PRENSA INTERNACIONAL
Diciembre 15, 2004
 

En los dominios del Tiranosaurio

Andrés Jorge. La Crónica de Hoy, México, 11 de diciembre de 2004.

Esta crónica cuenta la forma en que el escritor cubano-mexicano fue retenido en Cuba una semana. Ese fue el castigo que el Ministerio del Interior y las autoridades migratorias cubanas le impusieron a Andrés Jorge por el hecho de considerarlo un escritor crítico de la dictadura castrista. La liberación del poeta Raúl Rivero en días pasados pone una vez más en el ambiente internacional una realidad que los simpatizantes de Castro se niegan a aceptar: en Cuba hay todavía muchos más presos de conciencia.

Viajé a Cuba con la idea de estar allí una semana. Estuve dos; la segunda, impuesta por el Ministerio del Interior y las autoridades migratorias cubanas. Ahora en México, en mi casa finalmente, en mi ámbito, me corto las uñas ante un café matinal y aún me pierdo en meditaciones sobre el asunto, ya desde una prudente distancia. No lo he hecho en dos semanas, ni cortarme las uñas, ni reflexionar sobre la encerrona isleña desde una perspectiva física y emocionalmente adecuada.

Ayer discutimos los hechos en una comida por mi regreso. Los amigos estaban preocupados. Fueron solidarios, como siempre, no dejaron de informarse con V., que llamaba a Cuba dos veces al día, se mantuvieron al tanto. Y, ya en la comida, nos enzarzamos en una prolongada discusión sobre cuáles podían ser los motivos reales por los que las autoridades cubanas decidieron retenerme en la isla, en calidad de "controlado" por la policía de migración, después de trece años de vivir en México, y ser ciudadano mexicano. La discusión de ayer nutre también mis reflexiones de hoy.
Narro lo sucedido, trato de ser lo más objetivo posible, ceñirme a los hechos. Los demás encuentran las evidencias de otras historias ocultas, conocen tan bien como yo el contexto. Y nadie duda al respecto: no hubo error, sabían muy bien lo que estaban haciendo.

Entre todos reflexionamos al estilo cubano, o sea, a grito pelado, sobre los hechos. Todos sabemos que pudo haber sido peor; una vez que estás adentro puede pasar cualquier cosa, bienvenido al parque jurásico, al país del Tiranosaurio, y sus velocirraptors.
Lo saben todos, hasta mi madre y mi padre que, como dicen allá, no se meten en nada. Tú saliste de Cuba hace ya casi quince años, me dicen, has perdido perspectiva. Y no sólo ellos, los viejos amigos lo reconocen y me lo transmiten con desaliento: no te hagas ilusiones, en esencia nada ha cambiado.

El de Monterroso puede ser el cuento más corto, pero a los cubanos se nos ha hecho una suerte de historia sin fin despertar y descubrir que el dinosaurio sigue ahí. Mientras estoy dentro (de las instalaciones del parque) me aferro insanamente a la noción de que las cosas sí han cambiado, que no va a pasar nada, se trata de un error. En espera de la siguiente entrevista con el coronel Cabrera -mis entrevistadores van subiendo de grado- tengo que aferrarme a la idea de que se trata de un simple error burocrático, aunque tenga motivos para algo más que la duda razonable, o evidencias claras incluso de que se trata, cuando menos, de un error calculado.

Mi madre me dice que no ha podido dormir en estos días, que está pasándola muy mal con mi inexplicable e inexplicada prohibición de salida del país. Cada vez que coge el teléfono se le paraliza el corazón en espera de qué le voy a anunciar ahora. O peor, qué le van a anunciar los otros, los tenientes, los capitanes del Ministerio del Interior sobre el bocón de su hijo, que ha escrito cosas y ha hecho declaraciones y en sus escritos hasta se ha burlado de la Seguridad del Estado. ¿Cree que somos comemierdas? ¿Cree que no sabemos todo lo que hace en México? ¿Hay que recordarle que nosotros lo sabemos todo? Pues se lo vamos a recordar.

Yo tengo que convencerla y convencerme. Puede que la orden de arriba sea simplemente: pelotéenlo un poco, que no olvide que él es cubano, incluso si es ciudadano mexicano, y que en México puede hablar toda la mierda que quiera (mientras que a nosotros nos dé la gana dejarlo salir) pero en cuanto ponga un pie en el territorio nacional la cosa cambia. ¿Dónde está Raúl Rivero? ¿Y setenta y cuatro más de un solo mochazo? Y tantos otros. Cuando menos lo esperas sueltan el zarpazo; como para recordarte que ahí están, que no se han ido. Mi madre me pone el ejemplo del hijo de un vecino que vive por las canteras, a quien ya ni recuerdo. Le hicieron esto y lo otro, le quitaron el pasaporte, lo metieron en Villa Marista nada más porque le dijo no sé qué a un teniente del Ministerio del Interior en uno de esos interrogatorios. Entrevistas, mamá. Mantén la calma.

Yo no soy cualquier hijo de vecino, digo -mi padre por lo menos lo entiende, mi madre se obstina-, soy un escritor más o menos conocido fuera de este país, con tres novelas publicadas en editoriales importantes, la gente sabe de mi existencia, por lo menos donde hace falta en este caso. Yo meto el pitazo de que me tienen encerrado aquí y se forma un gran escándalo, madre. No, no es lo mismo, definitivamente no soy el hijo de Azuquita, el vecino.

Se forma un escándalo ¿Y QUÉ?, dice mi madre.

Sigo matizando para disuadirla de que se relaje, no va a pasar nada. En un par de días estaré de vuelta en México, en mi casa, con mi mujer, con mi (otro) hijo, frente a mi computadora. Claro que me lo estoy diciendo también a mí. Y la madre que me llevó nueve meses en su barriga, como le gusta decir, también lo sabe. Ella y yo sabemos, y mi padre y mi hermano, y hasta Cuadro, el tercer perro que hemos tenido y se ha muerto de viejo sin conocer elecciones libres, sabía, que yo formo un escándalo, ¿Y QUÉ?

Y a ese ¿y qué? es a lo que no puedo, no quiero, ni debo responder en estas circunstancias. Cuando llego a ese punto, sentado en una u otra oficina de migración, en Pinar del Río, con el capitán Valle, en 22 y 3ra. Miramar, con la teniente coronel Claudia, o Clarissa, o en la policía de emigración en espera de que me atienda el Coronel Cabrera, o un capitán jefe de turno, saco el libro que traigo conmigo, Le Grand Cahier, de Agota Kristof, que me ha prestado un viejo amigo, el poeta César López, y trato de concentrarme en la lectura. Me esfuerzo, me esfuerzo hasta conseguirlo, después de todo el libro es magnífico, y si tengo que concentrarme mucho es sólo porque mi mente está en otra parte, vuela hacia cosas que aprendió hace tiempo, desde que vivía en este país, se deja tentar por el naufragio.

¿Acaso de verdad lo dudas? ¿Cuánto hace que fusilaron a cuatro personas por el terrible delito de tratar de secuestrar una lancha, en un acto donde ninguno de los presuntos secuestrados sufrió un rasguño?

No debo pensar así. No puedo darme el lujo, y darles el gusto, de especular sobre lo que me podría pasar, lo que ha pasado aquí, hasta hoy, desde hace ya casi medio siglo. (¿Dónde está Raúl Rivero?). Siempre habrá tiempo para que te suelten, para los homenajes y las rehabilitaciones, incluso hasta de los mismos que te metieron ahí, y de quienes fueron mudos testigos en su momento. Sin dudas habrá tiempo para los cientos de visiones y revisiones. Después que te jodieron.

Me concentro en la lectura para evitar pensar en mi amigo Rafael Saumell. Escribió unos cuentos. Se aparecieron en su casa. Se lo llevaron a Villa Marista, lo acusaron de tener vínculos con la CIA, un recurso inapelable, demasiado obvio ya, pero siempre a mano, juicio en la cárcel, cinco años. No, ahora es distinto, eso fue en los ochenta, esas cosas ya no suceden, concéntrate en la lectura. Todos han sido tristes errores. Luego te reivindican, ya verás. Te dan premios, incluso. Tu obra se publica más. Hasta te pueden dar una medalla también, este es el país de las medallas y los honores. Te hacen comer tierra media vida, luego te reivindican. Por lo pronto sólo tienes una prohibición de salida del país, no especules. Lee.

Vuelve a tu libro. En los pasillos y oficinas los oficiales de verde entran y salen hablando de este caso y el otro caso. ¿Y qué vamos a hacer con el cinco siete veintisiete? Llega otro "controlado". Sale uno, ha estado en una celda, se pone el cinto y, en calcetines, le coloca los cordones a sus zapatillas. Está demacrado; no creo que se duerma muy bien en los separos de la policía de migración.

Pero tampoco estoy en Villa Marista. No he tenido hasta ahora nada que ver con la policía política, de hecho en ninguna entrevista se habla de mis posturas políticas. Me han preguntado casi siempre lo mismo, y yo he contado la misma historia, como si ninguno la supiera. Llegué el dieciséis de febrero, vengo siempre por estas fechas, cumplimos años mi hijo y yo, lo paso con la familia. Me detuvieron al salir, en el aeropuerto, me dijeron que mi permiso de residencia en el extranjero había sido cancelado, que tenía una prohibición de salida del país. Punto. Traté de que me dieran una explicación. No la tenían, que me presentara en tal dirección. Era sábado, las oficinas de Migración y Extranjería abrían el lunes. Pero nadie tiene respuesta a mis preguntas, nadie sabe nada.
¿Por qué, si mi permiso de residencia en el extranjero había sido anulado desde julio del año pasado, como me hicieron saber en Extranjería y Emigración -y fue todo lo que me hicieron saber-, no me informaron a mi entrada, en el aeropuerto? Ustedes que todo lo saben, que todo lo tienen en sus computadoras. ¿No sería que había un mensajito en la pantalla: DÉJENLO ENTRAR, o estoy siendo muy suspicaz?

¿Sabe qué me dijo la mayor, o la teniente Claudia cuando le pregunté qué había motivado la anulación de mi permiso de residencia en el extranjero? Que no sabía, no era su asunto saberlo, pero lo más probable es que yo sí supiera. Ustedes siempre saben qué han hecho, me dijo. Pues yo no, le dije. Necesito una explicación. Vaya a la embajada de Cuba en México y averigüe. ¿Y cómo si no me dejan salir? Vaya a la policía de inmigración entonces. ¿A qué? Vaya.

La primera pregunta en realidad, oficial, sería: ¿cómo puede el gobierno de un país abrogarse el derecho de otorgar a un ciudadano un "permiso de residencia en el extranjero"? Pero, por supuesto, sería inútil, y sumamente riesgoso hacerle esa pregunta a usted, mi capitán. Y menos yo; consta en sus expedientes, he hecho declaraciones, he firmado una carta con otros intelectuales cubanos pidiendo la excarcelación de toda esa gente. Era medio difícil desde que vivía en Cuba, tenía ideas, me atreví incluso a manifestarlas. Muchos se preguntan cómo me dejaron salir. Hubo hasta quien dijo que yo era uno de ustedes, lo cual, por supuesto, salió de ustedes mismos. Divide y vencerás. Y te mantendrás en el poder por medio siglo. ¿Poder para qué? En fin. Ahora quieren que me calle, que sepa que no porque viva en México he dejado de estar rigurosamente vigilado.

No, no me han llevado con la policía política, y tal vez no suceda. Pero sí me han peloteado, a gusto, es mi tercer día con la policía de migración. La entrevista dura un minuto: ven mañana a las dos de la tarde, aún no se ha levantado tu prohibición de salida. ¿Quién la tiene que levantar? ¿De dónde viene la orden? No tenemos órdenes de decírtelo. Vete tranquilo a tu casa y no armes lío. Ven mañana a las dos.

Entonces decido dar el paso, apelar a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la institución que me sacó del país aquella primera vez, hace ya un tercio de mi vida. Se lo hago saber al viejo poeta amigo. Necesito hablar con los jefes de la Unión o con el ministro de Cultura Abel Prieto. Está de acuerdo; él mismo, desde la autoridad moral que le dan los años de ostracismo, rehabilitación, y su Premio Nacional de Literatura, haber aguantado tanto tiempo la música de la banda Rex y sus velociraptors, ahora se ha ganado el derecho de acceso a algunas oficinas, desde la del Ministro de Cultura, hasta la del Presidente de la Unión. Los llama a todos.

A César López le machacaron los huevos junto a tantos otros después del tristemente célebre "caso Padilla". Ahora es uno de los rehabilitados; todos aquellos ahora ostentan el Premio Nacional de Literatura. El Poeta tiene sus posturas de equilibrio, eso sí, porque, como cualquiera de los que decidieron seguir dentro pasara lo que pasara, vive en la cuerda floja. Aún tiene que usar toda su sagacidad y tacto en el trato con el régimen, día tras día, oración tras oración, para que no le vuelvan a machacar sus colgajos, ya tan viejos. Y ahí sigue, de un lado al otro del alambre, en eterno equilibrio, en su enorme y hospitalaria casa del Malecón, aguantando de frente la marejada. Porque a él, ya lo ha dicho hace años, jamás lo sacarán de allí.

Y menos ahora. El Poeta ha sido mi amigo desde hace mucho tiempo, como otros escritores que siguen dentro. Algunos le critican lo que consideran sus concesiones. Y el poeta le duele a quienes le han dado la espalda después que el gobierno lo distinguió con una medalla y dispuso que se le pagara una renta vitalicia de 100 dólares.
La pregunta es: ¿alguno de ellos vive en Cuba sin hacer ningún tipo de concesiones al poder omnímodo de los saurios? La respuesta es: No jodan. ¿Quién de todos los intelectuales cubanos de dentro ha levantado la voz para pedir que excarcelen a Raúl Rivero, y a todos los demás presos de conciencia? ¿Para oponerse a tanto atropello, tan a diario? Creo saber de dos o tres a lo sumo.

En casa del poeta me encuentro con otro poeta, Waldo Leyva. Hay infinidad de poetas en toda la isla, tantos como velocirraptors, y hay, por supuesto, poetas velocirraptors, ahora mismo tenemos uno delante. Ha pasado a visitar a mi amigo por razón de un viaje que hará precisamente a México en estos días, como jurado de un concurso en Oaxaca. Me saluda cordial, nos conocemos desde hace muchos años. Él también apoya la idea de que acuda a la Unión, cuando menos para que tengan conocimiento de la situación y metan mano en caso necesario. Se ofrece a llevarme en su carro (asignado por la UNEAC) a la ya famosa sede de la Unión de Escritores en H y 17, en el Vedado. Tiene que pasar a recoger su pasaporte. Tenemos una breve conversación en el trayecto, todo se va a resolver, me asegura, vamos directamente con María del Carmen, es la persona que se encarga de los trámites ahora. Te sacamos, me anuncia, debe ser algún error burocrático.
En 1991, cuando yo salí de Cuba, Waldo Leyva también apoyó que me fuera a México, pero en circunstancias muy diferentes. Yo era uno de los miembros más jóvenes de la Asociación de Escritores de la UNEAC, él su presidente. Yo era un casi escritor de la generación de los "novísimos", los perestroikos. Y era amigo de los poetas Raúl Rivero y Manuel Díaz Martínez. Pero era aun más un compañero de viaje de ambos, compartíamos muchas ideas respecto a la administración del parque. Por esos días Raúl y Díaz Martínez y ocho intelectuales más habían firmado la Carta de los Diez pidiendo al gobierno una tímida apertura económica y social. Y la UNEAC, con Waldo Leyva a la cabeza, se les había echado encima. Habían escrito una réplica al documento de aquellos y querían que todos sus miembros la firmaran.

Yo no iba a hacerlo, por muchas presiones que hicieran. Aunque en esos momentos mi futuro cercano dependía prácticamente de mi pertenencia a la UNEAC. Había obtenido una beca del Colegio de México, precisamente por mediación de César López y su vieja amistad con la profesora Flora Bottom Beija, y sólo la UNEAC estaba autorizada, y dispuesta, a hacerme los trámites de salida del país.

Un año antes yo había participado en un concurso convocado por la UNEAC con un libro de cuentos considerados conflictivos en aquel momento. Entre todas, una de aquellas fábulas motivó la visita de Waldo Leyva y Miguel Mejides (entonces segundo de a bordo) a mi casa en Pinar del Río. Habían ido a la provincia a otra cosa, me hicieron saber, pero no querían desaprovechar la ocasión para aconsejarme sobre aquel libro, y en específico sobre un cuento, En el nombre del padre (que nunca llegué a publicar, pero conservo), una historia que ironizaba a todo dar sobre un tirano de izquierdas en una sociedad y un país al cual sólo faltaba el nombre para ser Cuba. Me aleccionaron sobre lo inoportuno del texto, sobre todo en momentos en que el Comandante, por primera vez en muchos años, había puesto sus ojos en la Unión y prometía incluso asignarle casas y carros a escritores y artistas.

Las copias de aquel cuento, que yo había leído por primera vez en un encuentro de los "novísimos" narradores en Cienfuegos, habían viajado de mano en mano hasta quién sabe dónde. Y habían causado revuelo, consolidando así mi reputación de joven escritor conflictivo. Por suerte, no era el único, un buen número de artistas y escritores de mi generación, inspirados por los aires de cambio en Europa, se afanaba por estampar nuestro sello generacional como críticos moderados del socialismo cubano. Pronto empecé a sentir la presión por todos lados; sobre todo, podía olvidarme de publicar mis cuentos en Cuba, de ser escritor mientras escribiera cosas así. Y no firmar la carta en contra de los Diez, en ese momento, era prácticamente renunciar a que la UNEAC me apoyara en mis trámites de salida a México.

No firmé, sin embargo. Por el contrario, un día antes de mi partida traje conmigo a México sendos poemarios, de Raúl Rivero y de Manuel Vazquez Portal -hoy también preso, por la misma causa que Raúl, escribir lo que piensa-; participaban en un concurso convocado por la ya desaparecida revista Plural. Fui a recoger sus textos y a despedirme de Raúl a sabiendas de que su casa estaba siendo vigilada y de que en el aeropuerto tenían por hábito registrar las maletas de los viajeros que ellos consideraran sospechosos de cualquier cosa. Esa misma semana lo hicieron con el poeta y amigo Emilio García Montiel, quien también venía a estudiar al Colegio de México.

Lo que yo no sabía entonces era que nadie estaba más interesado que la UNEAC misma en que yo y todos los jóvenes intelectuales difíciles saliéramos de Cuba. La política no era retenernos, sino todo lo contrario, quitarle presión a la caldera, el ambiente se estaba recalentando con nosotros dentro. El grueso de ese fenómeno que hoy se define como la diáspora cubana lo conformó esa oleada de emigrados de finales de los ochenta y principio de los noventa. Muchos escritores, artistas, intelectuales y profesores salimos masivamente de Cuba en ese período, en un flujo continuo e imparable hasta hoy, muchos por mediación de la UNEAC.

Abrirnos las puertas para que saliéramos fue lo mejor. De habernos quedado, muchos, como el poeta Raúl Rivero, probablemente seríamos parte de la población carcelaria de la isla. Por el contrario, hoy somos unos perfectos desconocidos para los cubanos de dentro, nuestra obra no se publica en Cuba y apenas se nos menciona, aunque, me consta, nos leen en privado, empezando por quienes nos vigilan y censuran.

No todos salimos indemnes, sin embargo. Manuel Díaz Martínez fue prácticamente forzado a abandonar Cuba, o a quedarse fuera. El mismo Waldo Leyva se encargó de despacharlo con un tristemente célebre artículo titulado Puente de plata, publicado en La Gaceta de Cuba, que hoy ya es historia, cuando Manolo vivía aún en su isla natal (ahora reside en su isla de repuesto, como le llama a Canarias). Hay quienes aseguran, en defensa de Waldo Leyva, que fue forzado a firmar aquel escrito infamante e infame. Vaya defensa, de cualquier modo.

El Poeta me comenta más tarde cuán arrepentido está el otro de aquella acción. Y yo todo lo que puedo sentir, egoísta, es una íntima satisfacción de no tener nada de qué arrepentirme yo mismo. De no haber traicionado a mis amigos jamás, a los Poetas, pero, sobre todo, no haberme traicionado a mí mismo para ser aceptado por los saurios.
Desgraciadamente hoy es cada vez más difícil establecer una distinción entre unos y otros. Después de casi medio siglo de convivencia se han mezclado tanto que, como en la memorable escena orwelliana, es difícil no verlos vergonzosamente confundidos.
Unos minutos en las oficinas de la UNEAC me demuestran cómo las cosas sí han cambiado, pero no para bien. En mi tiempo todos sabíamos que un agente de la Seguridad del Estado "nos atendía". A finales de los ochenta estos representantes de las fuerzas ocultas del poder se hicieron más visibles, su labor no era ya tanto informar lo que todos sabían sobre nosotros, sino intimidarnos con su presencia, pero siempre, aunque conociéramos al personaje, seguía pasando como una figura encubierta. Ahora, además de la tramitóloga oficial, en la misma sede de la UNEAC, bajo su mismo techo, me atiende directamente el agente Alejo. Me informa que tengo que hacer nuevos trámites, y en una semana te sacamos de aquí. No puedo esperar una semana más, explico. Me pide un poco de paciencia; en una semana me pueden sacar con un permiso de la UNEAC por dos años.

Tengo la opción de salir como emigrante, que es lo que soy finalmente, le digo, por eso estaba en la policía de emigración, para mí lo único importante es volar cuanto antes a México, llegar a mi casa, no perder mi trabajo. Pero él no quiere oír hablar del asunto; aunque no tiene ninguna explicación convincente, insiste todo el tiempo que no me declare emigrante. En una muestra de poder, llama a un coronel, que autoriza inmediatamente me sean devueltos mis pasaportes, cubano y mexicano. Alejo me entrega una nota para el jefe de migración de mi provincia, se conocen bien. Él va a hacer todo lo posible por resolverme, mañana mismo.

Pero el capitán de mi provincia me dice primero que no puede hacer ningún trámite sin "entrar a mi expediente", y eso "toma su tiempo". Tres días después estoy de nuevo en la policía de migración con la novedad mi general, que yo vivo en México hace muchos años, soy ciudadano mexicano, y no tengo ningún interés por estar ni una hora más en Cuba, quiero salir del país en categoría de emigrante, o en la que sea, pero ya.
Me llenan un nuevo expediente y otra vez se quedan con mis documentos. Ahora ya tienen alguna información que darme, conocen mi caso, me explican, ya saben que el permiso de residencia me fue retirado en la embajada cubana en México. La buena nueva es que la prohibición de salida del país ha sido levantada. ¿Los llamó alguien?
A las cuatro de la madrugada del día siguiente, dos agentes de la policía migratoria me escoltan en un coche sin ventanillas hasta el aeropuerto y se encargan de los trámites con Cubana de Aviación y con su propia gente de migración. Hay un pequeño altercado con el oficial de ventanilla a la salida, al parecer mi pasaporte cubano, con el permiso cancelado, no me sirve para viajar, la policía de migración tenía que haber redactado y firmado un documento. Es más de lo que necesito escuchar, doy vueltas por el salón hasta que me llaman y me ponen del otro lado.

En la comida de ayer se ha planteado este esquema: en el caso de los escritores y artistas enfrentados de algún modo con el poder en Cuba está previsto que el Ministerio del Interior haga el papel de policía malo (por antonomasia) y la UNEAC el de policía bueno. El MININT te mete preso, o cuando menos en problemas, la UNEAC te saca de Cuba. Esta idea puede ser cuestionada y, por supuesto, matizada, pero de ningún modo es insustancial.

Alguien aventura que mi itinerario estaba previsto, que los del MININT sabían que yo apelaría a la UNEAC. Y también era de esperar que la UNEAC se comportara como el policía bueno. En lo personal esto último me parece demasiado elaborado, aunque no imposible. En las oficinas de la UNEAC, el actual presidente de la Asociación de Escritores, Francisco López Sacha, con quien he mantenido desde hace años una relación cordial, casi amistosa, y luego María del Carmen, la tramitóloga, en voz alta para conocimiento del agente Alejo, hacen mención al hecho de que yo estoy en la lista de los escritores "rescatables" para la UNEAC. Un par de años atrás, los Poetas tuvieron que explicar a los Velocirraptors su postura sobre todos aquellos miembros de su comunidad extraviados por el mundo. Se hizo una lista, yo caí entre los rescatables. ¿Razones? No mostraba una postura abiertamente hostil, ni había renunciado nunca oficialmente a la institución.

Incluso pagué unos simbólicos doscientos pesos cubanos para ponerme al día en mis cuotas. No, no he renegado ni reniego de ser miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, sino todo lo contrario, a partir de ahora quiero ser un miembro mucho más activo. No obstante, tengo la impresión que voy a ser un miembro tan incómodo, que la institución va a terminar por considerarme más bien repudiable.
Es difícil defender o justificar el silencio cómplice, cuando no la acción participativa, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y la postura -o falta de ella-, de una gran mayoría de la intelectualidad cubana frente tantos abusos como los que se cometen a diario en Cuba contra las libertades civiles y de pensamiento. Sin embargo, igualmente difícil resulta criticarla sin tratar de entender su complejo discurso y gestión dentro del limitado espacio de maniobra que deja siempre una dictadura, de cualquier orden y signo.
Hace unos días un escritor cubano me contaba que en Venezuela, Carlos Lage, Secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros de Cuba, cuestionado en una reunión a puertas cerradas por un intelectual amigo sobre cómo era posible que hubieran metido en la cárcel a Raúl Rivero se limitó a levantar la mano derecha con el dedo índice apuntando al techo, en esa señal que todo cubano y conocedor de la vida cubana entiende: la cosa viene de arriba. O sea, del Tiranosaurio.

Tengo la certeza de que muchos en la UNEAC, en el Ministerio de Cultura de Cuba, y en todos los rincones del país, poetas y saurios, viven entrampados en ese compás de espera y su enrarecido discurso; como la mayoría de los cubanos, sólo anhelan en silencio despertar y que el dinosaurio ya no esté ahí. Comparto con todos ellos la esperanza -ya no la callada y servil espera- de que todo sea diferente a partir del día en que el Tiranosaurio descanse en paz. Entonces en la UNEAC vamos a poder despedir cordialmente y sin resentimientos al agente Alejo, agradecerle que haya intercedido ante los velocirraptors para que dejaran salir a tantos, no sólo a mí. Ya no lo necesitaremos; no tendremos que rendir cuentas al Ministerio del Interior por nuestra manera de pensar, por nuestras posturas políticas y propuestas artísticas. La UNEAC no tendrá ya ninguna necesidad de hacer el papel de policía bueno; como los intelectuales y artistas en todo el mundo civilizado empezaremos a gozar de una absoluta autonomía e independencia, nos ganaremos el respeto que se merece una institución que agrupa a muchas mentes preclaras de la nación, no seremos ya cómplice amordazado de una régimen anacrónico y absurdo.

Pero en tanto eso no suceda, en tanto el aliento fétido de años de poder del Tiranosaurio acompañe nuestro despertar, incluso para quienes estamos lejos, como escritor cubano, como miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, como ciudadano del mundo, me gustaría creer que todavía la UNEAC es rescatable, que va a llegar ese día en que sus dirigentes y miembros, de la misma manera que se ofrecieron ayer a ayudarme a mí y a tantos escritores y artistas cubanos a salir de esa inmensa cárcel de la palabra llamada Cuba, tengan la valentía moral de hacerle saber al Tiranosaurio que el cretáceo terminó, que en el mundo civilizado no se encarcela a un poeta, ni a nadie, por decir lo que piensa. Imagino ese momento luminoso para nuestra patria en que el Poeta, el Poeta Arrepentido, el Ministro Abel Prieto, el presidente de la Asociación de Escritores de la UNEAC Francisco López Sacha, su presidente Carlos Martí, y todos los escritores y artistas cubanos de dentro tengan a bien unir su voz a la de tantos intelectuales cubanos y de todo el mundo para pedir que saquen a Raúl Rivero y a decenas de otros presos de conciencia de esa otra cárcel, mucho más cruda y criminal, en que los han encerrado, que los declaren a ellos también "rescatables" y pongan toda su voluntad y talento en hacer efectivo ese rescate, que tengamos todos el civismo de no ser partícipes de los crímenes que se cometen contra colegas nuestros cuyo único delito real ha sido esgrimir su derecho a disentir.

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