ECONOMIA
A
una década del autoempleo en Cuba (II)
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Si
a fines de 1995 existían en Cuba 208,500
licencias, en el año 2001, según
estadísticas públicas del Banco
Central de Cuba, sólo estaban registrados
153,800 trabajadores por cuenta propia. Para este
año no hay estadística pública
que refleje su estado actual, pero algunos analistas
consideran que son menos de 100 mil.
El estado no suministra ningún producto
a precios al por mayor a estos productores. Sus
suministros tienen que adquirirlos en las tiendas
minoristas y pagados en dólares, aunque
su producción se cobre en moneda nacional.
Resultado: el cuentapropista acude a los trabajadores
estatales, que venden productos robados a precios
indudablemente más bajos.
El castigo puede ser desde una onerosa multa
hasta la suspensión de la licencia. Y ésa
no se vuelve a entregar. Muchos de los que ya
no figuran en las estadísticas oficiales
del cuentapropismo causaron baja por ese concepto.
Rafael P. es jubilado y tenía una licencia
para hacer objetos de artesanía de materiales
recuperados, con una venta aceptable y ganancias
que le permitían vivir un poco mejor. Decidió
operarse y entregó su licencia para no
tener que pagarla en los meses que iba a estar
de reposo médico. Pero para su asombro,
cuando fue a renovar su licencia le comunicaron
que había sido cancelada definitivamente,
sin mayor explicación ni advertencia.
Lo sucedido a Rafael P. no es algo extraordinario.
Por tal razón, hay personas que pagan licencias
que no ejercen, sólo para mantener su derecho
a trabajarla en un momento oportuno. Rafael P.,
además de jubilado es veterano combatiente
y miembro fundador del Partido Comunista. Descontento,
fue a plantear en su núcleo lo que consideraba
una injusticia.
Tres meses después de elevar su queja
la respuesta del municipio "bajó":
estaba bien suspendida, el Partido considera que
el trabajo por cuenta propia enriquece a los que
lo practican, y una vez que tienen dinero dejan
de ser revolucionarios. Rafael P. No entendió,
y apeló a provincia con igual resultado.
Entregó su carné del partido, ganado
en Girón, la limpia del Escambray y más
de tres décadas de su vida dedicada a "su
causa". Para ser revolucionario tiene que
ser pobre.
Para ejecutar su política de represión
ante el incumplimiento de lo dispuesto para el
ejercicio del trabajo por cuenta propia el estado
tiene a su disposición una gran cantidad
de inspectores, empleo que tiene una gran demanda
por lo que aporta.
Enrique es un joven que tuvo una brillante carrera
política como "cuadro" de la
Juventud Comunista. Al concluir su trabajo partidista
lo nombraron inspector de la ONAT en un municipio.
Su misión era inspeccionar las cafeterías
que venden alimentos ligeros. Al chocar con las
primeras violaciones, no dudó en aplicar
las multas establecidas. Entonces descubrió
una realidad establecida en ese mundo.
La propietaria, una mujer mayor que tiene su
casa en reparación , una hija desempleada
y una nieta en edad escolar, le "echó
el llorao" para que la perdonara. Enrique
no quiso ceder de inmediato, para no parecer débil,
y entonces recibió a boca de jarro la propuesta
en metálico para que dejara la multa en
el aire y ella subsanar los problemas detectados.
Enrique esa semana tenía el cumpleaños
de su mujer y el salario no le alcanzaba para
comprar los zapatos que ella quería. En
un inicio se resistió, pero ante la insistencia
de la propietaria y la posibilidad de complacer
a su señora, aceptó.
Enrique ya aprendió las leyes de ese "negocio".
En sus visitas de inspección recibe los
"regalitos" de sus "clientes".
Todos se entienden y sobreviven. "Ellos tienen
también derecho a vivir" dijo algo
compungido Arsenio, un cuentapropista ya entrado
en años
que trabaja en la paladar de su hermano.
Pero no todos son tan condescendientes. Maritza,
que vende refrigerios en Centro Habana, se queja
de los inspectores. "Son como sanguijuelas,
si los complaces en todo, te chupan hasta más
no poder. Pero total, si te ponen una multa, el
dinero va para Fidel. Es preferible dárselo
a ellos, que no te quitan tanto, y que 'luchan'
igual que uno".
"En mi presupuesto tengo 1,500 pesos para
pagar la multa que me pongan", expresó
Rebeca, una joven que vende helados. "No
me da la gana de pagar esos sobornos, es preferible
entregar la licencia."
¿Y qué pasaría si les quitan
la licencia? pregunté a mis entrevistados.
Arsenio declaró: "Imagínate,
tendré que buscar trabajo en lo que me
den hasta que me pueda jubilar y morirme de hambre
con la pensión". Maritza me miró
como si fuera a decir algo, pero sólo se
encogió de hombros y negó con su
cabeza. Y Rebeca advirtió: "Entonces
tendré que dedicarme a algún otro
negocio ilegal. No es fácil, ya no queda
mucho, pero algo aparecerá. Lo que yo no
haré es volver a trabajar más para
Fidel y su camarilla". cnet/27
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una década del autoempleo en Cuba (I)
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