PRENSA INDEPENDIENTE
Septiembre 25, 2003

ECONOMIA
A una década del autoempleo en Cuba (II)

LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Si a fines de 1995 existían en Cuba 208,500 licencias, en el año 2001, según estadísticas públicas del Banco Central de Cuba, sólo estaban registrados 153,800 trabajadores por cuenta propia. Para este año no hay estadística pública que refleje su estado actual, pero algunos analistas consideran que son menos de 100 mil.

El estado no suministra ningún producto a precios al por mayor a estos productores. Sus suministros tienen que adquirirlos en las tiendas minoristas y pagados en dólares, aunque su producción se cobre en moneda nacional. Resultado: el cuentapropista acude a los trabajadores estatales, que venden productos robados a precios indudablemente más bajos.

El castigo puede ser desde una onerosa multa hasta la suspensión de la licencia. Y ésa no se vuelve a entregar. Muchos de los que ya no figuran en las estadísticas oficiales del cuentapropismo causaron baja por ese concepto.

Rafael P. es jubilado y tenía una licencia para hacer objetos de artesanía de materiales recuperados, con una venta aceptable y ganancias que le permitían vivir un poco mejor. Decidió operarse y entregó su licencia para no tener que pagarla en los meses que iba a estar de reposo médico. Pero para su asombro, cuando fue a renovar su licencia le comunicaron que había sido cancelada definitivamente, sin mayor explicación ni advertencia.

Lo sucedido a Rafael P. no es algo extraordinario. Por tal razón, hay personas que pagan licencias que no ejercen, sólo para mantener su derecho a trabajarla en un momento oportuno. Rafael P., además de jubilado es veterano combatiente y miembro fundador del Partido Comunista. Descontento, fue a plantear en su núcleo lo que consideraba una injusticia.

Tres meses después de elevar su queja la respuesta del municipio "bajó": estaba bien suspendida, el Partido considera que el trabajo por cuenta propia enriquece a los que lo practican, y una vez que tienen dinero dejan de ser revolucionarios. Rafael P. No entendió, y apeló a provincia con igual resultado. Entregó su carné del partido, ganado en Girón, la limpia del Escambray y más de tres décadas de su vida dedicada a "su causa". Para ser revolucionario tiene que ser pobre.

Para ejecutar su política de represión ante el incumplimiento de lo dispuesto para el ejercicio del trabajo por cuenta propia el estado tiene a su disposición una gran cantidad de inspectores, empleo que tiene una gran demanda por lo que aporta.

Enrique es un joven que tuvo una brillante carrera política como "cuadro" de la Juventud Comunista. Al concluir su trabajo partidista lo nombraron inspector de la ONAT en un municipio. Su misión era inspeccionar las cafeterías que venden alimentos ligeros. Al chocar con las primeras violaciones, no dudó en aplicar las multas establecidas. Entonces descubrió una realidad establecida en ese mundo.

La propietaria, una mujer mayor que tiene su casa en reparación , una hija desempleada y una nieta en edad escolar, le "echó el llorao" para que la perdonara. Enrique no quiso ceder de inmediato, para no parecer débil, y entonces recibió a boca de jarro la propuesta en metálico para que dejara la multa en el aire y ella subsanar los problemas detectados. Enrique esa semana tenía el cumpleaños de su mujer y el salario no le alcanzaba para comprar los zapatos que ella quería. En un inicio se resistió, pero ante la insistencia de la propietaria y la posibilidad de complacer a su señora, aceptó.

Enrique ya aprendió las leyes de ese "negocio". En sus visitas de inspección recibe los "regalitos" de sus "clientes". Todos se entienden y sobreviven. "Ellos tienen también derecho a vivir" dijo algo compungido Arsenio, un cuentapropista ya entrado en años
que trabaja en la paladar de su hermano.

Pero no todos son tan condescendientes. Maritza, que vende refrigerios en Centro Habana, se queja de los inspectores. "Son como sanguijuelas, si los complaces en todo, te chupan hasta más no poder. Pero total, si te ponen una multa, el dinero va para Fidel. Es preferible dárselo a ellos, que no te quitan tanto, y que 'luchan' igual que uno".

"En mi presupuesto tengo 1,500 pesos para pagar la multa que me pongan", expresó Rebeca, una joven que vende helados. "No me da la gana de pagar esos sobornos, es preferible entregar la licencia."

¿Y qué pasaría si les quitan la licencia? pregunté a mis entrevistados.

Arsenio declaró: "Imagínate, tendré que buscar trabajo en lo que me den hasta que me pueda jubilar y morirme de hambre con la pensión". Maritza me miró como si fuera a decir algo, pero sólo se encogió de hombros y negó con su cabeza. Y Rebeca advirtió: "Entonces tendré que dedicarme a algún otro negocio ilegal. No es fácil, ya no queda mucho, pero algo aparecerá. Lo que yo no haré es volver a trabajar más para Fidel y su camarilla". cnet/27

A una década del autoempleo en Cuba (I)


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