PRISIONES
Por una frase que dijo
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org)
- Alberto González, por aquellos días
de mediados de 1997, cumplía su noveno
aniversario en prisión. Durante el tiempo
en chirona fue trasladado continuamente de una
prisión a otra, incluso algunas estaban
consideradas de máxima seguridad.
Bajo esas circunstancias conoció cárceles
en las provincias Pinar del Río, Ciudad
de La Habana, La Habana, Matanzas, Villa Clara,
Camagüey y Santiago de Cuba.
De piel negra, mediana estatura, fuerte complexión
y rondando los 40 años, tenía una
personalidad que distinguían las cualidades
del típico buen hombre; era jovial, servicial,
de fácil palabra y muy listo. Pero algo
desafinaba entre su carácter y el rigor
carcelario a que lo habían sometido hasta
ese momento.
Unos reos opinaban que su desgracia la provocó
un arbitrario e injusto fallo judicial. Otros
comentaban que podía ser por equivocación,
y no pocos pensaban que él ocultaba el
verdadero motivo, lo que hacía suponer
que se trataba de un asunto de política.
En fin, salvo él, nadie en la cárcel
conocía los detalles del por qué
estaba en aquel correccional capitalino.
Una tarde, después de concluir el trabajo
-obligatorio y sin remuneración-, Alberto
se sentó a la sombra de un árbol
en compañía de dos de sus más
selectos compañeros. Miró al cielo
fijamente y pronunció una frase.
"Hoy cumplo un año más de
vida y otro de preso".
No hubo que inquirir. Bastaron las desconcertadas
y atentas miradas de los que permanecían
sentados en la tierra frente a él para
que Alberto continuara monologando en voz baja.
"Todo comenzó unos días antes
de que tumbaran el Muro de Berlín, de lo
cual me alegré, porque en aquellos días
mi suerte era tan deplorable que de haber estado
en libertad creo que me hubiera caído de
cabeza".
Minutos más tarde, Alberto revelaría
la historia que producía tantas especulaciones.
Para entonces, Alberto trabajaba de camionero
en una empresa estatal. Un día resolvió,
en compañía de otro sujeto, apropiarse
de unos sacos de arroz que transportaba, venderlos
y celebrar el día de su nacimiento con
la familia. Fue cogido in fraganti y acusado de
malversación al estado. Durante el juicio,
el fiscal del tribunal provincial de Ciudad de
La Habana expuso el modus operandi del hecho en
cuestión, y pidió a los jueces 15
años de prisión para ambos procesados.
Para finalizar su alegato, el fiscal pronunció
con voz enérgica estas palabras:
- ¿Saben ustedes cuántos niños
y ancianos se afectaron con este crimen?
Mientras el otro acusado bajó la cabeza
en gesto de arrepentimiento, Alberto respondió
con una frase que sorprendió a los presentes
en el juicio:
"Ninguno, porque el arroz que nos cogimos
no se lo vendimos ni a los marcianos, ni lo llevamos
para la luna. ¡Se lo comió el pueblo!"
Luego de un mes de espera, la sentencia fue comunicada
a sus familiares: 9 años para el otro,
y para Alberto González, 18.
Días después que contó su
experiencia, Alberto era transferido para otra
prisión, y nadie supo a cuál. De
la historia no se volvió a hablar nunca
más. cnet/07
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