SOCIEDAD
¿Qué
comen los cubanos?
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Para
el ciudadano común, cubrir las necesidades
alimenticias se convierte casi en una obsesión
en Cuba. Así desayunar, almorzar y comer
con productos variados y de calidad es algo inalcanzable
en la Mayor de las Antillas.
Compatriotas radicados en España, México,
Chile y República Dominicana me han confirmado
que los primeros tiempos de exilio, el tema de
la comida era algo enfermizo. Recientemente visitó
mi hogar un amigo que emigró hace ocho
años. Al ver la realidad en que vivo con
mi familia, pude notar su pena por nosotros. Esta
situación no le era ajena, pues la había
apreciado en distintos hogares visitados por él.
Me comentó de manera sincera, que algunos
alimentos que se venden en otros países
para el consumo de animales afectivos, como perros
y gatos, tienen más calidad y presencia
que los que recibimos los cubanos a través
de la libreta de abastecimientos. Esta libreta
es mantenida desde hace más de cuarenta
años por el gobierno cubano ante la incapacidad
de brindar adecuada variedad, calidad y cantidad
de ofertas alimenticias al pueblo.
Los residentes de la Isla podemos comprar diariamente
un pan de 80 gramos, elaborado con harina de mala
calidad y muy poca grasa. La proteína que
ingerimos está contenida en productos tales
como una especie de mortadella elaborada con harina
de trigo, picadillo de pollo y sazón, no
sé si digna de los peores fabricantes de
Haití. También es conocido el picadillo
"de soya", producido con soya texturizada
a más del sesenta por ciento y completado
con picadillo de carne o de pollo, y sangre. Este
producto de masa heterogénea y sabor indefinido,
muchas veces no deja deseos ni de comerlo.
Estos fantásticos productos se venden
en cuotas que varían entre 8 y 12 onzas
mensuales por persona, o sea, sólo cubren
las necesidades de doce comidas al mes. También
se venden huevos, a razón de cinco o seis
mensuales y algunas veces pescado, que en el campo
es de agua dulce, a menos, de una libra por personas.
Otro de los inventos de la industria alimenticia
cubana es el café mezclado. Este mal llamado
café -lo que menos tiene en su contenido
es el aromático grano- se compone de sesenta
por ciento de chícharo u otro frijol molido,
y un resto de café de mala calidad. Las
cuatro onzas mensuales vendidas por la libreta
de racionamiento se convierten a veces en una
seria amenaza cuando tupen las cafeteras, llegando
algunas a explotar.
Los niños cubanos pueden adquirir un litro
de leche diario hasta cumplir la edad de siete
años. A partir de entonces se le retira
ésta y se sustituye por dos litros semanales
de yogur de soya saborizada. Esto origina un verdadero
dolor de cabeza para los padres, que para garantizar
el desayuno diario de sus hijos tienen que conseguir
leche, ya que el yogur de soya, no importa el
sabor que sea, la mayoría de las veces
no es agradable al paladar, provocando el rechazo
por parte de los pequeños.
El resto de la venta normada se compone de cinco
libras de arroz, seis de azúcar, tres cuartos
de libra de sal y un cuarto de aceite, así
como veinte onzas de frijol. Los residentes en
la capital tienen el privilegio de recibir una
libra de pollo al mes, y once onzas de pescado
importado, también mensual.
La cruda realidad alimentaria contrasta con los
exquisitos productos accesibles a los turistas
extranjeros y los cubanos que reciben dólares
a través de remesas desde el exterior y
los que trabajan en empresas mixtas con capital
extranjero.
Pero para creer estas realidades hay que vivirlas.
Mis amigos, sobre todo los que llevan varios años
en el exterior, casi ni lo recuerdan, y tienen
que venir a su patria para volver a asombrarse
e irse entristecidos, pues ellos también
las vivieron un día. Por ello buscaron
la manera de partir.
En Cuba queda el museo en perenne exposición,
con las causas que hacen a las personas decidirse
a volar miles de millas o navegar a la deriva
180 kilómetros de mar, buscando libertad
y comida. Ambas son necesarias para vivir con
dignidad. cnet/21
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