo honrosas excepciones, oportunamente consignadas por La Nación [de Buenos Aires], unos apoyan a La Habana, otros a Washington, pero pocos parecen interesados en lo único que debería importarnos: si en Cuba se respetan o no los derechos humanos.

Es sabido que en estos confines periféricos Washington supo, en su momento, manejar un doble estándar según se tratara de Somoza, de Stroessner, de Pinochet, de Videla o de Fidel Castro. La cuestión, ahora, es si corresponde contestarle con un cinismo inverso, que degrade los derechos humanos, con su carácter de principio intocable, a la mera condición de voto negociable según la ideología del dictador de que se trate: si es amigo, miramos para otro lado.

En aquellos años de plomo, cuando era Washington el que miraba para otro lado, las sociedades sudamericanas reaccionaron con una resistencia memorable, que culminó en la recuperación de nuestras democracias. En esa gesta, los derechos humanos, su vigencia y su respeto a rajatabla jugaron un papel aglutinante: unificaron a todos los demócratas sinceros, sin que importaran sus diferencias ideológicas y, con ello, sentaron las bases de nuevas sociedades.

La bandera de los derechos humanos resultó decisiva en la construcción de esta democracia que ya hace veinte años, orgullosamente, cultivamos. Aún hoy constituye una de las pocas cosas que nos mantienen unidos. Merece nuestro respeto por sí misma y porque, además, sostiene el entero andamiaje institucional argentino y constituye un dato infaltable en la aceptación internacional de los países más civilizados. La constitución nacional y el MERCOSUR la han incorporado como piedra basal de nuestra vida en comunidad.

El reclamo del señor Noriega para que se condene el régimen castrista ''para acompañar a Washington'' no debería contestarse con el error simétrico de acompañar a La Habana para mostrar que somos independientes de los Estados Unidos. Lo único que la Argentina debería acompañar es la vigencia de los derechos humanos, no importa quién gobierne o cuán poderoso sea el estado que nos pide un voto determinado.

Buena parte del periodismo contribuye con su cuota de confusión, en la medida en que informa que el voto supone una condena (o una no condena) por parte de la Argentina. Falso. Todo lo que se vota en las Naciones Unidas es si ésta cursa, apenas, una mera exhortación al gobierno de Cuba para que tenga a bien considerar la posibilidad de permitir que una comisión internacional de expertos neutrales visite la isla, o si no lo hace. Sólo eso.

Lo que Noriega ha facilitado al actual gobierno argentino es la puesta en escena de una minirremake de ''Braden o Perón'', que desvía el centro de la atención: ahora discutimos si somos o no independientes de Washington en lugar de ocuparnos de lo que está en cuestión, esto es, si los derechos humanos en Cuba merecen o no una inspección objetiva de las Naciones Unidas. Y esa independencia, por lo visto, parece que sólo se demuestra votando distinto y no igual que los Estados Unidos. Mientras tanto, ¿quién se ocupa de los derechos humanos?

Ex secretario de estado de Relaciones Exteriores, 1996 a 1999, y corredactor del voto favorable a la inspección de Naciones Unidas que en esos años emitía la Argentina.

© La Nación (Buenos Aires)

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