PRENSA INTERNACIONAL
Diciembre 6, 2004
 

Por qué Castro libera a los presos políticos

Carlos Alberto Montaner, El Nuevo Herald, 5 de diciembre de 2004.

M adrid -- Al escritor Raúl Rivero, como se sabe, Castro acaba de excarcelarlo. Magnífico. Es el primer poeta vivo de Cuba. Junto a él también ha liberado a unos cuantos valiosos presos de conciencia del grupo de 75 que en la primavera del 2003 hizo condenar a penas de hasta 28 años de reclusión por publicar en el extranjero artículos críticos, por prestar libros prohibidos por la censura y por reclamar un referéndum dentro de lo que se ha llamado el Proyecto Varela.

Es probable que, poco a poco, vayan saliendo de las cárceles muchos de los centenares de presos políticos que existen en el país y que organismos como Amnistía Internacional o el Comité de Derechos Humanos de la ONU reconocen como tales. Algunos de esos cautivos llevan varios años tras las rejas en condiciones terribles. Es el momento, pues, de hacerse dos preguntas clave, y la primera resulta inevitable: ¿por qué Castro ha dado ahora su brazo a torcer? Y la respuesta es obvia: porque tras la ola represiva del 2003 el nivel de rechazo y aislamiento internacionales fueron demoledores para el ya insignificante prestigio que puede quedarle a la última tiranía comunista de Occidente. Se había quedado prácticamente solo. Necesitaba una coartada para tratar de salir de la ratonera y ésta fue la petición de libertad que oportunamente le hizo Zapatero.

Castro cedió por las constantes denuncias de la SIP, por las condenas del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, por los reclamos de la izquierda encabezada por Saramago, por las sanciones de la Unión Europea, aguijoneada por el Parlamento Europeo, por la demoledora y creciente labor del Comité Internacional por la libertad de Cuba que preside Vaclav Havel. Cada declaración de este grupo, desde Praga, Roma o San José ha sido un disparo en la línea de flotación de la imagen de la dictadura. Se lo dijo una embajadora cubana a un diplomático amigo con el que coincide algunos veranos en la playa: ''Ya no hay manera de defender esto. Fidel se ha vuelto loco y nos está hundiendo''. ''Esto'' era el engendro revolucionario.

La segunda pregunta es qué debe hacer la comunidad internacional ahora que Castro ha cedido. La respuesta la dio el socialista Javier Solana, nada menos que alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior y la Seguridad: ''La Unión Europea no tiene que darle nada a Cuba por corregir una injusticia''. En efecto: es un disparate mayúsculo recompensar a Castro cuando deja de cometer un crimen. A lo largo de casi medio siglo el comandante ha aprendido que la forma más sencilla de obtener lo que desea es maltratar a los cubanos o perjudicar a las sociedades enemigas y luego ''venderles'' a sus adversarios el fin de ese canallesco comportamiento. Ahora intenta que la Unión Europea levante ciertas sanciones que le han sido impuestas a su gobierno por la falta de democracia que sufre el país y como cambio les ofrece el excarcelamiento de personas que nunca debieron estar presas.

En 1994 --lo ha hecho tres veces a lo largo de los años-- lanzó contra Estados Unidos una invasión de balseros que sólo detuvo cuando Washington lo premió con veinte mil visas anuales. Su objetivo era conseguir una válvula de escape para aliviar la presión interna y la obtuvo chantajeando a su desconcertado vecino con una riada de cuarenta mil inmigrantes ilegales. El único lenguaje que Castro utiliza y entiende es el de la fuerza. Esa es la desgracia de todos los matones.

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