Cuba: superar la incondicionalidad
Oscar Peña. El
Nuevo Herald, 27 de diciembre de 2004.
Debemos admitirlo. La incondicionalidad humana
ha hecho mucho daño a la historia cubana.
Siempre hemos sido y somos en política
incondicionales de alguien. Quién no tuvo
en la historia reciente un abuelo o un padre incondicional
de figuras políticas cubanas, cuántos
no hemos sido en algún momento incondicionales
de Fidel Castro, cuántos no lo siguen siendo
hoy dentro de Cuba, quién no es incondicional
en el destierro a un líder exiliado.
Cuántos no afirman que son incondicionales
a la disidencia porque está dentro de Cuba,
cuántos disidentes no son incondicionales
del que le envía recursos desde el exterior.
Ni en un caso ni en el otro ello es serio, sano
ni constructivo para liberar y edificar la nación
cubana. Ni la situación geográfica,
ni los recursos económicos determinan,
ni deben imponer, pautas.
Un opositor puede estar dentro o fuera de Cuba
y plantear una estrategia de liberación
irreal, dañina, falsa o indirectamente
aliada del régimen (léase apoyar
una invasión a Cuba, anunciar pases de
cuentas, proyectar repetir los fusilamientos,
plantear no contar para la liberación de
Cuba y para su futuro con nadie que esté
dentro del régimen, no admitirle un punto
al adversario y apoyar otros salvajismos políticos
que se oyen. Una vibrante opositora u opositor
dentro de Cuba o fuera de ella, más que
torpes políticamente (existen en ambas
orillas) pueden ser miembros de la Seguridad del
Estado que se aprovechan de la pasión patriótica
e ingenuidad de algunos exiliados para que dentro
de la isla sólo rebote un discurso políticamente
no atractivo nacional e internacionalmente. Ha
pasado y volverá a pasar.
En ninguna circunstancia se debe ser incondicional.
Ni los militares. ¿Quién garantiza
que un jefe no pierda la sensibilidad humana,
la razón, y emita órdenes criminales?
En caso de ser militar, ¿cumpliría
el lector la orden de matar a todos los que encuentre
en el camino, incluyendo mujeres y niños?
Se aspira a que no. Tan criminal es el que da
esa orden como el incondicional que la cumple.
Igual de grave sucede en la vida civil.
Definitivamente la incondicionalidad ha sido
una seria enfermedad nacional que hay que superar.
Dentro de Cuba ello ha sido hoy, junto al miedo
que generan los regímenes totalitarios,
el factor esencial del sostén de esta última
dictadura, y dentro de su oposición interna
y externa la incondicionalidad ha posibilitado
tener líderes que no han llevado a cabo
acciones adecuadas y otros que, siendo provocadores
del régimen, o cretinos elevados a la quinta
potencia, han proyectado un extremismo tan atroz
y torpe que ha debilitado la imagen de la oposición
dentro de Cuba y ante el mundo.
Sólo es útil el que aporta sus
puntos de vista, el que intercambia sus razones
con el disidente interno y éste con el
exiliado; el que alerta en privado de la mala
proyección, de la ausencia de resultados,
de los caminos no viables. No sólo se trata
de exponer, también hay que saber escuchar
y entender. No necesariamente nuestras inquietudes
o puntos de vista van a tener siempre la razón.
La verdad nunca está de una parte o de
la otra, ni existe nadie con la razón absoluta.
Lo más convincente y cercano al desarrollo
de un partido, grupo o país es buscar el
consenso, donde todos cedemos un por ciento de
nuestra opinión para lograr un acuerdo
que refleje y recoja parte de los sentimientos,
intereses y proyecciones de cada cual. Después
de ese mágico proceso es que debemos ser
cumplidores del acuerdo de todos.
Del diccionario político cubano debemos
borrar la palabra incondicionalidad. Ser incondicional
es igual a cercenarse la cabeza y no pensar. Ser
incondicional es igual a un cero a la izquierda.
Un incondicional sólo sirve para hacer
grupo en un salón o para llenar plazas.
El incondicional no es útil ni para la
persona a la que sigue. La puede embriagar de
irrealidad y provocar desastres para él,
para su partido, grupo u organización.
O, lo que es más grave, para el país.
Es el caso de Cuba. La isla está pasando
vicisitudes y su pueblo se desangra hacia el exterior
y es improductivo nacionalmente por el candado
que le tiene puesto a la sociedad cubana el mandatario
que está con las riendas del país
desde hace 46 años. Es una gigantesca irresponsabilidad
y un punto que puede convertirse en un penoso
capítulo de la historia cubana, el papel
de los que forman parte del alto aparato de dirección
militar, política y administrativa de Cuba,
al seguir siendo superincondicionales de los errores,
caprichos y ratificada mala voluntad nacional
de Fidel Castro.
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