SALUD
PUBLICA
Crónica
de un dolor de muela (II)
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Primero
un poco de alcohol y fuego para esterilizar la
pinza. Listo. Voy corriendo al espejo, alegre
de lo que se me ha ocurrido y de que al fin me
libraré de esta indeseable. Pienso en lo
grato que será cuando la vea en mis manos,
pequeña, vencida. Me paro frente al espejo,
abro la boca lo más grande que puedo y....
Nada. No tengo valor. Si estoy escribiendo estas
líneas es porque no cometí tal locura,
que me hubiera costado la vida. Tal vez mañana
o la semana entrante venga la anestesia.
Parece que estoy haciendo infección. La
cara se me empieza a hinchar. Un grano con la
punta entre amarilla y blanca como la nata de
la leche empieza a formarse en la encía,
al costado de la muela enferma. Con las dos manos
cerradas me cubro la nariz y la boca a la vez,
dejando un pequeño espacio entre ellas.
Soplo fuerte y trato de oler lo que sale de mi
boca y un vaho podrido me deja sin resuello. Es
evidente que tengo una infección.
El problema ahora es el antibiótico, pues
soy alérgico a él. Escasamente puedo
tomar tetraciclina, y a riesgo de que se me reviente
la encía cuando esté terminando
el tratamiento, pues ésta es la reacción
que me hace. Un poco más benigna que los
otros antibióticos, pero arriesgada también.
De vuelta del médico con la receta, paso
por la farmacia para comprar la tetraciclina,
y lo que me temía: no hay. Estoy condenado
a morir por un dolor de muelas en pleno siglo
XXI.
Ya iba camino a casa resignado a seguir aguantando
dolor cuando una voz tras de mí dijo:
- ¿Tú andas buscando tetraciclina?
Yo no vivo lejos de aquí, si quieres te
llevo a una persona que la vende.
Quien me hablaba era una señora de unos
50 años, muy gorda y de color azul fosforescente.
Sin opción alguna sólo asentí
y seguí a la desconocida que en realidad
no vivía tan lejos de casa.
Al llegar me introdujo por un pasillo que custodiaban
dos perros de pelea. Se detuvo en la última
casa del fondo, sacó unas llaves de su
cartera, abrió la puerta y me dijo que
esperara en la entrada. Cuando salió traía
cuatro tiras de tetraciclina de 12 pastillas cada
una, lo suficiente para hacer el tratamiento.
- El tratamiento es de 2 cada 6 horas, así
que llevaré 7 tiras por si salen mal los
cálculos. Mejor que sobre y no que falte
-le dije.
- Cada paquete le cuesta 10 pesos.
Saqué un billete de 50 pesos y dos de
a 10 y le pagué. Ya me iba, y la mujer
me dijo:
- ¿Te duele mucho la muela? Se te nota
muy inflamada, si quieres te puedo resolver unas
pastillas que son para los dolores de cáncer,
que son un batazo. Lo que cada tableta te sale
a dólar.
Sin embargo, el nombre de la pastilla ella tampoco
lo sabía. Le dije que sí, pues ya
no podía soportar más.
- Sepárame 5 pastillas y dame tiempo para
ir a la casa y traerte el dinero.
- No hay problema -dijo ella.
Así que fui a la casa y cogí prestado
del dinero que mi mamá guarda para los
arreglos de la casa y compré las pastillas.
Cuando me iba, la mujer me dijo:
- Mira, vete a ver a este médico a este
policlínico que está por el Casino
Deportivo y dile que te manda Mercedes. Él
puede resolver tu problema.
Agradecido de la señora y con mente positiva
pensé en mi rápida recuperación,
y en que pronto ya todo sería un mal recuerdo.
Aunque las pastillas para dolores de cáncer
me calmaron el dolor en menos de lo que ella tardaba
en diluirse, la tetraciclina, al cuarto día
de tratamiento, comenzó a podrirme la encía.
Ya el dolor había cesado, pero la infección
se mantenía. A ello se le podía
agregar las peladuras por la reacción que
hice hacia el antibiótico. Al sexto día
de haber empezado el tratamiento contra la infección
decidí ir a ver al médico que la
vendedora de pastillas me había recomendado,
a ver si ya podía sacarme la muela.
Cuando llegué a la policlínica
me extrañó no ver a nadie. Pregunté
a la recepcionista si trabajaban ese día,
y me dijo que el problema era que no había
instrumentos para trabajar. Le pregunté
si conocía a un dentista llamado P y me
dijo que sí, que estaba en su consulta.
Cuando entré al salón, tres médicos
se entretenían en contarse películas
unos a otros. Al preguntar quién era P,
un moreno joven de bata blanca me contestó
que era él, y le pedí hablar en
privado.
Cuando le dije quién me mandaba y a qué
había venido, casi me caigo cuado me dijo
que cada extracción él la cobraba
a dólar, pues la anestesia la compraba
él de su bolsillo. Yo traía sólo
un dólar arriba, que era para si me sacaban
la muela, coger un taxi hasta la casa para evitar
el sol. Esto no estaba en los planes.
De nuevo sin opción, sólo morir
o morir, no o no, sí o sí. Yo estaba
allí, y con la oportunidad de salir con
la muela en la mano, así que acepté.
He tenido que caminar cerca de un kilómetro
a pie para regresar a casa, pero estoy ya curado.
Sólo espero que esto no se vuelva a repetir,
pues creo que mi voluntad ya no da para otro tanto,
ni mi bolsillo. Ojalá no hubiera tenido
que escribir esta crónica. cnet/32
Crónica
de un dolor de muelas (I)
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