PRENSA INDEPENDIENTE
Octubre 31, 2003

SOCIEDAD
Una historia de mala muerte (II)

LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - Al borde de agotar el último de los recursos, sin oír consejos, no de sabios, sino de cuanta gente buena ha pasado por lo mismo, Lucila decidió recurrir a algo que nunca hubiera debido hacer.

Nada menos que echó mano del recurso de los desesperados, el suicidio, lo que no es ni recurso, ni discurso; más bien ex curso.

Se cansó, parece, de la mucha lucha, de Remberto y de la médico de la familia, de los hijos casi en la adolescencia difícil y hasta de sus cuarenta y dos años. Escogió el procedimiento más doloroso -a mi modo de pensar- pero el más conveniente a los ojos de una hija de la tropical subcultura isleña: auto incinerarse, quemarse, darse candela. Mas, como dije al principio, la nebulosa de la mala suerte no te deja ni pensar.

Se encamó, se cubrió con una sábana, roció dos botellas de alcohol sobre ella y el colchón. Con un rictus de amarga despedida en los labios y el corazón deshecho, ralló el primer fósforo y esperó que los vapores etílicos lo inflamaran todo. Pero no pasó nada.

Dos, tres, cuatro, diez, veinte, ¡se acabaron los fósforos! Era su única caja.

Al final del túnel siempre se alcanza la luz. Justo entonces cayó en cuenta de que el problema no eran los fósforos, ni ella con su idea de verse envuelta en las llamas, corriendo por la cuadra para condenar eternamente la infidelidad del cónyuge. El problema no era otro que el agua que los "salaos" de la bodega le echan al alcohol para aumentarlo.

"Tú sabes cómo es eso, no queda otro remedio que luchar para vivir". El refrán preferido de Pirolo, el dependiente de la bodega, le cruzó por la mente.

Con un grito se levantó de la cama. Una fiera rabiosa no es nada comparada con una suicida frustrada. Salió a la calle, claro, no como imaginó, cubierta por las llamas, sino mojada de la cabeza a los pies y maldiciendo la hora en que se casó con el negro Remberto, en que le parió los negritos; lo duro de su vida en "este salao país donde nunca hay nada a la hora que más falta hace, y lo que hay no sirve.... y que ni matarse puede uno ya…"

En fin , que Lucila salvó la vida, y Ud. exclamará: ¡qué bueno! Pero no, recuerde que la mala suerte nubla a todos con espejismos de fortuna. A las seis y media de la tarde, cuando aparecieran los hijos, y después el Rembe, ¿con qué enciende la cocina marca Pike de kerosene con precalentamiento de alcohol, y con cuáles fósforos enciende el alcohol, en caso de que Celina, la mejor de las vecinas, le preste una botella de alcohol hasta el otro mes? Ella gastó las dos botellas que tenía y los fósforos también.

Se quedarían sin comida y a aguantaría la inexorable bronca apocalíptica de Rembero y los atormentadores reclamos de comida de sus hijos en la portada de la adolescencia difícil.

Lucila comprendió de golpe y porrazo que lo suyo era la mala suerte, que no le consintió ni siquiera una mala muerte. Se sentó a fumarse un cigarrillo Popular que quedaba en una caja estrujada sobre el televisor Krim 218 blanco y negro de la sala, pensando que le sabía bien estar viva y fumarse el último cigarrillo, sin darse cuenta de que no era más que un "tupamaro", un cigarrillo casero que vende envasaditos en cajetillas casi auténticas el administrador de la cafetería de la calzada que divide en dos este suburbio donde vive. cnet/29



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