SOCIEDAD
Una historia de mala muerte (II)
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org)
- Al borde de agotar el último de los recursos,
sin oír consejos, no de sabios, sino de
cuanta gente buena ha pasado por lo mismo, Lucila
decidió recurrir a algo que nunca hubiera
debido hacer.
Nada menos que echó mano del recurso de
los desesperados, el suicidio, lo que no es ni
recurso, ni discurso; más bien ex curso.
Se cansó, parece, de la mucha lucha, de
Remberto y de la médico de la familia,
de los hijos casi en la adolescencia difícil
y hasta de sus cuarenta y dos años. Escogió
el procedimiento más doloroso -a mi modo
de pensar- pero el más conveniente a los
ojos de una hija de la tropical subcultura isleña:
auto incinerarse, quemarse, darse candela. Mas,
como dije al principio, la nebulosa de la mala
suerte no te deja ni pensar.
Se encamó, se cubrió con una sábana,
roció dos botellas de alcohol sobre ella
y el colchón. Con un rictus de amarga despedida
en los labios y el corazón deshecho, ralló
el primer fósforo y esperó que los
vapores etílicos lo inflamaran todo. Pero
no pasó nada.
Dos, tres, cuatro, diez, veinte, ¡se acabaron
los fósforos! Era su única caja.
Al final del túnel siempre se alcanza
la luz. Justo entonces cayó en cuenta de
que el problema no eran los fósforos, ni
ella con su idea de verse envuelta en las llamas,
corriendo por la cuadra para condenar eternamente
la infidelidad del cónyuge. El problema
no era otro que el agua que los "salaos"
de la bodega le echan al alcohol para aumentarlo.
"Tú sabes cómo es eso, no
queda otro remedio que luchar para vivir".
El refrán preferido de Pirolo, el dependiente
de la bodega, le cruzó por la mente.
Con un grito se levantó de la cama. Una
fiera rabiosa no es nada comparada con una suicida
frustrada. Salió a la calle, claro, no
como imaginó, cubierta por las llamas,
sino mojada de la cabeza a los pies y maldiciendo
la hora en que se casó con el negro Remberto,
en que le parió los negritos; lo duro de
su vida en "este salao país donde
nunca hay nada a la hora que más falta
hace, y lo que hay no sirve.... y que ni matarse
puede uno ya
"
En fin , que Lucila salvó la vida, y Ud.
exclamará: ¡qué bueno! Pero
no, recuerde que la mala suerte nubla a todos
con espejismos de fortuna. A las seis y media
de la tarde, cuando aparecieran los hijos, y después
el Rembe, ¿con qué enciende la cocina
marca Pike de kerosene con precalentamiento de
alcohol, y con cuáles fósforos enciende
el alcohol, en caso de que Celina, la mejor de
las vecinas, le preste una botella de alcohol
hasta el otro mes? Ella gastó las dos botellas
que tenía y los fósforos también.
Se quedarían sin comida y a aguantaría
la inexorable bronca apocalíptica de Rembero
y los atormentadores reclamos de comida de sus
hijos en la portada de la adolescencia difícil.
Lucila comprendió de golpe y porrazo que
lo suyo era la mala suerte, que no le consintió
ni siquiera una mala muerte. Se sentó a
fumarse un cigarrillo Popular que quedaba en una
caja estrujada sobre el televisor Krim 218 blanco
y negro de la sala, pensando que le sabía
bien estar viva y fumarse el último cigarrillo,
sin darse cuenta de que no era más que
un "tupamaro", un cigarrillo casero
que vende envasaditos en cajetillas casi auténticas
el administrador de la cafetería de la
calzada que divide en dos este suburbio donde
vive. cnet/29
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