Excarcelaciones
Daniel Morcate, El
Nuevo Herald, 9 de diciembre de 2004.
La puerta giratoria que son las cárceles
políticas cubanas están otra vez
en movimiento. Y como en previas ocasiones, son
más los prisioneros que están entrando
o quedándose tras las rejas que los que
están siendo excarcelados. Los demócratas
de todas partes podemos disfrutar el pequeño
triunfo de las recientes excarcelaciones. Pero
no tanto como para ignorar que la inmensa mayoría
de los reos políticos continúan
injustamente privados de libertad.
Conforme a una tradición política
que data de sus orígenes, el régimen
de Fidel Castro está utilizando a los presos
como fichas de negociación. Excarcela a
unos pocos con la intención de reactivar
el trato preferencial que habitualmente le han
dado ciertos gobiernos europeos. Especialmente
los de España y Francia. Hasta ahora, la
Unión Europea se ha mantenido firme en
exigir que salgan de prisión todos los
opositores, activistas humanitarios y periodistas
independientes a los que el régimen condenó
a largas penas hace casi dos años. Pero
Castro apuesta a que su mínimo ''gesto''
resquebrajará el actual consenso europeo.
En esos trámites precisamente tiene al
presidente del gobierno español, José
Luis Rodríguez Zapatero. Esta misma semana
se espera que Madrid interceda por Castro con
el pretexto de que las tibias sanciones económicas
y diplomáticas no han funcionado.
Incluso con los excarcelados Castro cumplió
ya el objetivo que se había trazado, es
decir, dar un escarmiento mediante la represión
a los cubanos rebeldes y a los que pudieran estar
considerando remedar o apoyar su rebeldía.
Los presos que han salido a la calle pasaron casi
dos años tras las rejas en condiciones
infrahumanas de subsistencia que les provocaron
o agravaron diversas dolencias. A todos los alejó
con saña de sus seres queridos, enviándoles
a prisiones situadas al otro extremo de sus lugares
de residencia. Todos padecieron juicios kafkianos
en los que los procesaron sumariamente por el
delito improbable de ''colaboracionismo'' con
el gobierno de Estados Unidos. Y el régimen
difundió por la isla estas arbitrariedades
para poner sobre aviso al resto de los ciudadanos.
Frente a una manipulación tan alevosa
como evidente, las democracias deberían
desarrollar una estrategia sensata y defendible
que le impida a Castro salirse con la suya otra
vez. Su primer elemento debería ser continuar
exigiendo la inmediata excarcelación del
resto del grupo de los 75 a los que el dictador
reprimió hace casi dos años. Apenas
14 han salido de prisión en el momento
en que escribo estas líneas. Además,
los gobiernos con capacidad de influir sobre La
Habana, como los de España, Francia, Canadá
y México, deberían llevar la cuenta
de los nuevos arrestos políticos que esta
practicando el régimen. Sus casos deberían
añadirse a la lista de aquellos cuya excarcelación
ya demandan las organizaciones humanitarias, la
Unión Europea y el gobierno de Estados
Unidos.
La movida de Castro es esencialmente estratégica.
Pero no deja de ser una confesión de debilidad.
En otros tiempos, cuando América Latina
y Europa se babeaban con su dictadura mucho más
que ahora (pues nunca han dejado de babearse del
todo), Castro pulverizaba a críticos y
opositores en cantidades industriales. Era la
época en que los presos políticos
cubanos cumplían 20 y 30 años de
prisión, a veces por delitos tan absurdos
como los que les achacaron a los 75. O se morían
de vejez, enfermedades y maltratos. O terminaban
frente al paredón. Por eso, la lección
más importante de las recientes excarcelaciones
es que las democracias deben seguir reconociendo
a los opositores cubanos e incluso prestarles
mayor atención. No sólo es la única
forma de protegerles un poco de los desmanes.
También es la mejor manera de mantener
una reserva política y moral para el futuro
de una isla que hoy por hoy carece de futuro.
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