PRENSA INTERNACIONAL
Diciembre 20, 2004
 

Fidel y Augusto

Cuba tardará mucho más en recuperarse de Castro que Chile de Pinochet

Juan M. Hernández Puértolas. La Vanguardia, España, 20 de diciembre de 2004.

Por enésima vez en los últimos años, un dictador en ejercicio y un ex dictador que parece simbolizar el estereotipo de todos los espadones que en el mundo han sido volvieron a ser noticia esta semana. Hay algo patético en ese Fidel Castro desmejorado y en silla de ruedas que, al calor de una de las pocas amistades que le quedan -sintomáticamente, la del caudillo Hugo Chávez-, sitúa a Simón Bolívar en el panteón que tradicionalmente reservó a José Martí, Karl Marx y Lenin. Al filo de los 90 años, Augusto Pinochet se ha vuelto a salvar por los pelos de ser arrestado en su propio domicilio a causa de su probada participación en la siniestra operación Cóndor, la conspiración de las dictaduras militares del Cono Sur que se produjo en los años ochenta para poder asesinar más eficazmente a sus disidentes, sin tener que preocuparse por un quítame allá esas fronteras.

Hace ya mucho tiempo que la historia juzgó y condenó -a pesar del famoso alegato de Castro a raíz de su juicio por el asalto al cuartel Moncada- a este par de delincuentes. Pero, antes de que abandonen definitivamente este mundo y para consternación de algunos progres recalcitrantes, hay que proclamar a los cuatro vientos lo que constituye una evidencia histórica: Cuba tardará mucho más en recuperarse de la lacra que representa la dictadura castrista que el tiempo que ha precisado Chile para recobrar las libertades democráticas y el Estado de derecho.

Al margen del idioma y de unas poblaciones similares -15,2 millones en el caso del país andino, 11,5 millones en la isla caribeña-, pocas cosas tienen en común ambas naciones. El golpe de septiembre de 1973 de Pinochet contra el gobierno constitucional de Salvador Allende vino a representar un paréntesis dictatorial en una tradición democrática que se remonta prácticamente al acceso a la independencia. Por el contrario, desde su mucho más tardía independencia y hasta la huida de Fulgencio Batista el 1 de enero de 1959, Cuba rara vez gozó de una cierta estabilidad institucional.

En la siempre desagradable comparación de la sangre derramada por uno y otro autócratas, del caso chileno hay cifras bastante solventes -unos 3.200 entre muertos y desaparecidos, según la Comisión Rettig-, mientras que las estimaciones de la represión castrista van desde los centenares ejecutados en los primeros tiempos de la revolución en los juicios sumarísimos supervisados por el Che Guevara hasta las 10.000 víctimas que manejan algunos grupos de la oposición. El número de exiliados en ambos casos es impresionante. En 1994 aún se estimaba en unos 700.000 el número de chilenos que vivía fuera de su país, aunque en la última década el retorno ha continuado a buen ritmo. El censo estadounidense del 2000 cifraba en casi un millón el número de personas nacidas en Cuba y residentes en Estados Unidos.

Pero más allá de los datos, es evidente que Pinochet aceptó el veredicto de las urnas -octubre de 1988- y abandonó el poder, aunque fuera a cámara lenta, mienras que Castro ni siquiera ha llegado a desempolvarlas. Es probable que los chilenos hayan vivido unos cuantos años en una democracia tutelada, pero es que los cubanos llevan sin poder levantar la voz casi 46 años, que se dice pronto. A diferencia de lo que ocurrió en Chile, ya nadie espera que en Cuba se produzca un tránsito a la democracia con el dictador en vida.

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