Cuba como test
Por Alfredo M. Olivera. La
Prensa, Argentina, 20 de Diciembre de 2004.
La política exterior de un país
-según se ha dicho en múltiples
ocasiones desde diversos cenáculos de pensamiento,
a veces hasta contrapuestos- es la viga maestra
de la construcción del destino que cada
sociedad elija para sí. Juan Perón,
por caso, que no vivió la globalización
tal cual la conocemos hoy, pero que sí
previó el proceso al que denominó
"universalismo", sabía de la
necesidad de evitar el aislamiento internacional.
El propósito descripto, al que él
no le adjudicaba ningún potencial de menoscabo
de la soberanía, estuvo presente en cada
uno de sus tres mandatos (por resultado final),
aún a pesar de la producción de
algunos pasajes discursivos, a veces virulentos,
pero a la postre "pasajeros". El gobierno
de Kirchner, claramente de origen peronista (incluso
al margen de cualquier intento de amplificación
de sus bases políticas), no obstante, acaba
de exhibir, con el episodio sobre derechos humanos
en Cuba, ciertas dificultades para la adecuación
de aquellos criterios fundadores a la hora presente.
¿Será que el temor a una presunta
identificación con las "relaciones
carnales" menemistas con Estados Unidos,
impulsó inicialmente a la actual administración
a promover una mirada exageradamente benévola
para con el dictador caribeño?. ¿Se
creerá seriamente que, en términos
de relaciones internacionales, la simetría
constituye una obligación voluntarista
y nunca una interpretación acerca de las
relaciones de fuerzas y de las derivaciones del
peso específico de cada uno de los actores
participantes en el "juego"? El caso
de la doctora Molina, por fin, pareció
hallar en la Argentina el nivel de solidaridad
y de compromiso que una genuina defensa de los
derechos humanos universales aconseja: esa y no
otra debería ser la interpretación
de la carta de Néstor Kirchner dirigida
al señor Castro en términos de reclamo
por el caso, suave en las formas, aunque presuntamente
firme desde lo conceptual. Pero bastó que
el dictador explicitase por enésima vez
su desapego por el respeto de las normas que la
convivencia civilizada aconseja para que un terremoto
político-mediático envolviese de
la mala forma al gobierno.
En cuanto a la ya referida cuestión de
las "simetrías", es indispensable
subrayar lo siguiente: si alguien creyó
que la actitud del jefe del castrismo sería,
para con nosotros, idéntica a la otorgada
a la España de Rodríguez Zapatero
(por varios casos de "disidentes" encarcelados
en la isla en virtud de afinidades, digamos, ideológicas),
se equivocó de medio a medio. En términos
de intereses, o de "efectividades conducentes",
los españoles significan para Cuba bastante
más que amor fraterno: ¿o el turismo,
como fuente de divisas para la nación del
Caribe, no está fuertemente atado a la
muy capitalista necesidad castrista de alimentar
-como lo hacen nutridos inversores hispanos- una
de las pocas actividades que "no se han caído
del mapa" en ese país?
La semana inmediatamente anterior, la ahora cuestionada
actitud de la Cancillería frente a la dictadura
castrista pareció suficientemente justificada.
También es verdad que el ulterior paso
gubernamental sugirió que el hecho estaba
más emparentado con la psicología
que con una adecuada interpretación de
los intereses que se dan cita en las relaciones
exteriores. Estos episodios trasuntan ciertos
temores "culposos", o vergonzantes,
por la opción -sin embargo correcta, según
creemos nosotros- a favor de los caminos racionales
que el país requiere para quebrar el aislamiento.
¿Errores "técnicos",
impericias varias o "pecado de ideología"?
El apego a lo último sería mucho
más grave que la siempre subsanable endeblez
de gestión.
Copyright La Prensa
1996-2003
|