Una vergonzosa tradición
Vicente Echerri, El
Nuevo Herald, 16 de diciembre de 2004.
La política de acercamiento y apaciguamiento
hacia el castrismo de parte del gobierno español
y de su diplomacia ha terminado por provocar una
cierta polémica --ventilada también
en estas páginas-- sobre las relación
de España con Cuba. De una parte, los que
condenan el contubernio del gobierno de Zapatero
con Castro; de la otra, los que lo justifican
en base a los lazos históricos que unen
a Cuba y a España y que, según algunos,
están por encima de partidos e ideologías.
Yo quiero ir un poco más lejos. En mi
opinión, los mayores problemas de Cuba,
su trauma más sangriento, así como
los vicios políticos y sociales que contribuyeron
decisivamente al fracaso de nuestro proyecto nacional,
se los debemos a España. El acomodo del
actual gobierno socialista español con
la tiranía de Fidel Castro, como antes
hiciera la dictadura fascista de Franco, son aplicaciones,
por otros medios, de una vieja política
colonial alimentada por un siglo de resentimiento
contra Estados Unidos que ha sido, por mucho tiempo
ya, el mejor amigo de los cubanos.
En el momento en que todo un continente libraba
una guerra de independencia contra el colonialismo
español, la elite cubana, una de las más
robustas y emprendedoras de Hispanoamérica,
veía en la autonomía y en las reformas
políticas el camino para asentarse en el
progreso y hacer de la plantación más
rica del mundo en la primera mitad del siglo XIX
un país verdaderamente adelantado. La ceguera
y tozudez de España, la avaricia de los
que lucraban con las rentas de Cuba, el bárbaro
despotismo de sus gobernadores y el odio envidioso
de sus turbas de tenderos abortaron ese proyecto
y radicalizaron a los criollos más progresistas
convenciéndolos de que la insurgencia era
el único camino posible. A esa opción
impuesta debemos los cubanos la destrucción
de nuestra primera economía, la ruina y
extinción, como clase, de nuestra más
genuina aristocracia y el arraigo en nuestra psique
colectiva del nefasto recurso de la revolución.
Frente a esa conducta de mala madre, de perversa
madrastra, con que España respondió
a los empeños de los mejores cubanos de
la época colonial, Estados Unidos siempre
representó una aspiración y un modelo
de sociedad hacia el que Cuba gravitaba naturalmente
en la medida en que este país se agigantaba
y se iba poniendo a la cabeza de la modernidad.
De Estados Unidos siempre nos llegarían
los adelantos tecnológicos (razón
por la cual tuvimos barco de vapor, ferrocarril,
teléfono y aviación comercial primero
que España) y las ideas políticas
que genera esta pujante democracia; aquí
también vendrían a encontrar libertad
y prosperidad los cubanos que, tanto ahora como
en el siglo XIX, fueron despojados y perseguidos
en su patria; y fue Estados Unidos el que finalmente
decidió, con su oportuna intervención,
el surgimiento de nuestra república.
Cierto que los cubanos somos, por la lengua y
por la sangre, españoles, y sin duda más
cercanos a España, a su cultura, que el
resto de los latinoamericanos; pero así
como el Estado español fue el más
implacable enemigo de nuestra identidad nacional
en el pasado, así también ha sido
el cómplice obsequioso (salvo en los últimos
años del gobierno de Aznar) de nuestro
principal enemigo en el presente. La política
de Zapatero hacia el castrismo no es, pues, ninguna
novedad; antes bien, una vergonzosa tradición.
© Echerri 2004
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