"Me fui de Cuba porque quería
sentirme libre"
Diez años de la crisis
de los balseros. Suany Sánchez narró
a El Pais cómo salió de la isla
en aquella época
"Dos hombres venían
con los pies abajo, en el agua, y gritaban: 'Ayúdennos',
y de pronto vimos que uno se perdió hacia
abajo y después halaron al otro. Se los
comieron los tiburones".
Por Néstor Raúl
Bautista. Editor de Mundo. El
País, Colombia, agosto 8 de 2004.
Un recorrido de 150 kilómetros en un
mar lleno de tiburones, bajo un intenso sol y
una marea peligrosa. Así es el camino que
separa a La Habana del sur de Florida, en Estados
Unidos, un país al que miles de cubanos
quieren llegar, así sea con el riesgo de
morir.
Hace diez años, en agosto de 1994 y en
unos 25 días, por lo menos 36.000 cubanos
se lanzaron al mar en precarias balsas, botes
robados o cualquier cosa que flotara, huyendo
desesperados de la profunda crisis en la isla.
Durante la llamada Crisis de los Balseros murieron
miles de cubanos, no se sabe cuántos con
exactitud. Pero otros, como Suany Sánchez,
lograron llegar a Estados Unidos. Suany le contó
su historia a El País.
"En Cuba vivía con mis papás.
Estudiaba en el magisterio y trabajaba en una
peluquería. Tenía 18 años
y decidí irme porque no me gustaba el sistema.
No me sentía libre de expresión,
de decir lo que sentía y hacer lo que sentía.
Todo era manipulado: que si el comité esto
y lo otro, y te dirigían aquí y
allá.
Si quería trabajar, por ejemplo en la
peluquería, y no iba a los grupos de la
plaza de la revolución, me mandaban ir
obligatoriamente o sino me botaban del trabajo.
Yo quería sentirme libre de expresión
y allí oprimían mucho. Tenía
que tener cuidado con lo que hablaba en el barrio
porque, o sino, podían chivatearte ante
el comité.
Si decías algo indebido o tenías
familia en EE.UU. y ellos enviaban algo, había
que tener cuidado con lo que se decía.
Si hablaba por teléfono tenía que
estar pendiente que no me grabaran la conversación.
No se podía hablar nada de la revolución
y no se podía decir: 'Me quiero ir', porque
llegaba la Policía y te llevaban preso.
Me fui en agosto 20 de 1994. Ya lo teníamos
planeado desde junio para irnos.
En la balsa veníamos 19. Todos del mismo
barrio donde vivíamos, de la misma cuadra.
Cuatro mujeres y dos niños, los demás
eran hombres.
Salí con una familia. Le dije a mi mamá
a último momento y ella me dijo: 'Tú
eres mayor de edad y puedes irte, es tu decisión'.
Veníamos preparando la balsa de gomas
de tractor y espumas. La hicieron los hombres
y el día que ellos dijeron, ese agosto
20, nos fuimos para la costa, a un lugar que se
llama Santa Cruz del Norte. Salimos por la costa
Cayuelo.
En ese momento traíamos dos tanques de
agua y se nos rompió uno porque nos tocaba
pasar por mucho manglar.
Tuvimos que esperar de nuevo para ir a Jaruco,
donde vivíamos, para traer otro. Era de
madrugada. Nos montamos en la balsa, nos amarramos
unos a otros y los hombres empezaron a remar.
Me acuerdo que una noche empezó a llover
muy duro y las olas eran muy grandes. De pronto
nos subían muy alto y nos bajaban... nos
iban dando tumbos, entre olas y olas.
Teníamos balsas de repuesto y las pusimos
para que nos equilibraran. Hacía mucho
frío. Estábamos muy nerviosos, pero
seguíamos dando remo.
Muchos de los hombres de tanto remar estaban
sangrando por las manos. Les rompimos las camisetas
y se las amarramos para taparles las heridas.
Pero llegó un momento en que no podían
remar más y decidimos estar a la deriva,
como un día a sol, agua y sereno.
Por las noches oíamos gritos de gente:
'Ayúdennos, ayúdennos...', pero
nos costaba trabajo llegar a ellos.
Muchas veces decidimos no llegar, porque nos
habían dicho que si uno se acercaba, te
quitaban la balsa y te ahogaban para ellos seguir.
Y entonces no nos acercamos mucho.
Un día vimos en una balsa a un señor
que venía con otro muchacho. Con los pies
para abajo, en el mar. La barca de él no
era como la de nosotros, que tenía espuma
y no nos mojábamos los pies, sólo
con las olas.
Esos dos hombres venían con los pies abajo,
en el agua, y gritaban: 'Ayúdennos', y
de pronto vimos que uno se perdió hacia
abajo, como que se cayó y después
de pronto como que halaron al otro.
Después ya los vimos por pedacitos...
no quiero recordar esto, me da mucha tristeza.
Como a las dos horas vimos un brazo, un pie,
pedazos de cuerpos... me imagino que eran de esos
mismos muchachos que se los habían comido
los tiburones.
Uno de los momentos más alegres en la
travesía fue cuando estábamos de
día y los delfines nos seguían delante
de la proa de la balsita y en un momento le tocamos
el hocico a uno de ellos. Le rezábamos
mucho a Dios para que no se fueran los delfines
porque sabíamos que si se iban, llegaban
los tiburones.
Entonces le rezábamos a Dios y a la Virgen
de la Caridad, para que llegáramos sanos
todos.
Estuvimos cuatro noches y media en la travesía.
Ya no podíamos más. Los hombres
no podían remar, el agua y la comida se
nos habían acabado, hasta que llegaron
los guardacostas y nos llevaron a Guantánamo
(una zona de Cuba manejada por EE.UU.).
Allá nos agruparon por campamentos. Yo
estaba en el M-1. Nos pusieron en carpas de lona,
como militares. A cada uno nos daban un cubo con
una toalla, papel, una hoja de afeitar, y una
colcha para taparnos.
En la carpa éramos más de 30 personas.
Intentamos agruparnos con los del viaje, pero
las mujeres estaban en una carpa y los hombres
en otra.
Estuve trece días porque llegaron muchos
cubanos y nos enviaron a Panamá. Allá
estuve seis meses hasta que por fin llegué
a EE.UU. el 6 de enero de 1995.
Estoy en un país que me ha dado todo.
Fue triste porque supimos que muchas personas
no llegaron, de muchos que murieron, pero a la
vez estábamos alegres porque llegamos.
Valió la pena porque podemos exponer todo
lo que queramos: 'No quiero a Bush, no quiero
a Clinton', se puede decir lo que uno piensa.
Me casé en el 96. Me dieron la ciudadanía
a los cinco años de estar acá y
ahora tengo una peluquería en Miami. Mi
mamá y mis hermanos están allá.
Uno de ellos intentó venir en una balsa,
pero lo cogieron.
Yo creo que no va a volver a suceder una crisis
como la que pasé".
Este es el relato de otro de los 36.000 cubanos
que salieron de su país hace diez años.
En esa época tenía 32 años
de edad y una familia, pero pocas oportunidades
de surgir. Ahora tiene un trabajo estable en Estados
Unidos. Pablo García escribió para
EL PAIS su experiencia de hace diez años:
"Mi nombre es Pablo García. Salí
de Cuba el 7 de agosto de 1994 en compañía
de mi esposa, mis dos hijas de 8 y 13 años,
mi mamá, mi papá, mi hermano, mi
hermana y 30 personas más, como amigos
de la familia.
Salimos de la desembocadura del río Almendares
en La Habana, donde comienza el Malecón.
La salida estaba en espera varios meses atrás,
desde que mi padre compró junto con otros
amigos un barco de 37 pies en el pueblo de Cárdenas,
provincia de Matanzas, supuestamente para pescar,
aunque las autoridades nunca le dieron el permiso
para salir al mar.
En Cuba tienes que estar autorizado, tener carné
de pesca y por supuesto ser miembro del Partido
Comunista para poder salir en una embarcación
a pescar.
Al barco se le adaptó un motor de camión
soviético mac-500 de petróleo y
funcionaba perfecto, sólo se podía
probar y navegar dentro del río.
Después de los acontecimientos del 5 de
agosto del 94, cuando la gente se tiró
a la calle y el gobernante Fidel Castro dijo que
no protegería las costas de los que quisieran
salir de Cuba, nos reunimos temprano en la mañana
en la Puntilla, un sitio en la costa a la salida
de río y esperamos a que el barco nos recogiera.
Los guardias en la salida del río, al
ver el barco navegando hacia fuera, le hicieron
señas con la mano para que diera la vuelta
hacia adentro, hacia el río.
"Estoy en un país que me ha dado
todo. Fue triste porque muchos murieron, pero
a la vez estábamos alegres porque llegamos".
Tony, el que manejaba el barco, les hizo señas
con la cabeza afirmativamente, pero en vez de
eso aceleró a todo dar y fue al encuentro
de todos nosotros, que los esperamos escondidos
entre las hierbas y rocas de la orilla.
Cuando "El Bucanero" (así se
llamaba el barco) se pegó a un muro que
había en la orilla, empezamos a subirnos,
"primero las mujeres y los niños",
decíamos los hombres en el grupo, y todos,
muy nerviosos, nos subimos al barco que, acelerando
hacia atrás, se disponía a enfilar
hacia el norte.
Pero Tony se dio cuenta de que su hijo de 17
años no había llegado todavía
y no estaba en el barco. "Se jodió
esto", dijo Tony, desacelerando el motor
del barco, "Toñyto (el hijo) no ha
llegado y no me voy sin él", gritó.
En medio del susto y la gritería de todos
tratando de convencer a Tony de irnos de allí,
se apareció corriendo Toñyto con
dos viejitos como de 70 años (creo que
eran sus abuelos) y gritando que los esperaran.
De un acelerón, Tony viró el barco
con tanta fuerza que le pegó durísimo
al muro de concreto.
El barco se estremeció, pero el muchacho
y los ancianos ya estaban montados por la proa.
El barco dio un giro y a toda velocidad partió
rumbo hacia el norte, mientras varias personas
que estaban en el malecón de La Habana,
al otro lado del río, gritaban y aplaudían.
Después nos enteramos por uno del grupo
que se quedó dormido y no llegó
a tiempo al barco, que la policía se llevó
presos a mucha de esa gente que se puso a gritar
en contra del Gobierno y de Fidel.
A los pocos minutos de haber salido, mi hermano
Adalberto y yo vimos a lo lejos una gran columna
de agua que se acercaba y nos dimos cuenta de
que era la Griffith, como le dicen a la lancha
rápida guardafrontera cubana. Es un barco
de guerra como de 80 pies con ametralladoras y
de una velocidad tremenda.
La Griffith se nos tiró encima y nos pasó
a centímetros del barco nuestro.
Tuvimos que aguantarnos fuertemente por el tremendo
oleaje que provocó y que por poco nos hunde.
Navegando al lado de nosotros, los militares
nos gritaban que nos detuviéramos, que
no íbamos a ir a ningún lado. Les
gritábamos que el barco era de nosotros
y que no nos íbamos a detener.
Yo le grité a uno de los guardias que
si no había escuchado lo que Fidel había
dicho, pero me respondieron: "No me importa,
paren el barco". Mientras el maquinista,
al parecer un oficial, enseñaba un fusil
AK-M para intimidarnos.
En varias ocasiones se nos acercaron con intención
de abordarnos, pero Ortega y otros que venían
en la proa les advirtieron que si saltaban los
íbamos a lanzar al agua.
Yo pienso que no nos hundieron (como hicieron
con el remolcador 13 de Marzo) porque era de día
y todavía se veían los edificios
altos de La Habana. Pero esa era su intención
porque amarraron una soga gruesa y larga a la
popa de la Griffith y la lanzaron al mar para
pasarnos por delante una y otra vez (por más
de una hora) con la intención de que la
soga se enredara en la propela de nuestro barco.
Si esto hubiera ocurrido nos hubieran volcado
la embarcación por la gran fuerza del barco
de ellos.
Ellos lo sabían y pasaban una y otra vez.
Tony los trataba de evitar, pero cuando la soga
venía por debajo de "El Bucanero",
Tony paraba el motor y uno que iba con nosotros
que era mecánico aguantaba con las manos
la barra de transmisión que salía
del motor, para que la propela no girara y no
atrajera la soga, mientras mi hermano y yo, que
estabamos en la popa, empujábamos la soga
hacia el fondo con una barra larga.
Así nos mantuvieron hostigándonos
por más de una hora, viendo el barco lleno
de niños, mujeres y ancianos sin importarles
nada, hasta que una última ocasión
que venían a pasarnos por delante Tony
aceleró al máximo "El Bucanero"
y viró para el otro lado. O nos dejaban
pasar o nos estrellábamos contra ellos.
Se dieron cuenta de lo que iba a suceder y de
que estábamos decididos a todo y a toda
máquina retrocedieron, mientras el maquinista
movía la cabeza de un lado a otro como
no creyendo lo que veía. Nos tenía
que dejar ir.
El barco guardacosta cubano se quedó parado
en medio del mar mientras nosotros nos alejábamos
con susto y alegría a la vez.
Hacía como veinte minutos que nos habíamos
alejado cuando vimos a lo lejos un barco blanco
que se alejaba.
Le hicimos señales con un cristal de la
ventanilla del barco y al poco rato se nos acercó
un tremendo yate de varios pisos de unos americanos
que nos preguntaron varias cosas y llamaron a
los aviones de Hermanos al Rescate.
El yate se fue y al poco rato tres avionetas
estaban sobrevolándonos. Tremenda alegría
se siente cuando estás en medio del mar,
cuando uno se siente desamparado y después
de haber pasado todo lo que pasamos ver esos aviones
de Miami con cubanos (y pilotos de otros países
también) que venían a ayudarnos,
se siente increíble.
De los aviones nos tiraron agua, una radio con
la que pudimos comunicarnos con ellos y después
nos indicaron dónde se encontraba el guardacosta
americano.
Las avionetas no se fueron de nuestra área
hasta que nos acercamos al barco americano. Siempre
estaremos agradecidos con esta organización,
por lo que hicieron por nosotros y por todos los
cubanos que se han lanzado al mar para buscar
libertad y prosperidad en los Estados Unidos,
lejos de un sistema que mantiene al pueblo de
espaldas al mundo, engañado hace 45 años
con promesas falsas de un futuro mejor que nunca
llegará.
El barco americano nos trasladó a Cayo
Hueso, donde nos recibieron en la Casa del Balsero,
otra organización de la que estamos muy
agradecidos, que nos proveyó de ropa, comida,
albergue y transporte para llegar a Miami al otro
día, donde nos dieron el "parol",
un documento temporal para empezar la nueva vida
en los Estados Unidos, hasta que nos hiciéramos
residentes y ciudadanos más adelante.
Después de diez años he tenido
en todos los trabajos y oficios que se puedan
imaginar: he pasado como todo inmigrante por momentos
duros de verdad, pero he aprovechado también
las oportunidades que da este país.
No me arrepiento nunca de haber venido a este
país. Si tuviera que lanzarme al mar para
llegar aquí, lo haría otra vez".
"Fue una tragedia humanitaria"
"La Crisis de los Balseros fue definitivamente
una tragedia humanitaria de una envergadura y
dimensión tremendas, que costó quién
sabe cuántas, pero serían miles
de vidas en el estrecho de la Florida. Nunca vamos
a saber cuántas personas han perecido escapando
del país, pero sí podemos pensar
que han sido muchísimas", dice Ramón
Saúl Sánchez, presidente del Movimiento
Democracia.
Sánchez lidera la entidad de derechos
humanos que ayuda a cubanos y haitianos, y que
en algunas ocasiones han recogido a balseros o
informado sus posiciones para que sean salvados.
"En algunas ocasiones el Gobierno de Cuba
ha manejado la situación de los balseros
para sentar a EE.UU. en la mesa de conversaciones
y lograr concesiones", agrega Sánchez,
diciendo que eso fue lo que sucedió en
agosto de 1994.
"Esta es una tragedia que ha durado 45 años
y que en 1994 tuvo uno de los puntos más
graves, fue uno de esos momentos cuando se han
perdido más vidas de personas buscando
la libertad", indica Sánchez.
José Basulto, líder de Hermanos
al Rescate, una entidad con la que un grupo de
aviadores se encargaba de sobrevolar las costas
y encontrar a los balseros para que fueran rescatados,
también recuerda esos días.
"En el año 94 tuvimos una gran actividad.
Todos los pilotos vieron casos horribles, como
tiburones alrededor de una balsa vacía
de la que se acababan de comer a los tripulantes.
De eso hubo unos cuantos casos", recuerda
Basulto.
"Pero también vimos cosas muy bonitas.
Teníamos pilotos de 18 nacionalidades y
salvamos varias vidas. Como un grupo en particular,
en donde dos habían muerto y otros estaban
a punto de morir. Llevaban más de una semana
en un pequeño cayo donde se habían
varado y los encontramos", agrega.
La periodista Nancy Pérez Crespo, directora
de Nueva Prensa Cubana, en Miami, opina "que
Castro cada diez años necesita abrir la
válvula de escape a la gente por la represión
al pueblo cubano".
"Todo eso fue la consecuencia de la crisis
económica con la caída de la Unión
Soviética, cuando Cuba pierde un subsidio
de seis mil millones de dólares anuales
y entonces las necesidades económicas aumentan",
dice Pérez Crespo.
"Luego, el 5 de agosto de 1994, hubo un
estallido social de jóvenes y personas
que gritaron en contra de Castro. A eso se le
llamó el Maleconazo. Tenían que
meter a la cárcel a muchos jóvenes
y por eso mejor los dejaron escapar y permitieron
que la gente saliera en las balsas hacia el mar",
concluye la periodista.
Estadísticas
- El potencial migratorio de Cuba fue estimado
a fines de la década pasada
entre 490.000 y 700.000 personas, según
fuentes del Centro de Estudios de
Migraciones Internacionales de la Universidad
de La Habana.
- En 1994, el gobierno de Fidel Castro, que normalmente
prohíbe la salida de personas, se hizo
de la vista gorda, en una medida que muchos creen
estaba destinada a forzar a Estados Unidos a negociar
acuerdos migratorios.
- La Habana y Washington terminaron por llegar
a un acuerdo el 9 de septiembre
de ese año, por el cual se estableció
entregar 20.000 visas a cubanos por año,
y Castro volvió a apretar las tuercas sobre
la migración ilegal.
- Actualmente existen traficantes que se movilizan
en lanchas rápidas y exigen pagos de entre
US$3.000 y US$10.000 por pasajero.
- Medios de prensa registran sistemáticamente
el arribo de balseros a costas y cayos de Florida,
pero también a países centroamericanos
e islas del Caribe, muchas veces arrastrados por
las corrientes marinas.
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