El mercado negro de la
cultura escapa a la censura en Cuba
Por Erika Kinetz, de The New
York Times. La
Nación Line, Argentina, 22 de diciembre
de 2004.
LA HABANA.- Detrás de
las fachadas descascaradas y las oxidadas rejas
de hierro de muchos de los hogares más
humildes de La Habana hay acumulados fabulosos
equipos electrónicos: teléfonos
celulares, computadoras nuevas, reproductores
de CD, una o dos videograbadoras, tal vez hasta
un reproductor de DVD.
Esa infraestructura oculta es la base de un floreciente
mercado negro de información y entretenimiento.
En estos días, el tráfico ilegal
de alfombras, sillas y partes de computadoras
que circula desde hace mucho por las ruinosas
calles de La Habana incluye también las
últimas películas, música
y arte. Es una corriente dispersa e incontrolable
en una nación que controla los medios de
comunicación masiva con mano dura.
Cada noche, a las 20, los cuatro canales de televisión
controlados por el Estado exhiben exactamente
el mismo noticiero. El gobierno controla la radio
y el diario del Partido Comunista, Granma, y decide
qué películas se producen, qué
CD se editan y qué films se distribuyen.
Pero en el barrio Playa de La Habana, un hombre
alquila en su casa videos piratas.
En lo alto de una destartalada escalera del barrio
Santo Suárez se encuentra el estudio de
grabación casero del productor de hip-hop
Pablo Herrera. Un artista que se autodenomina
Zeus tiene en su casa una grabación de
la trilogía de "El padrino" y
la de "El señor de los anillos".
Aunque la mayoría de los artículos
que fluyen por medio de esta red de distribución
clandestina son benignos, desde el punto de vista
del gobierno cubano algunos no lo son tanto.
El año pasado, por ejemplo, Ian Padrón,
un joven realizador cinematográfico cubano,
hizo un documental sobre el basquetbol, "Fuera
de Liga", que incluía material polémico
sobre los desertores y las duras condiciones de
vida en Cuba. El instituto cinematográfico
del gobierno produjo el documental, pero se negó
a distribuirlo. No obstante, parece que en La
Habana todo el mundo lo vio.
La posición oficial del gobierno es que
la censura no existe en Cuba, y es imposible demostrar
por qué el film de Padrón nunca
llegó a los grandes cines, controlados
por el gobierno.
Es cierto que, pese a la enérgica ofensiva
emprendida el año pasado contra los disidentes
políticos, en la que 75 personas fueron
sentenciadas con condenas de hasta 28 años
de prisión (14 fueron liberados), el gobierno
sigue siendo sorprendentemente tolerante con respecto
a las manifestaciones artísticas. El año
pasado, el film "Suite Habana", de Fernando
Pérez, que ofrece un descarnado panorama
de las penurias de la vida cotidiana en Cuba,
llenó las salas de los cines oficiales
de La Habana, y recientemente los músicos
han tratado temas como el racismo y la prostitución
con audaz irreverencia en un festival de hip-hop
organizado por el gobierno.
Pero eso no significa que no existe la censura.
Por ahora, aunque los artistas que incursionan
en campos prohibidos no lleguen a la televisión
o la radio controladas por el Estado, pueden usar
una enorme red de distribución no controlada
para difundir sus obras.
El grupo de hip-hop Clan 537 y su tema "¿Quién
tiró la tiza?" nunca fue lanzado en
el territorio nacional, pero sin embargo se convirtió
en un gran éxito entre los jóvenes
cubanos.
Pedro Luis Ferrer, un músico que defendió
un sistema multipartidario en una de sus canciones
e hizo un momento de silencio durante un concierto
en honor de Ronald Reagan, no ha tenido un solo
disco producido por un sello cubano desde fines
de la década de 1980 y, afirma, no ha hecho
una sola aparición en la televisión
cubana desde principios de la década de
1990. Algunas de sus canciones, no todas, se difunden
por la radio. "Algunas canciones las canto
en mis conciertos, cientos de personas las cantan,
pero jamás las difunden por la TV o por
la radio", dijo Ferrer. "Esta es una
sociedad muy activa para el boca a boca."
Aunque es efectiva, la piratería no resulta
especialmente lucrativa para los artistas, y resulta
una bendición mixta para los autores de
las obras difundidas. El desarrollo de esta red
de distribución alternativa ha sido estimulado,
en parte, por la necesidad económica. En
los comercios oficiales los CD son demasiado costosos
para la mayoría de los cubanos, y las copias
piratas se venden en la calle por 3 dólares.
Los negocios clandestinos de video son más
baratos, una bendición para los cubanos,
cuyo salario mensual promedio es de 15 dólares.
Esta distribución clandestina también
ha crecido debido al fracaso de los negocios controlados
por el gobierno, que no logran abastecer al mercado
cubano, en especial en el rubro de la música.
El motivo por el cual el gobierno es tan tolerante
con el disenso artístico es muy complejo.
El límite entre lo permitido y lo prohibido
ha variado, y la sanción oficial parece
cumplirse de manera bastante caprichosa. En agosto,
el grupo de hip-hop El Cartel pudo interpretar
una de tres canciones, todas ellas cargadas de
crítica social, en la televisión
estatal.
Después de todo, la cultura es una de
las victorias de la revolución. Y aunque
el gobierno ha puesto en vigor medidas políticas
y económicas regresivas durante el último
año, Castro se ha embarcado en un ambicioso
plan para promover las artes. Al igual que las
estadísticas que revelan una baja mortalidad
infantil en Cuba, el éxito en las artes
confiere al Estado cierta medida de respetabilidad
que, a su vez, puede dar como resultado mayor
libertad para los artistas cubanos.
Traducción: Mirta Rosenberg
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