PRENSA INTERNACIONAL
Diciembre 17, 2004
 

Una vergonzosa tradición

Vicente Echerri, El Nuevo Herald, 16 de diciembre de 2004.

La política de acercamiento y apaciguamiento hacia el castrismo de parte del gobierno español y de su diplomacia ha terminado por provocar una cierta polémica --ventilada también en estas páginas-- sobre las relación de España con Cuba. De una parte, los que condenan el contubernio del gobierno de Zapatero con Castro; de la otra, los que lo justifican en base a los lazos históricos que unen a Cuba y a España y que, según algunos, están por encima de partidos e ideologías.

Yo quiero ir un poco más lejos. En mi opinión, los mayores problemas de Cuba, su trauma más sangriento, así como los vicios políticos y sociales que contribuyeron decisivamente al fracaso de nuestro proyecto nacional, se los debemos a España. El acomodo del actual gobierno socialista español con la tiranía de Fidel Castro, como antes hiciera la dictadura fascista de Franco, son aplicaciones, por otros medios, de una vieja política colonial alimentada por un siglo de resentimiento contra Estados Unidos que ha sido, por mucho tiempo ya, el mejor amigo de los cubanos.

En el momento en que todo un continente libraba una guerra de independencia contra el colonialismo español, la elite cubana, una de las más robustas y emprendedoras de Hispanoamérica, veía en la autonomía y en las reformas políticas el camino para asentarse en el progreso y hacer de la plantación más rica del mundo en la primera mitad del siglo XIX un país verdaderamente adelantado. La ceguera y tozudez de España, la avaricia de los que lucraban con las rentas de Cuba, el bárbaro despotismo de sus gobernadores y el odio envidioso de sus turbas de tenderos abortaron ese proyecto y radicalizaron a los criollos más progresistas convenciéndolos de que la insurgencia era el único camino posible. A esa opción impuesta debemos los cubanos la destrucción de nuestra primera economía, la ruina y extinción, como clase, de nuestra más genuina aristocracia y el arraigo en nuestra psique colectiva del nefasto recurso de la revolución.

Frente a esa conducta de mala madre, de perversa madrastra, con que España respondió a los empeños de los mejores cubanos de la época colonial, Estados Unidos siempre representó una aspiración y un modelo de sociedad hacia el que Cuba gravitaba naturalmente en la medida en que este país se agigantaba y se iba poniendo a la cabeza de la modernidad. De Estados Unidos siempre nos llegarían los adelantos tecnológicos (razón por la cual tuvimos barco de vapor, ferrocarril, teléfono y aviación comercial primero que España) y las ideas políticas que genera esta pujante democracia; aquí también vendrían a encontrar libertad y prosperidad los cubanos que, tanto ahora como en el siglo XIX, fueron despojados y perseguidos en su patria; y fue Estados Unidos el que finalmente decidió, con su oportuna intervención, el surgimiento de nuestra república.

Cierto que los cubanos somos, por la lengua y por la sangre, españoles, y sin duda más cercanos a España, a su cultura, que el resto de los latinoamericanos; pero así como el Estado español fue el más implacable enemigo de nuestra identidad nacional en el pasado, así también ha sido el cómplice obsequioso (salvo en los últimos años del gobierno de Aznar) de nuestro principal enemigo en el presente. La política de Zapatero hacia el castrismo no es, pues, ninguna novedad; antes bien, una vergonzosa tradición.

© Echerri 2004

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