El ordenamiento del canje
de la deuda sirve para aliviar el conflicto por
Cuba
Eduardo Van der kooy. nobo@clarin.com.
Clarín
Digital, Argentina, 22 de diciembre de 2004.
Una vieja crisis, aunque suene a paradoja, va
sacando al Gobierno de otro conflicto -al menos
en la percepción pública- que lo
tuvo bastante a maltraer desde la última
semana. La vuelta a su curso del canje de la deuda
empieza a atenuar la polvareda que levantó
el incidente con Cuba por la situación
de la médica Hilda Molina.
Ninguno de los problemas ha sido resuelto y,
presuntamente, no lo serán por un tiempo
prolongado. Pero ahora, a diferencia de días
atrás, aquéllos no parecen estar
dominados por el descontrol: Roberto Lavagna dio
un paso clave, que transmitió certeza,
cuando contrató al Bank of New York; Rafael
Bielsa logró rehacerse, en alguna medida,
con designaciones en el área diplomática
que prometen mayor previsibilidad, no sólo
en la relación alterada con el régimen
de Fidel Castro.
Esos dos episodios tuvieron gravedad política
en sí mismos, pero tomaron un volumen mayor,
quizá, por la forma en que intervino Néstor
Kirchner. El Presidente es un hombre de reacciones
enérgicas, a veces destempladas, cuando
se ve ante ciertos dilemas. No resultó
menor el traspié por el canje de la deuda
ni una anécdota la fricción con
La Habana: pero lo que quedó sobre el tapete
fue también su relación con Lavagna
y con Bielsa.
En cada uno de los casos sobrevoló la
posibilidad de una crisis en el propio Gobierno.
Lavagna, sobre todo, no es un ministro más:
Kirchner lo convocó cuando todavía
no era mandatario electo y, con errores y aciertos,
ayudó de modo innegable a la gobernabilidad.
Bielsa, aun sin ser experto en relaciones internacionales
y con el costo que insume cualquier aprendizaje,
le concedió al elenco oficial cierto lustre
que no abunda.
Las buenas noticias de las últimas horas
desplazaron a las malas. The Financial Times habló
de nuevo ayer sobre el optimismo por el canje
de la deuda y se basó en el crecimiento
del valor de los bonos argentinos en default.
Los mercados también reaccionaron favorablemente
y, en general, empezó a diluirse la incredulidad
que se había instalado en el establishment
local desde que debió postergarse el lanzamiento
de la reestructuración.
Probablemente, después del reciente pleito,
el vínculo entre Kirchner y Lavagna no
vuelva a tener los fulgores del inicio del Gobierno.
Pero uno y otro han comprendido que, en este tramo,
su suerte está atada al mismo carro: el
Presidente no se imagina gobernando hasta el final
una nación anclada al default; el ministro
sabe bien que un fracaso lo condenaría
al peor ostracismo.
Puede que Lavagna, en efecto, haya manejado con
excesiva autonomía el canje de la deuda
que por un momento se interrumpió. No quedan
dudas que la Cancillería produjo varios
y simultáneos desmanejos en la cuestión
con Cuba. Pero otro tratamiento de ambos en el
vértice del poder hubiera provocado, a
lo mejor, menor desgaste para el Gobierno.
Alberto Fernández, el jefe de Gabinete,
estuvo el martes a la noche en una tertulia con
Bielsa. El canciller reconoce haber dejado el
invicto político que venía ostentando
desde que llegó a la Cancillería.
Aunque la cuestión no es ahora ésa:
primero deberá acomodarse para convivir
con el conflicto planteado por el caso de Hilda
Molina; además, tendrá que imaginar
cómo hacer para que ese tema no termine
condicionando los próximos pasos de la
política exterior ni su futuro.
De verdad, es algo más que un acontecimiento
aislado. El reclamo de la médica pone a
prueba el equilibrio siempre buscado por el Gobierno
en su vínculo con Washington y La Habana.
Y también desenrolla sobre un filtro fino
la política sobre derechos humanos en la
que cabalga Kirchner.
La deuda y el incidente con Cuba son dos de los
problemas más serios que ha debido enfrentar
el Gobierno en su gestión. Los dos impactan
sobre la opinión pública, aunque
con distinta intensidad: el diferendo con el régimen
de la isla abre un debate en sectores politizados
de la sociedad; la persistencia del default, en
cambio, ensombrecería el crecimiento económico
y afectaría a toda la pirámide social,
siempre más en el llano que en la cima.
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