PRENSA INDEPENDIENTE
Septiembre 11, 2003

SALUD PUBLICA
Crónica de un dolor de muela (II)

LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Primero un poco de alcohol y fuego para esterilizar la pinza. Listo. Voy corriendo al espejo, alegre de lo que se me ha ocurrido y de que al fin me libraré de esta indeseable. Pienso en lo grato que será cuando la vea en mis manos, pequeña, vencida. Me paro frente al espejo, abro la boca lo más grande que puedo y....

Nada. No tengo valor. Si estoy escribiendo estas líneas es porque no cometí tal locura, que me hubiera costado la vida. Tal vez mañana o la semana entrante venga la anestesia.

Parece que estoy haciendo infección. La cara se me empieza a hinchar. Un grano con la punta entre amarilla y blanca como la nata de la leche empieza a formarse en la encía, al costado de la muela enferma. Con las dos manos cerradas me cubro la nariz y la boca a la vez, dejando un pequeño espacio entre ellas. Soplo fuerte y trato de oler lo que sale de mi boca y un vaho podrido me deja sin resuello. Es evidente que tengo una infección.

El problema ahora es el antibiótico, pues soy alérgico a él. Escasamente puedo tomar tetraciclina, y a riesgo de que se me reviente la encía cuando esté terminando el tratamiento, pues ésta es la reacción que me hace. Un poco más benigna que los otros antibióticos, pero arriesgada también.

De vuelta del médico con la receta, paso por la farmacia para comprar la tetraciclina, y lo que me temía: no hay. Estoy condenado a morir por un dolor de muelas en pleno siglo XXI.

Ya iba camino a casa resignado a seguir aguantando dolor cuando una voz tras de mí dijo:

- ¿Tú andas buscando tetraciclina? Yo no vivo lejos de aquí, si quieres te llevo a una persona que la vende.

Quien me hablaba era una señora de unos 50 años, muy gorda y de color azul fosforescente. Sin opción alguna sólo asentí y seguí a la desconocida que en realidad no vivía tan lejos de casa.

Al llegar me introdujo por un pasillo que custodiaban dos perros de pelea. Se detuvo en la última casa del fondo, sacó unas llaves de su cartera, abrió la puerta y me dijo que esperara en la entrada. Cuando salió traía cuatro tiras de tetraciclina de 12 pastillas cada una, lo suficiente para hacer el tratamiento.

- El tratamiento es de 2 cada 6 horas, así que llevaré 7 tiras por si salen mal los cálculos. Mejor que sobre y no que falte -le dije.

- Cada paquete le cuesta 10 pesos.

Saqué un billete de 50 pesos y dos de a 10 y le pagué. Ya me iba, y la mujer me dijo:

- ¿Te duele mucho la muela? Se te nota muy inflamada, si quieres te puedo resolver unas pastillas que son para los dolores de cáncer, que son un batazo. Lo que cada tableta te sale a dólar.

Sin embargo, el nombre de la pastilla ella tampoco lo sabía. Le dije que sí, pues ya no podía soportar más.

- Sepárame 5 pastillas y dame tiempo para ir a la casa y traerte el dinero.

- No hay problema -dijo ella.

Así que fui a la casa y cogí prestado del dinero que mi mamá guarda para los arreglos de la casa y compré las pastillas. Cuando me iba, la mujer me dijo:

- Mira, vete a ver a este médico a este policlínico que está por el Casino Deportivo y dile que te manda Mercedes. Él puede resolver tu problema.

Agradecido de la señora y con mente positiva pensé en mi rápida recuperación, y en que pronto ya todo sería un mal recuerdo. Aunque las pastillas para dolores de cáncer me calmaron el dolor en menos de lo que ella tardaba en diluirse, la tetraciclina, al cuarto día de tratamiento, comenzó a podrirme la encía.

Ya el dolor había cesado, pero la infección se mantenía. A ello se le podía agregar las peladuras por la reacción que hice hacia el antibiótico. Al sexto día de haber empezado el tratamiento contra la infección decidí ir a ver al médico que la vendedora de pastillas me había recomendado, a ver si ya podía sacarme la muela.

Cuando llegué a la policlínica me extrañó no ver a nadie. Pregunté a la recepcionista si trabajaban ese día, y me dijo que el problema era que no había instrumentos para trabajar. Le pregunté si conocía a un dentista llamado P y me dijo que sí, que estaba en su consulta.

Cuando entré al salón, tres médicos se entretenían en contarse películas unos a otros. Al preguntar quién era P, un moreno joven de bata blanca me contestó que era él, y le pedí hablar en privado.

Cuando le dije quién me mandaba y a qué había venido, casi me caigo cuado me dijo que cada extracción él la cobraba a dólar, pues la anestesia la compraba él de su bolsillo. Yo traía sólo un dólar arriba, que era para si me sacaban la muela, coger un taxi hasta la casa para evitar el sol. Esto no estaba en los planes.

De nuevo sin opción, sólo morir o morir, no o no, sí o sí. Yo estaba allí, y con la oportunidad de salir con la muela en la mano, así que acepté.

He tenido que caminar cerca de un kilómetro a pie para regresar a casa, pero estoy ya curado. Sólo espero que esto no se vuelva a repetir, pues creo que mi voluntad ya no da para otro tanto, ni mi bolsillo. Ojalá no hubiera tenido que escribir esta crónica. cnet/32

Crónica de un dolor de muelas (I)


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