En los dominios del Tiranosaurio
Andrés Jorge. La
Crónica de Hoy, México, 11 de
diciembre de 2004.
Esta crónica cuenta la
forma en que el escritor cubano-mexicano fue retenido
en Cuba una semana. Ese fue el castigo que el
Ministerio del Interior y las autoridades migratorias
cubanas le impusieron a Andrés Jorge por
el hecho de considerarlo un escritor crítico
de la dictadura castrista. La liberación
del poeta Raúl Rivero en días pasados
pone una vez más en el ambiente internacional
una realidad que los simpatizantes de Castro se
niegan a aceptar: en Cuba hay todavía muchos
más presos de conciencia.
Viajé a Cuba con la idea de estar allí
una semana. Estuve dos; la segunda, impuesta por
el Ministerio del Interior y las autoridades migratorias
cubanas. Ahora en México, en mi casa finalmente,
en mi ámbito, me corto las uñas
ante un café matinal y aún me pierdo
en meditaciones sobre el asunto, ya desde una
prudente distancia. No lo he hecho en dos semanas,
ni cortarme las uñas, ni reflexionar sobre
la encerrona isleña desde una perspectiva
física y emocionalmente adecuada.
Ayer discutimos los hechos en una comida por
mi regreso. Los amigos estaban preocupados. Fueron
solidarios, como siempre, no dejaron de informarse
con V., que llamaba a Cuba dos veces al día,
se mantuvieron al tanto. Y, ya en la comida, nos
enzarzamos en una prolongada discusión
sobre cuáles podían ser los motivos
reales por los que las autoridades cubanas decidieron
retenerme en la isla, en calidad de "controlado"
por la policía de migración, después
de trece años de vivir en México,
y ser ciudadano mexicano. La discusión
de ayer nutre también mis reflexiones de
hoy.
Narro lo sucedido, trato de ser lo más
objetivo posible, ceñirme a los hechos.
Los demás encuentran las evidencias de
otras historias ocultas, conocen tan bien como
yo el contexto. Y nadie duda al respecto: no hubo
error, sabían muy bien lo que estaban haciendo.
Entre todos reflexionamos al estilo cubano, o
sea, a grito pelado, sobre los hechos. Todos sabemos
que pudo haber sido peor; una vez que estás
adentro puede pasar cualquier cosa, bienvenido
al parque jurásico, al país del
Tiranosaurio, y sus velocirraptors.
Lo saben todos, hasta mi madre y mi padre que,
como dicen allá, no se meten en nada. Tú
saliste de Cuba hace ya casi quince años,
me dicen, has perdido perspectiva. Y no sólo
ellos, los viejos amigos lo reconocen y me lo
transmiten con desaliento: no te hagas ilusiones,
en esencia nada ha cambiado.
El de Monterroso puede ser el cuento más
corto, pero a los cubanos se nos ha hecho una
suerte de historia sin fin despertar y descubrir
que el dinosaurio sigue ahí. Mientras estoy
dentro (de las instalaciones del parque) me aferro
insanamente a la noción de que las cosas
sí han cambiado, que no va a pasar nada,
se trata de un error. En espera de la siguiente
entrevista con el coronel Cabrera -mis entrevistadores
van subiendo de grado- tengo que aferrarme a la
idea de que se trata de un simple error burocrático,
aunque tenga motivos para algo más que
la duda razonable, o evidencias claras incluso
de que se trata, cuando menos, de un error calculado.
Mi madre me dice que no ha podido dormir en estos
días, que está pasándola
muy mal con mi inexplicable e inexplicada prohibición
de salida del país. Cada vez que coge el
teléfono se le paraliza el corazón
en espera de qué le voy a anunciar ahora.
O peor, qué le van a anunciar los otros,
los tenientes, los capitanes del Ministerio del
Interior sobre el bocón de su hijo, que
ha escrito cosas y ha hecho declaraciones y en
sus escritos hasta se ha burlado de la Seguridad
del Estado. ¿Cree que somos comemierdas?
¿Cree que no sabemos todo lo que hace en
México? ¿Hay que recordarle que
nosotros lo sabemos todo? Pues se lo vamos a recordar.
Yo tengo que convencerla y convencerme. Puede
que la orden de arriba sea simplemente: pelotéenlo
un poco, que no olvide que él es cubano,
incluso si es ciudadano mexicano, y que en México
puede hablar toda la mierda que quiera (mientras
que a nosotros nos dé la gana dejarlo salir)
pero en cuanto ponga un pie en el territorio nacional
la cosa cambia. ¿Dónde está
Raúl Rivero? ¿Y setenta y cuatro
más de un solo mochazo? Y tantos otros.
Cuando menos lo esperas sueltan el zarpazo; como
para recordarte que ahí están, que
no se han ido. Mi madre me pone el ejemplo del
hijo de un vecino que vive por las canteras, a
quien ya ni recuerdo. Le hicieron esto y lo otro,
le quitaron el pasaporte, lo metieron en Villa
Marista nada más porque le dijo no sé
qué a un teniente del Ministerio del Interior
en uno de esos interrogatorios. Entrevistas, mamá.
Mantén la calma.
Yo no soy cualquier hijo de vecino, digo -mi
padre por lo menos lo entiende, mi madre se obstina-,
soy un escritor más o menos conocido fuera
de este país, con tres novelas publicadas
en editoriales importantes, la gente sabe de mi
existencia, por lo menos donde hace falta en este
caso. Yo meto el pitazo de que me tienen encerrado
aquí y se forma un gran escándalo,
madre. No, no es lo mismo, definitivamente no
soy el hijo de Azuquita, el vecino.
Se forma un escándalo ¿Y QUÉ?,
dice mi madre.
Sigo matizando para disuadirla de que se relaje,
no va a pasar nada. En un par de días estaré
de vuelta en México, en mi casa, con mi
mujer, con mi (otro) hijo, frente a mi computadora.
Claro que me lo estoy diciendo también
a mí. Y la madre que me llevó nueve
meses en su barriga, como le gusta decir, también
lo sabe. Ella y yo sabemos, y mi padre y mi hermano,
y hasta Cuadro, el tercer perro que hemos tenido
y se ha muerto de viejo sin conocer elecciones
libres, sabía, que yo formo un escándalo,
¿Y QUÉ?
Y a ese ¿y qué? es a lo que no
puedo, no quiero, ni debo responder en estas circunstancias.
Cuando llego a ese punto, sentado en una u otra
oficina de migración, en Pinar del Río,
con el capitán Valle, en 22 y 3ra. Miramar,
con la teniente coronel Claudia, o Clarissa, o
en la policía de emigración en espera
de que me atienda el Coronel Cabrera, o un capitán
jefe de turno, saco el libro que traigo conmigo,
Le Grand Cahier, de Agota Kristof, que me ha prestado
un viejo amigo, el poeta César López,
y trato de concentrarme en la lectura. Me esfuerzo,
me esfuerzo hasta conseguirlo, después
de todo el libro es magnífico, y si tengo
que concentrarme mucho es sólo porque mi
mente está en otra parte, vuela hacia cosas
que aprendió hace tiempo, desde que vivía
en este país, se deja tentar por el naufragio.
¿Acaso de verdad lo dudas? ¿Cuánto
hace que fusilaron a cuatro personas por el terrible
delito de tratar de secuestrar una lancha, en
un acto donde ninguno de los presuntos secuestrados
sufrió un rasguño?
No debo pensar así. No puedo darme el
lujo, y darles el gusto, de especular sobre lo
que me podría pasar, lo que ha pasado aquí,
hasta hoy, desde hace ya casi medio siglo. (¿Dónde
está Raúl Rivero?). Siempre habrá
tiempo para que te suelten, para los homenajes
y las rehabilitaciones, incluso hasta de los mismos
que te metieron ahí, y de quienes fueron
mudos testigos en su momento. Sin dudas habrá
tiempo para los cientos de visiones y revisiones.
Después que te jodieron.
Me concentro en la lectura para evitar pensar
en mi amigo Rafael Saumell. Escribió unos
cuentos. Se aparecieron en su casa. Se lo llevaron
a Villa Marista, lo acusaron de tener vínculos
con la CIA, un recurso inapelable, demasiado obvio
ya, pero siempre a mano, juicio en la cárcel,
cinco años. No, ahora es distinto, eso
fue en los ochenta, esas cosas ya no suceden,
concéntrate en la lectura. Todos han sido
tristes errores. Luego te reivindican, ya verás.
Te dan premios, incluso. Tu obra se publica más.
Hasta te pueden dar una medalla también,
este es el país de las medallas y los honores.
Te hacen comer tierra media vida, luego te reivindican.
Por lo pronto sólo tienes una prohibición
de salida del país, no especules. Lee.
Vuelve a tu libro. En los pasillos y oficinas
los oficiales de verde entran y salen hablando
de este caso y el otro caso. ¿Y qué
vamos a hacer con el cinco siete veintisiete?
Llega otro "controlado". Sale uno, ha
estado en una celda, se pone el cinto y, en calcetines,
le coloca los cordones a sus zapatillas. Está
demacrado; no creo que se duerma muy bien en los
separos de la policía de migración.
Pero tampoco estoy en Villa Marista. No he tenido
hasta ahora nada que ver con la policía
política, de hecho en ninguna entrevista
se habla de mis posturas políticas. Me
han preguntado casi siempre lo mismo, y yo he
contado la misma historia, como si ninguno la
supiera. Llegué el dieciséis de
febrero, vengo siempre por estas fechas, cumplimos
años mi hijo y yo, lo paso con la familia.
Me detuvieron al salir, en el aeropuerto, me dijeron
que mi permiso de residencia en el extranjero
había sido cancelado, que tenía
una prohibición de salida del país.
Punto. Traté de que me dieran una explicación.
No la tenían, que me presentara en tal
dirección. Era sábado, las oficinas
de Migración y Extranjería abrían
el lunes. Pero nadie tiene respuesta a mis preguntas,
nadie sabe nada.
¿Por qué, si mi permiso de residencia
en el extranjero había sido anulado desde
julio del año pasado, como me hicieron
saber en Extranjería y Emigración
-y fue todo lo que me hicieron saber-, no me informaron
a mi entrada, en el aeropuerto? Ustedes que todo
lo saben, que todo lo tienen en sus computadoras.
¿No sería que había un mensajito
en la pantalla: DÉJENLO ENTRAR, o estoy
siendo muy suspicaz?
¿Sabe qué me dijo la mayor, o la
teniente Claudia cuando le pregunté qué
había motivado la anulación de mi
permiso de residencia en el extranjero? Que no
sabía, no era su asunto saberlo, pero lo
más probable es que yo sí supiera.
Ustedes siempre saben qué han hecho, me
dijo. Pues yo no, le dije. Necesito una explicación.
Vaya a la embajada de Cuba en México y
averigüe. ¿Y cómo si no me
dejan salir? Vaya a la policía de inmigración
entonces. ¿A qué? Vaya.
La primera pregunta en realidad, oficial, sería:
¿cómo puede el gobierno de un país
abrogarse el derecho de otorgar a un ciudadano
un "permiso de residencia en el extranjero"?
Pero, por supuesto, sería inútil,
y sumamente riesgoso hacerle esa pregunta a usted,
mi capitán. Y menos yo; consta en sus expedientes,
he hecho declaraciones, he firmado una carta con
otros intelectuales cubanos pidiendo la excarcelación
de toda esa gente. Era medio difícil desde
que vivía en Cuba, tenía ideas,
me atreví incluso a manifestarlas. Muchos
se preguntan cómo me dejaron salir. Hubo
hasta quien dijo que yo era uno de ustedes, lo
cual, por supuesto, salió de ustedes mismos.
Divide y vencerás. Y te mantendrás
en el poder por medio siglo. ¿Poder para
qué? En fin. Ahora quieren que me calle,
que sepa que no porque viva en México he
dejado de estar rigurosamente vigilado.
No, no me han llevado con la policía política,
y tal vez no suceda. Pero sí me han peloteado,
a gusto, es mi tercer día con la policía
de migración. La entrevista dura un minuto:
ven mañana a las dos de la tarde, aún
no se ha levantado tu prohibición de salida.
¿Quién la tiene que levantar? ¿De
dónde viene la orden? No tenemos órdenes
de decírtelo. Vete tranquilo a tu casa
y no armes lío. Ven mañana a las
dos.
Entonces decido dar el paso, apelar a la Unión
de Escritores y Artistas de Cuba, la institución
que me sacó del país aquella primera
vez, hace ya un tercio de mi vida. Se lo hago
saber al viejo poeta amigo. Necesito hablar con
los jefes de la Unión o con el ministro
de Cultura Abel Prieto. Está de acuerdo;
él mismo, desde la autoridad moral que
le dan los años de ostracismo, rehabilitación,
y su Premio Nacional de Literatura, haber aguantado
tanto tiempo la música de la banda Rex
y sus velociraptors, ahora se ha ganado el derecho
de acceso a algunas oficinas, desde la del Ministro
de Cultura, hasta la del Presidente de la Unión.
Los llama a todos.
A César López le machacaron los
huevos junto a tantos otros después del
tristemente célebre "caso Padilla".
Ahora es uno de los rehabilitados; todos aquellos
ahora ostentan el Premio Nacional de Literatura.
El Poeta tiene sus posturas de equilibrio, eso
sí, porque, como cualquiera de los que
decidieron seguir dentro pasara lo que pasara,
vive en la cuerda floja. Aún tiene que
usar toda su sagacidad y tacto en el trato con
el régimen, día tras día,
oración tras oración, para que no
le vuelvan a machacar sus colgajos, ya tan viejos.
Y ahí sigue, de un lado al otro del alambre,
en eterno equilibrio, en su enorme y hospitalaria
casa del Malecón, aguantando de frente
la marejada. Porque a él, ya lo ha dicho
hace años, jamás lo sacarán
de allí.
Y menos ahora. El Poeta ha sido mi amigo desde
hace mucho tiempo, como otros escritores que siguen
dentro. Algunos le critican lo que consideran
sus concesiones. Y el poeta le duele a quienes
le han dado la espalda después que el gobierno
lo distinguió con una medalla y dispuso
que se le pagara una renta vitalicia de 100 dólares.
La pregunta es: ¿alguno de ellos vive en
Cuba sin hacer ningún tipo de concesiones
al poder omnímodo de los saurios? La respuesta
es: No jodan. ¿Quién de todos los
intelectuales cubanos de dentro ha levantado la
voz para pedir que excarcelen a Raúl Rivero,
y a todos los demás presos de conciencia?
¿Para oponerse a tanto atropello, tan a
diario? Creo saber de dos o tres a lo sumo.
En casa del poeta me encuentro con otro poeta,
Waldo Leyva. Hay infinidad de poetas en toda la
isla, tantos como velocirraptors, y hay, por supuesto,
poetas velocirraptors, ahora mismo tenemos uno
delante. Ha pasado a visitar a mi amigo por razón
de un viaje que hará precisamente a México
en estos días, como jurado de un concurso
en Oaxaca. Me saluda cordial, nos conocemos desde
hace muchos años. Él también
apoya la idea de que acuda a la Unión,
cuando menos para que tengan conocimiento de la
situación y metan mano en caso necesario.
Se ofrece a llevarme en su carro (asignado por
la UNEAC) a la ya famosa sede de la Unión
de Escritores en H y 17, en el Vedado. Tiene que
pasar a recoger su pasaporte. Tenemos una breve
conversación en el trayecto, todo se va
a resolver, me asegura, vamos directamente con
María del Carmen, es la persona que se
encarga de los trámites ahora. Te sacamos,
me anuncia, debe ser algún error burocrático.
En 1991, cuando yo salí de Cuba, Waldo
Leyva también apoyó que me fuera
a México, pero en circunstancias muy diferentes.
Yo era uno de los miembros más jóvenes
de la Asociación de Escritores de la UNEAC,
él su presidente. Yo era un casi escritor
de la generación de los "novísimos",
los perestroikos. Y era amigo de los poetas Raúl
Rivero y Manuel Díaz Martínez. Pero
era aun más un compañero de viaje
de ambos, compartíamos muchas ideas respecto
a la administración del parque. Por esos
días Raúl y Díaz Martínez
y ocho intelectuales más habían
firmado la Carta de los Diez pidiendo al gobierno
una tímida apertura económica y
social. Y la UNEAC, con Waldo Leyva a la cabeza,
se les había echado encima. Habían
escrito una réplica al documento de aquellos
y querían que todos sus miembros la firmaran.
Yo no iba a hacerlo, por muchas presiones que
hicieran. Aunque en esos momentos mi futuro cercano
dependía prácticamente de mi pertenencia
a la UNEAC. Había obtenido una beca del
Colegio de México, precisamente por mediación
de César López y su vieja amistad
con la profesora Flora Bottom Beija, y sólo
la UNEAC estaba autorizada, y dispuesta, a hacerme
los trámites de salida del país.
Un año antes yo había participado
en un concurso convocado por la UNEAC con un libro
de cuentos considerados conflictivos en aquel
momento. Entre todas, una de aquellas fábulas
motivó la visita de Waldo Leyva y Miguel
Mejides (entonces segundo de a bordo) a mi casa
en Pinar del Río. Habían ido a la
provincia a otra cosa, me hicieron saber, pero
no querían desaprovechar la ocasión
para aconsejarme sobre aquel libro, y en específico
sobre un cuento, En el nombre del padre (que nunca
llegué a publicar, pero conservo), una
historia que ironizaba a todo dar sobre un tirano
de izquierdas en una sociedad y un país
al cual sólo faltaba el nombre para ser
Cuba. Me aleccionaron sobre lo inoportuno del
texto, sobre todo en momentos en que el Comandante,
por primera vez en muchos años, había
puesto sus ojos en la Unión y prometía
incluso asignarle casas y carros a escritores
y artistas.
Las copias de aquel cuento, que yo había
leído por primera vez en un encuentro de
los "novísimos" narradores en
Cienfuegos, habían viajado de mano en mano
hasta quién sabe dónde. Y habían
causado revuelo, consolidando así mi reputación
de joven escritor conflictivo. Por suerte, no
era el único, un buen número de
artistas y escritores de mi generación,
inspirados por los aires de cambio en Europa,
se afanaba por estampar nuestro sello generacional
como críticos moderados del socialismo
cubano. Pronto empecé a sentir la presión
por todos lados; sobre todo, podía olvidarme
de publicar mis cuentos en Cuba, de ser escritor
mientras escribiera cosas así. Y no firmar
la carta en contra de los Diez, en ese momento,
era prácticamente renunciar a que la UNEAC
me apoyara en mis trámites de salida a
México.
No firmé, sin embargo. Por el contrario,
un día antes de mi partida traje conmigo
a México sendos poemarios, de Raúl
Rivero y de Manuel Vazquez Portal -hoy también
preso, por la misma causa que Raúl, escribir
lo que piensa-; participaban en un concurso convocado
por la ya desaparecida revista Plural. Fui a recoger
sus textos y a despedirme de Raúl a sabiendas
de que su casa estaba siendo vigilada y de que
en el aeropuerto tenían por hábito
registrar las maletas de los viajeros que ellos
consideraran sospechosos de cualquier cosa. Esa
misma semana lo hicieron con el poeta y amigo
Emilio García Montiel, quien también
venía a estudiar al Colegio de México.
Lo que yo no sabía entonces era que nadie
estaba más interesado que la UNEAC misma
en que yo y todos los jóvenes intelectuales
difíciles saliéramos de Cuba. La
política no era retenernos, sino todo lo
contrario, quitarle presión a la caldera,
el ambiente se estaba recalentando con nosotros
dentro. El grueso de ese fenómeno que hoy
se define como la diáspora cubana lo conformó
esa oleada de emigrados de finales de los ochenta
y principio de los noventa. Muchos escritores,
artistas, intelectuales y profesores salimos masivamente
de Cuba en ese período, en un flujo continuo
e imparable hasta hoy, muchos por mediación
de la UNEAC.
Abrirnos las puertas para que saliéramos
fue lo mejor. De habernos quedado, muchos, como
el poeta Raúl Rivero, probablemente seríamos
parte de la población carcelaria de la
isla. Por el contrario, hoy somos unos perfectos
desconocidos para los cubanos de dentro, nuestra
obra no se publica en Cuba y apenas se nos menciona,
aunque, me consta, nos leen en privado, empezando
por quienes nos vigilan y censuran.
No todos salimos indemnes, sin embargo. Manuel
Díaz Martínez fue prácticamente
forzado a abandonar Cuba, o a quedarse fuera.
El mismo Waldo Leyva se encargó de despacharlo
con un tristemente célebre artículo
titulado Puente de plata, publicado en La Gaceta
de Cuba, que hoy ya es historia, cuando Manolo
vivía aún en su isla natal (ahora
reside en su isla de repuesto, como le llama a
Canarias). Hay quienes aseguran, en defensa de
Waldo Leyva, que fue forzado a firmar aquel escrito
infamante e infame. Vaya defensa, de cualquier
modo.
El Poeta me comenta más tarde cuán
arrepentido está el otro de aquella acción.
Y yo todo lo que puedo sentir, egoísta,
es una íntima satisfacción de no
tener nada de qué arrepentirme yo mismo.
De no haber traicionado a mis amigos jamás,
a los Poetas, pero, sobre todo, no haberme traicionado
a mí mismo para ser aceptado por los saurios.
Desgraciadamente hoy es cada vez más difícil
establecer una distinción entre unos y
otros. Después de casi medio siglo de convivencia
se han mezclado tanto que, como en la memorable
escena orwelliana, es difícil no verlos
vergonzosamente confundidos.
Unos minutos en las oficinas de la UNEAC me demuestran
cómo las cosas sí han cambiado,
pero no para bien. En mi tiempo todos sabíamos
que un agente de la Seguridad del Estado "nos
atendía". A finales de los ochenta
estos representantes de las fuerzas ocultas del
poder se hicieron más visibles, su labor
no era ya tanto informar lo que todos sabían
sobre nosotros, sino intimidarnos con su presencia,
pero siempre, aunque conociéramos al personaje,
seguía pasando como una figura encubierta.
Ahora, además de la tramitóloga
oficial, en la misma sede de la UNEAC, bajo su
mismo techo, me atiende directamente el agente
Alejo. Me informa que tengo que hacer nuevos trámites,
y en una semana te sacamos de aquí. No
puedo esperar una semana más, explico.
Me pide un poco de paciencia; en una semana me
pueden sacar con un permiso de la UNEAC por dos
años.
Tengo la opción de salir como emigrante,
que es lo que soy finalmente, le digo, por eso
estaba en la policía de emigración,
para mí lo único importante es volar
cuanto antes a México, llegar a mi casa,
no perder mi trabajo. Pero él no quiere
oír hablar del asunto; aunque no tiene
ninguna explicación convincente, insiste
todo el tiempo que no me declare emigrante. En
una muestra de poder, llama a un coronel, que
autoriza inmediatamente me sean devueltos mis
pasaportes, cubano y mexicano. Alejo me entrega
una nota para el jefe de migración de mi
provincia, se conocen bien. Él va a hacer
todo lo posible por resolverme, mañana
mismo.
Pero el capitán de mi provincia me dice
primero que no puede hacer ningún trámite
sin "entrar a mi expediente", y eso
"toma su tiempo". Tres días después
estoy de nuevo en la policía de migración
con la novedad mi general, que yo vivo en México
hace muchos años, soy ciudadano mexicano,
y no tengo ningún interés por estar
ni una hora más en Cuba, quiero salir del
país en categoría de emigrante,
o en la que sea, pero ya.
Me llenan un nuevo expediente y otra vez se quedan
con mis documentos. Ahora ya tienen alguna información
que darme, conocen mi caso, me explican, ya saben
que el permiso de residencia me fue retirado en
la embajada cubana en México. La buena
nueva es que la prohibición de salida del
país ha sido levantada. ¿Los llamó
alguien?
A las cuatro de la madrugada del día siguiente,
dos agentes de la policía migratoria me
escoltan en un coche sin ventanillas hasta el
aeropuerto y se encargan de los trámites
con Cubana de Aviación y con su propia
gente de migración. Hay un pequeño
altercado con el oficial de ventanilla a la salida,
al parecer mi pasaporte cubano, con el permiso
cancelado, no me sirve para viajar, la policía
de migración tenía que haber redactado
y firmado un documento. Es más de lo que
necesito escuchar, doy vueltas por el salón
hasta que me llaman y me ponen del otro lado.
En la comida de ayer se ha planteado este esquema:
en el caso de los escritores y artistas enfrentados
de algún modo con el poder en Cuba está
previsto que el Ministerio del Interior haga el
papel de policía malo (por antonomasia)
y la UNEAC el de policía bueno. El MININT
te mete preso, o cuando menos en problemas, la
UNEAC te saca de Cuba. Esta idea puede ser cuestionada
y, por supuesto, matizada, pero de ningún
modo es insustancial.
Alguien aventura que mi itinerario estaba previsto,
que los del MININT sabían que yo apelaría
a la UNEAC. Y también era de esperar que
la UNEAC se comportara como el policía
bueno. En lo personal esto último me parece
demasiado elaborado, aunque no imposible. En las
oficinas de la UNEAC, el actual presidente de
la Asociación de Escritores, Francisco
López Sacha, con quien he mantenido desde
hace años una relación cordial,
casi amistosa, y luego María del Carmen,
la tramitóloga, en voz alta para conocimiento
del agente Alejo, hacen mención al hecho
de que yo estoy en la lista de los escritores
"rescatables" para la UNEAC. Un par
de años atrás, los Poetas tuvieron
que explicar a los Velocirraptors su postura sobre
todos aquellos miembros de su comunidad extraviados
por el mundo. Se hizo una lista, yo caí
entre los rescatables. ¿Razones? No mostraba
una postura abiertamente hostil, ni había
renunciado nunca oficialmente a la institución.
Incluso pagué unos simbólicos doscientos
pesos cubanos para ponerme al día en mis
cuotas. No, no he renegado ni reniego de ser miembro
de la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba, sino todo lo contrario, a partir de ahora
quiero ser un miembro mucho más activo.
No obstante, tengo la impresión que voy
a ser un miembro tan incómodo, que la institución
va a terminar por considerarme más bien
repudiable.
Es difícil defender o justificar el silencio
cómplice, cuando no la acción participativa,
de la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba, y la postura -o falta de ella-, de una gran
mayoría de la intelectualidad cubana frente
tantos abusos como los que se cometen a diario
en Cuba contra las libertades civiles y de pensamiento.
Sin embargo, igualmente difícil resulta
criticarla sin tratar de entender su complejo
discurso y gestión dentro del limitado
espacio de maniobra que deja siempre una dictadura,
de cualquier orden y signo.
Hace unos días un escritor cubano me contaba
que en Venezuela, Carlos Lage, Secretario del
Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros
de Cuba, cuestionado en una reunión a puertas
cerradas por un intelectual amigo sobre cómo
era posible que hubieran metido en la cárcel
a Raúl Rivero se limitó a levantar
la mano derecha con el dedo índice apuntando
al techo, en esa señal que todo cubano
y conocedor de la vida cubana entiende: la cosa
viene de arriba. O sea, del Tiranosaurio.
Tengo la certeza de que muchos en la UNEAC, en
el Ministerio de Cultura de Cuba, y en todos los
rincones del país, poetas y saurios, viven
entrampados en ese compás de espera y su
enrarecido discurso; como la mayoría de
los cubanos, sólo anhelan en silencio despertar
y que el dinosaurio ya no esté ahí.
Comparto con todos ellos la esperanza -ya no la
callada y servil espera- de que todo sea diferente
a partir del día en que el Tiranosaurio
descanse en paz. Entonces en la UNEAC vamos a
poder despedir cordialmente y sin resentimientos
al agente Alejo, agradecerle que haya intercedido
ante los velocirraptors para que dejaran salir
a tantos, no sólo a mí. Ya no lo
necesitaremos; no tendremos que rendir cuentas
al Ministerio del Interior por nuestra manera
de pensar, por nuestras posturas políticas
y propuestas artísticas. La UNEAC no tendrá
ya ninguna necesidad de hacer el papel de policía
bueno; como los intelectuales y artistas en todo
el mundo civilizado empezaremos a gozar de una
absoluta autonomía e independencia, nos
ganaremos el respeto que se merece una institución
que agrupa a muchas mentes preclaras de la nación,
no seremos ya cómplice amordazado de una
régimen anacrónico y absurdo.
Pero en tanto eso no suceda, en tanto el aliento
fétido de años de poder del Tiranosaurio
acompañe nuestro despertar, incluso para
quienes estamos lejos, como escritor cubano, como
miembro de la Unión de Escritores y Artistas
de Cuba, como ciudadano del mundo, me gustaría
creer que todavía la UNEAC es rescatable,
que va a llegar ese día en que sus dirigentes
y miembros, de la misma manera que se ofrecieron
ayer a ayudarme a mí y a tantos escritores
y artistas cubanos a salir de esa inmensa cárcel
de la palabra llamada Cuba, tengan la valentía
moral de hacerle saber al Tiranosaurio que el
cretáceo terminó, que en el mundo
civilizado no se encarcela a un poeta, ni a nadie,
por decir lo que piensa. Imagino ese momento luminoso
para nuestra patria en que el Poeta, el Poeta
Arrepentido, el Ministro Abel Prieto, el presidente
de la Asociación de Escritores de la UNEAC
Francisco López Sacha, su presidente Carlos
Martí, y todos los escritores y artistas
cubanos de dentro tengan a bien unir su voz a
la de tantos intelectuales cubanos y de todo el
mundo para pedir que saquen a Raúl Rivero
y a decenas de otros presos de conciencia de esa
otra cárcel, mucho más cruda y criminal,
en que los han encerrado, que los declaren a ellos
también "rescatables" y pongan
toda su voluntad y talento en hacer efectivo ese
rescate, que tengamos todos el civismo de no ser
partícipes de los crímenes que se
cometen contra colegas nuestros cuyo único
delito real ha sido esgrimir su derecho a disentir.
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