OLA
REPRESIVA
Seis
meses después
Miriam Leiva
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - El
sudor le corre por todo el cuerpo. Siente el sopor
de cualquiera hora. Mira a la ventana, si es que
a esas tablillas pequeñas dentro de un
minúsculo cuadrante se les pueden llamar
ventanas. Ella logró que autorizaran traerle
un ventilador, que sólo mueve el vapor.
Esa luz eléctrica fuerte y perenne hace
más interminables los días y las
noches. Va al baño a refrescarse. Ya hay
agua. No tiene que pedirla. ¡Qué
fastidio para él y el carcelero!
¿Cómo estarán pasándolo
los demás prisioneros de conciencia allí
recluidos? Cree que son dos más que él.
No pueden verse. Sabe que también están
allí. Un compañero de celda, preso
común, le dice algo. No lo escucha. Está
distante. Piensa en su madre de 96 años;
en su esposa; en su perrita Fifi; en la gata Misifusa.
Añora sus libros y las noticias internacionales;
las conversaciones con amigos y la confrontación
de opiniones.
El oficial de la Seguridad del Estado lo llama.
Otra vez regresa para recordarle que sería
"conveniente" autorizar alguna prueba
médica sin garantías para su vida,
que quieren imponerle. Seguro que será
la dichosa laparascopía. Una enfermera
le trae unas pastillas. No sabe de qué
medicamento. Las toma por si acaso son para la
presión o los parásitos.
Llega el almuerzo. Come un poco. Enseguida se
siente muy lleno. Lo echa a un lado. Está
muy flaco y decaído físicamente.
Siente un ruido y se sobresalta. ¡Ah! Si
pudiera ver a su familia. Hoy es 21 de septiembre
y desde el 28 de agosto está incomunicado.
No tiene idea de cuándo será la
próxima visita.
Le dicen que depende de cómo se comporte.
De si él se deja hacer lo que deseen o
si su mujer se vuelve indolente ante tanta tortura
física psicológica. ¡Cuánto
le preocupa ella! Pero se siente feliz por su
apoyo. Soñó que estaba en su minúsculo
apartamento, y ella le peleaba porque había
dejado muy regados los papeles. ¡Hasta eso
extraña!
De pronto siente fuertes dolores estomacales.
¿Será el dichoso hígado que
está cirrótico? No. Son las malditas
pastillas para el estreñimiento, que ellos
saben lo hacen sufrir, pero que le imponen desde
hace seis meses.
Seis meses... seis años... seis decenios.
Ni años ni decenios. No, porque ya estaría
muerto. Pero el tiempo aquí es infinito.
Pensar y decir lo que se piensa. Eso ha sido
su bien más preciado. Tanto valor tiene
que ahora purga 20 años de cárcel
por el único delito de desear lo mejor
para todos los cubanos. Patria, Cuba. En esta
ocasión son 74 hombres y una mujer. Sí,
ella. La que está en una celda cercana
y nunca ve. También está enferma,
muy enferma.
Esta celda se encuentra en una casita, a la entrada
del gran Hospital Militar Carlos J. Finlay de
La Habana, capital de Cuba, el país donde
existe el mejor sistema de salud pública
del mundo, según dice el gobierno. Donde
la democracia es perfecta y más se respetan
los derechos humanos. Donde la tortura es más
sofisticada.
Donde a sus familiares no se les informa sobre
su estado de salud, ni se les permite hablar con
los médicos que lo visitan. Donde oficiales
de la Seguridad del Estado dan la cara por las
máximas autoridades del gobierno para decidir
si los médicos que dicen garantizar su
salud pueden administrarle un simple laxante llevado
por su esposa o el tratamiento que él necesita.
Si esto sucede en la prisión... perdón,
en la Sala de la Seguridad del Estado de un hospital
capitalino, se pregunta qué estará
ocurriendo en las celdas tapiadas a los prisioneros
que permanecen en solitario. El pasó por
una y trata de olvidarla. Eso es imposible, pero
repite a su familia que pase lo que pase, no sientan
odio ni rencor. Su esposa piensa que él
se eleva por encima de la miseria humana de sus
verdugos cuando demanda eso. Pero el dolor físico
no es nada comparado con la satisfacción
de cumplir con su pueblo y su Patria.
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