La crisis con Cuba terminó
por debilitar al canciller argentino
Joaquín Morales Solá.
La Nación,
Argentina, 20 de diciembre de 2004.
Bielsa quedó preso de
la puja en la Cancillería y la amistad
oficial con Fidel Castro
El canciller Rafael Bielsa quedó embretado
entre las propias líneas internas de su
ministerio y la decisión de Néstor
Kirchner de no confrontar públicamente
con Fidel Castro. Los voceros oficiales no tomaron
recaudos para preservar al principal ejecutor
de la política exterior y, en una operación
similar a la que sufrió hace pocos días
el ministro de Economía, Roberto Lavagna,
lo sometieron a un insoportable desgaste público.
El canciller es el interlocutor del Gobierno
ante el mundo, pero el mundo es muy cuidadoso
en la medición de la fortaleza interna
de sus interlocutores. La desaprensión
con Bielsa se agrava si se tiene en cuenta que
es, además, el mejor candidato del oficialismo
en la Capital para las elecciones legislativas
del próximo año.
Un proyecto electoral inmediato para Bielsa fue
siempre un desatino, porque significará
mover una pieza clave del Gabinete para una pelea
que la ganará o la perderá el Presidente,
pero ahora es, también, incompatible con
el reciente maltrato público.
La primera conclusión de esta crisis es
que Kirchner no se quiere enfrentar con Castro.
El Presidente tensó hace poco la relación
con Chile porque Ricardo Lagos nombró un
canciller que escribió un artículo
que no le gustó; vapuleó desde una
tribuna al jefe del gobierno italiano, Silvio
Berlusconi, porque necesitaba esconder una rencilla
interna, y, el viernes último, le cantó
las cuarenta al presidente Lula, en Ouro Preto,
porque no está de acuerdo con el proyecto
de liderazgo de Brasil.
"Se enojó ya con todo el mundo",
concluyó el mismo viernes un diplomático
extranjero.
Lo de "todo el mundo" es relativo.
Kirchner está, en la intimidad, ofendido
con Castro. El dictador cubano, hacia quien Kirchner
ha hecho muchos gestos de acercamiento tras los
últimos años de distanciamiento
argentino, rechazó un pedido personal del
Presidente para que enviara a Hilda Molina a Buenos
Aires.
El rechazo se agrava cuando se tiene en cuenta
que Castro acaba de hacerle varias concesiones
en materia de derechos humanos al jefe del gobierno
español, José Luis Rodríguez
Zapatero. Pero Rodríguez Zapatero intercedió
para que empezara a cambiar (todavía no
cambió) la política europea de aislamiento
diplomático de La Habana. Probablemente
cambiarán los procedimientos europeos,
pero no el duro cuestionamiento a su política
de derechos humanos, que lo lideran, sobre todo,
los dirigentes socialdemócratas de ese
continente.
Kirchner no puede ofrecerle más que su
propia simpatía. Sin embargo, el Presidente
no quiere enfrentarse a Castro; le teme a la crítica
de los sectores de izquierda argentinos y tiene
a muchos amigos de Cuba entre los transversales
kirchneristas. En rigor, el Presidente culpó
a la Cancillería por un problema que lo
dejó desairado en público y que,
encima, lo coloca en el riesgo de la crítica
que más detesta recibir.
* * *
La culpa de Bielsa, a quien nadie puede acusar
de anticastrismo ni de vinculación con
los oponentes más cerriles del mandamás
de Cuba, consiste, al fin y al cabo, en no haber
admitido la lógica de Castro. El comandante
cubano es, según él mismo, quien
fija las condiciones y los tiempos para los reclamos
por el derecho de las personas. Cualquier desconocimiento
de esas normas significa, de hecho, la excomunión
de los líderes extranjeros.
La aseveración de que se creó un
problema donde no lo había sería
divertida si no fuera dramática. Había
un problema con Cuba. Y lo había desde
que Castro se niega, inexplicablemente, a dejar
viajar a Buenos Aires a Hilda Molina. El problema
fue planteado personalmente por Kirchner al canciller
cubano, Felipe Pérez Roque, durante la
visita de éste a Buenos Aires. La Cancillería
exploró también mil maneras de resolver
el problema y chocó, siempre, con la negativa
de Castro.
Para peor, la interna. El vicecanciller, Jorge
Taiana, tiene una política distinta, que
consiste en respetar la lógica de Castro:
gestiones sigilosas hasta que el reloj de La Habana
marque el momento preciso de la oportunidad. La
tesis de Taiana se respalda en que nada se conseguirá
nunca con alharacas públicas contra Castro.
La Cancillería está surcada por
funcionarios más cercanos a la lógica
cubana que a la posición argentina. El
subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, Eduardo
Sigal, es también un viejo amigo del régimen
de Castro. Fue colocado en ese cargo por Kirchner
y no por Bielsa.
Poco se puede decir del todavía embajador
argentino en Cuba, Raúl Taleb, quien pasó
sin escala del castrismo al anticastrismo y nunca
fue oportuno. Taleb, nombrado por Kirchner en
un enroque con el gobernador de Entre Ríos,
Jorge Busti, no estaba en la Argentina por razones
políticas. Hubo sólo estrictas y
graves cuestiones personales para su regreso al
país.
Por eso, la caída de Eduardo Valdés
como jefe del gabinete del ministro es un síntoma
de debilidad del canciller. El ministro y Valdés
son amigos personales. Así como Taiana
le reprochaba a Bielsa que éste terminaba
siempre definiendo la política exterior
sólo con Valdés, también
Bielsa le recrimina a Taiana que nunca le haya
explicado sus posiciones disidentes sobre Cuba
ni sobre ningún otro conflicto.
Anteayer, Kirchner lo convocó a Bielsa
a abandonar la influencia de Valdés. El
Presidente cree que los problemas que tuvo con
el canciller fueron siempre producto del pícaro
jefe del gabinete ministerial. Sólo en
ese momento, Kirchner se dio cuenta de que debía
fortalecer al canciller antes de quedarse, de
hecho, sin canciller.
* * *
Bielsa venía de una buena conversación
con el saliente secretario de Estado, Colin Powell,
quien nada le había pedido sobre el caso
de Hilda Molina. El gobierno de Washington rescató
luego como una "astucia argentina" el
hecho de haber pedido esa reunión antes
de las elecciones norteamericanas y cuando aún
no se sabía quién sería el
ganador.
Es tan evidente que Powell nada le pidió
a Bielsa que éste cometió la precipitación
de hablar del caso Molina poco rato después
de su reunión con el secretario de Estado.
No esperó cambiar de ámbito ni de
momento.
La conversación entre ellos se circunscribió
a la próxima presidencia argentina del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y
a la agenda prioritaria de Washington en el club
más selecto de la diplomacia internacional.
Bielsa proyecta estar casi todo el mes de enero,
cuando sucederá la presidencia argentina
del Consejo de Seguridad, en Nueva York, donde
está la sede de las Naciones Unidas.
Debilitar al canciller en ese contexto es, a
todas luces, mirar sólo el ombligo de la
módica política argentina.
Por Joaquín Morales
Solá, para LA NACION.
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