PRENSA INTERNACIONAL
Agosto 16, 2004
 

El escenario Chávez y la estrategia de supervivencia heredada de Castro

Por Jorge Elías, de la Redacción de La Nación Line. Argentina, 16 de agosto de 2004.

Durante cuatro décadas, o más, los gobiernos de América latina, en tanto fueran civiles, tuvieron su as de espadas: Fidel Castro. Era la carta en la manga frente a los Estados Unidos. O una suerte de comodín: si uno se veía en aprietos, se inclinaba levemente a la izquierda (no mucho, como Salvador Allende o Daniel Ortega) y lograba cierto equilibrio y cierta independencia. Sobre todo, por el rechazo casi unánime al embargo comercial contra Cuba.

En los noventa, enfrascado el mundo en la globalización, Castro quedó prácticamente aislado, desentonando con su rechazo a la democracia y los derechos humanos, hasta que una nueva generación de líderes, como Luiz Inácio Lula da Silva, Néstor Kirchner y Nicanor Duarte Frutos, fue a su rescate con una premisa que parecía superada: acercarse a él, más allá de la nostalgia y de los afectos personales, para reflotarlo como el as de espadas que supo ser.

El peaje, a diferencia de otros años, incluía el costo o la ventaja de usar otro comodín, Hugo Chávez, su amigo y aliado, el único capaz de tratar de "imbécil" y de cosas peores a George W. Bush sin temer represalias.

¿La razón? Es el petróleo, estúpido. Y, a la vez, es el doble discurso: insulto al presidente de los Estados Unidos, pero privilegio la inversión de ese origen en áreas tan sensibles a los capitales como la energía, las telecomunicaciones y la banca.

Gracias a esa estrategia, no garantizada por el efímero presidente de facto Pedro Carmona, Chávez sobrevivió al golpe cívico-militar de abril de 2002, apoyado por el silencio, no por la bendición, del poder político de los Estados Unidos. Y gracias a esa estrategia, tampoco garantizada por una oposición doméstica que no logró fraguar un líder mientras reunía firmas para derrocar al presidente, estaba ayer en vías de sobrevivir al referéndum, y de salir fortalecido, o de barajar y dar de nuevo, insistiendo con una nueva candidatura.

El paradigma del equilibrio y de la independencia en América latina pasa, en realidad, por un as de espadas mucho más filoso y esquivo que el comodín en sí: pasa por una economía ordenada y horizontes sostenidos. De ahí que Ricardo Lagos, presidente de Chile, haya marcado límites al discurso demagógico y antiimperialista de Chávez. Hasta llegó a aconsejar a Kirchner, poco después de su asunción, que no se casara con su renuencia visceral a la única oferta del gobierno norteamericano a la región desde que asumió Bush: el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

Lula, a tono con su antecesor Fernando Henrique Cardoso, también critica el ALCA, pero, a la hora de repartir cargos, no por nada asumió con gusto la copresidencia con los Estados Unidos. En el caso de Lagos, socialista, el negocio no era enfrentar a Bush, por más que se hubiera opuesto a la guerra contra Irak como su par mexicano, Vicente Fox, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sino, antes que nada, convivir dentro de la Concertación, en el poder desde el final de la dictadura de Pinochet, con democristianos como sus antecesores Patricio Aylwin y Eduardo Frei.

La retórica de Chávez no ha hecho más que exaltar el nacionalismo y, de ese modo, postergar aquello que, en su momento, prometió con pelos y señales: erradicar la pobreza de Venezuela. Como Castro, no obstante ello, Chávez descarga toda su ira contra la pretendida injerencia de Bush en su gobierno mientras, también como él, no muestra aversión alguna a los capitales extranjeros.

El capital v. la política

En la Cuba de Castro, rica en inversiones canadienses y españolas, no pocos capitales norteamericanos han procurado terminar con el embargo, de modo de hacer su agosto. En la Venezuela de Chávez, sin embargo ni limitaciones, capitales norteamericanos dedicados a otros rubros, casualmente los mismos que dominaban casi todos los colaboradores de Bush antes de acceder a la función pública, hacen oídos sordos a las arengas presidenciales y renuevan contratos.

El enfrentamiento con el sector privado nacional es tan grande que, a la larga, beneficia a los capitales extranjeros. Un veterano de la lucha armada revolucionaria, Alí Rodríguez, al frente de la compañía estatal Petróleos de Venezuela, no ha dudado en favorecerlos. En los comienzos de la gestión de Chávez, el barril de crudo valía siete dólares. Si ya roza los 50, nada mejor para las petroleras. Las norteamericanas, en especial: las inversiones de esa bandera en Venezuela concentran el 85%. Del otro lado, el principal inversor de América latina en Estados Unidos es Venezuela.

El problema radica en el que el capital y la política no siempre comulgan: el gobierno de Bush no se mantuvo al margen del referéndum de Venezuela sólo por respeto, sino, en realidad, por temor a un alza mayor de los bienes más preciados de Chávez: el petróleo y, cual comodín con pretensiones de ser as de espadas en la región, la popularidad. Herencia, tal vez, de Castro, su amigo, su aliado y, si cuadra, su maestro.

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